LA NACION

Playas mansas En el sur de Brasil

De Florianópo­lis a Camboriú, una selección de islas y bahías con muchos metros de arena reparados del viento, barcitos de ostras, en rincones perfectos para remar y explorar el fondo del mar

- Textos Constanza Coll

Ulises agarra el coco con las dos manos, es del tamaño de su cabeza, pero lo sostiene con fuerza, lo empina y se lo toma hasta el fondo de una vez. Más allá del protector solar, tiene una capa de arena fina en la espalda, brazos y piernas, que se va con cada chapuzón, y vuelve cuando le toca jugar con el baldecito y los moldes.

Se pasa la tarde entera en ese vals. Los hijos traen una nueva forma de estar en la playa, y especialme­nte cuando son chicos, nos obligan a buscar y conocer nuevas playas: que no tengan olas demasiado altas y que el mar sea más o menos templado, que no se hagan profundas en pocos metros, que estén bien reparadas del viento y si tienen sombra, mucho mejor, que tengan bares, baños, un quiosco que venda helados, algo.

Desde Florianópo­lis hasta Camboriú, esta hoja de ruta hilvana una serie de playas que cumplen todos estos requisitos, y algunos más, para que chicos como Ulises jueguen en el mar sin miedo, y para que los padres también puedan relajarse y disfrutar de Brasil.

OSTRAS Y FERINHA EN SANTO ANTONIO

Florianópo­lis es hermosa, una isla repleta de playas, con olas del lado que mira al Atlántico, mares de aceite en la cara que le muestra al continente, una laguna inmensa, morros trazados con trilhas angostas que llevan a bahías secretas, y una gran ciudad en el centro, limpia, segura, con buenos restaurant­es, peatonales y galerías de compras. Para hacer base, algunos balnearios de playas mansas, con servicios, son Jureré Internacio­nal, Lagoinha, Cachoeira do Bom Jesus y Barra da Lagoa.

Lejos de ser destinos populares, al menos entre argentinos, los pueblos de pescadores Santo Antonio de Lisboa y Sambaquí se unen en lo que llaman la Costa do Sol Poente, por tener el mejor atardecer de todo Florianópo­lis: el sol se oculta sobre un mar de aceite y en el horizonte se encienden las luces del puente colgante Hercílio Luz y todo el continente a los lados. En los últimos años, estos 4,5 kilómetros de costa se llenaron de restaurant­es y barcitos especializ­ados en ostras recién salidas del mar.

Esto es literal: desde las mesas en el deck sobre la playa, mientras los chicos juegan en la arena, ahí nomás, se puede ver cómo los criadores de ostras reman hasta las redes para traer una buena cantidad por porción, no escatiman en cantidad ni tamaño. En Santo Antonio de Lisboa hay una plaza con vista al mar, una iglesia del Siglo XVII, y los sábados y domingos se arma feria de artesanías y música en vivo sobre su antigua peatonal empedrada.

REMO Y PICOLÉS EN LA PEQUEÑA SEPULTURA

Al cruzar el famoso puente de Florianópo­lis, ya del lado del continente, se despliega una serie de bahías y playas muy lindas, ideales para escaparle a la temporada alta-alta, cuando la Ilha da Magia se llena de turistas y el tránsito, especialme­nte en la parte norte, se pone imposible.

Entre las playas que hay de camino a Bombas, las que tienen un perfil más familiar son Bahía dos Golfinhos, Tinguá, Ganchos do Meio, Zimbros y la pequeña Praia da Tainha.

Antes de llegar a Bombinhas, en un pedacito de tierra que se mete en el mar, Sepultura es una playa chiquita, que llega a ser mínima con mareas altas. El mar acá es turquesa Caribe y planchado cuando sopla viento sur o este, ideal para remar en kayak o stand up paddle. Ahí mismo alquilan los equipos, y también hay barcitos construido­s en madera con muy buenos salgadinho­s, hamburgues­as y una variedad respetable de helados palito: están los clásicos picolés y también las nuevas y muy suculentas paletas mexicanas, rellenas con cremas de maracuyá o leche condensada, de coco y de chocolate amargo con corazón de dulce de leche, por ejemplo.

Para los explorador­es, hacia un costado hay un sendero por las piedras que va hasta una playita vecina. Se recomienda llegar bien temprano para poder estacionar y agenciarse un lugar de privilegio frente al mar.

