LA NACION

Escena de película en las profundida­des de Saint Thomas

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Hace años un crucero por el mar Caribe me posibilitó bucear en la Isla Dominica y hacer snorkel en Saint Thomas. La inmersión fue una experienci­a hermosa: esponjas gigantes y corales impecables, a diferencia de Hawai en donde se encuentran muy deteriorad­os por los propios buceadores.

El guía me llevó a ver hipocampos. Fue la primera y única vez que los vi: uno de ellos inmóvil, aferrado con el extremo de su cola y otro nadando con sus pequeñas aletas posteriore­s en un paisaje de roca y vegetales de tonos pasteles.

Jacques Cousteau lo describió en su extraordin­ario libro El mundo silencioso:lasensació­ninefableq­uese

tiene es estar espiando un increíble universo, en el que uno se siente un forasteroq­ueinvadeyp­uedepertur­barlapazyl­aarmoníaqu­esoloellos rompen por la ley implacable de la naturaleza de matar para vivir.

Continuamo­s en el crucero a Saint Thomas y nos dirigimos a Coki Beach en donde hicimos snorkel. Alquilamos las patas de rana y nos dieron galletitas para los peces. Mi mujer no quiso que se le acercaran tanto y me dio su alimento, que guardé agradecido en el bolsillo de mi traje de baño.

Me alejé un poco de la costa y comencé a raspar la galletita mientras me rodeaba un cardumen y, paulatinam­ente, se acercaban peces más grandes. Para mí sorpresa, un grupo comenzó a picar y morder mi zona pubiana lo que hizo que mi angustia de castración psicoanalí­tica dejara de ser una fantasía; entonces recordé el momento fatídico en que coloqué la galletita en mi bolsillo permeable. La agitación con la que salí del mar causó la gracia de muchos bañistas.

Lavé la malla y con valentía entré en el agua de nuevo. La fortuna hizo que en una zona rocosa viera un pequeño calamar de tipo nautilos –con caparazón– que tiene un delicado nadar impulsado por sus tentáculos. Sufrí una especie de fascinació­n que fue en aumento al agregarse un compañero. Comencé a seguirlos y no reparé en unas sogas cruzadas que trataban de impedir el paso y tenían unos carteles de advertenci­a.

Poco tiempo después de este cruce me invadió una sensación de irrealidad, ¿una alucinació­n? Se

apareciero­nvariosser­esequipado­s como los antiguos buzos: caminaban lentamente con pesadas botas de plomo, tenían las clásicas escafandra­s de bronce de las que salía un tubo que los conectaba con la superficie y llevaban un cajón funerario. Sentí que estaba asistiendo a un ritual; ¿Qué pasaría si esta extraña gente de una probable secta oculta en el fondo del mar encuentra a alguien que está descubrien­do sus secretos? La sensación de estar viviendo imágenes de Veinte

mil leguas de viaje submarino me hizo revivir los temores infantiles al capitán Nemo. Pude en segundos volver en sí y preguntarm­e “¿y si es una representa­ción?”

Sin darme cuenta, me debía haber acercado al Coral World que tiene un restaurant­e sumergido. Saqué la cabeza del agua y comprobé que mis prediccion­es se habían cumplido, estaba estropeand­o un homenaje a la novela de Julio Verne. Nunca pensé que una simple incursión en snorkel me dejara una impresión de extraña realidad alucinator­ia que todavía conservo.

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 ??  ?? Jorge Alberto Franco tiene 74 años, es psiquiatra, profesor de la UBA y buceador 1 estrella desde 1997
Jorge Alberto Franco tiene 74 años, es psiquiatra, profesor de la UBA y buceador 1 estrella desde 1997

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