Según de dónde venga el viento, otras playas que ofrecen buen refugio en esta zona son Quatro Ilhas (salvo que sople sur), Retiro dos Padres (salvo que sople este) y Lagoinha (salvo que sople norte).

AGUA A LOS TOBILLOS EN CAIXA D´ACO

Caixa d’Aco significa “caja de acero” en español; es un piletón de agua salada que dibuja una herradura perfecta, casi una espiral, por lo que muchos navegantes y pescadores la eligen para pasar alguna tormenta o frente demasiado fuerte. Al ser una bahía tan cerrada, las olas alcanzan apenas un par de centímetro­s y no hay viento.

Todo el perfil de la playa tiene una línea ancha de sombra, hay una ha- maca y una duchita de agua dulce que baja del morro escondida entre la mata.

En la bahía hay dos bares flotantes, alrededor de los cuales, especialme­nte los sábados y domingos, el mar se cubre de yates, uno más grande que el otro, con fiestas a bordo. Los barcitos también hacen delivery a la playa. Subiendo por una calle que no debe tener más de 50 centímetro­s de ancho, se llega a una panadería y a un mercadito, donde tienen helados, cerveza fría y demás cuestiones necesarias para improvi- sar un picnic en la playa.

Es el mejor plan para hacer acá: estirar una lona, armar sanguchito­s, y dejar que los chicos exploren en total libertad. Con la marea baja, hay casi dos cuadras de playa con el agua a la altura de los tobillos, ideal para bebes y nenes chiquitos. El mar tiene un tono amarronado, pero no porque esté sucio sino porque debajo de la arena hay barro.

En esta playa el sol se oculta en el horizonte de mar.

LA ISLA DEL TESORO EN PORTO BELO

Todos los barcos piratas que rondan por la zona escalan en esta isla. Ilha do Porto Belo está justo enfrente de la ciudad de Porto Belo, y cierra esa gran bahía, que por las noches se llena de veleros, pesqueros, barcazas. La isla tiene una playa de arena fina y blanca como la harina, piedras grandes para trepar a los costados, y un sendero ecológico que se hace en unos 45 minutos a paso de niño: la trilha trepa a miradores naturales y lleva a cuevas con inscripcio­nes rupestres.

Sobre la playa de Ilha do Porto Belo hay un bar con terraza de madera, árboles que dan sombra sobre la arena, una tienda de souvenirs, bananas y kayaks para alquilar y entretener­se. En la isla no se venden botellas ni circulan pajitas, entre otras acciones que buscan proteger el medioambie­nte de este pequeño paraíso. El mar es transparen­te y muy tranquilo, perfecto para aprender a nadar. Al ser tan límpido, también se puede aprovechar para pescar con tarrafa y cazar cangrejos entre las piedras.

Camboriú no es lo que era en los 90, cuando el dólar en Argentina estaba tan barato que las constructo­ras levantaban edificios enteros para ofrecer a los veraniante­s del país vecino. Hoy le llaman la Dubái de Brasil, con el metro cuadrado más caro y 8 de los 10 rascacielo­s en construcci­ón más altos del país. En Camboriú hay edificios con marinas propias, helipuerto­s y algunos pisos de lujo se venden hasta con autos deportivos incluidos en el garaje. La ciudad tiene muchos paseos de compras y una hermosa beiramar que recuerda a la de Río de Janeiro.

Desde Camboriú se puede ir en teleférico (acá le dicen “bondinho”), por arriba de los morros, hasta la playa vecina de Laranjeira­s. Esta playa tiene un estilo más veraniego y relajado, con mesitas para comer camarón a la milanesa con los pies en la arena, locales que venden pareos, souvenirs e inflables, chiringuit­os que pasan ofreciendo desde tatuajes de henna hasta hamacas paraguayas, y duchas de agua dulce por $R2, una ganga por limpiarse la sal de mar después de un chapuzón.

A eso de las 19 horas Laranjeira­s queda totalmente vacía. Y esto va para cualquiera de las playas en esta parte de Brasil: el plan perfecto es estirar la tarde y adueñarse del atardecer en familia.

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Shuttersto­ck En el litoral más frecuentad­o por los argentinos, cinco playas ideales para disfrutar en familia
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Muy cerca de la poblada Camboriú, playas salvajes para descubrir
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Guillermo llamos/ luGares
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Caixa D’Aco, una caja protegida del mal tiempo

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