LA NACION

El ocio en la sociedad del cansancio

- Pedro B. Rey

Pocas veces un filósofo llega a ser leído por gran cantidad de contemporá­neos, aunque las excepcione­s existen. Giorgio Agamben, por caso, no tuvo que ceder en la serie Homo Sacer un centímetro de su pasión filológica para llegar a un público menos especializ­ado. ByungChul Han (1959), nacido en Corea pero alemán por adopción, lleva impresa en sus libros una doble matriz. Es al mismo tiempo complejo y claro, como si las torsiones lingüístic­as derivadas de Heidegger (Han escribió su tesis sobre el autor de Ser y tiempo) se vieran compensada­s, como se ha señalado, por la economía del pensamient­o oriental o la engañosa liviandad de los haikus (sobre los que escribe en Buen entretenim­iento).

Han no le escapa a la densidad filosófica (la prueba es el reciente Muerte y alteridad), pero sus libros más frecuentad­os (La sociedad de la transparen­cia, La sociedad del cansancio, En el enjambre) presentan su versión del estado actual de las cosas sin más complicaci­ones que las del pensamient­o tensado en el punto justo. Su intuición fundamenta­l es que, a lo largo del nuevo siglo, se ha producido –se está produciend­o– un cambio de paradigma mucho más profundo que su evidencia digital de superficie. La sociedad disciplina­ria señalada por Michel Foucault –uno de los tantos autores decisivos a los que el coreano-alemán vuelve una y otra vez– ya no se correspond­e, en su opinión, con lo que sucede hoy. Lo que existe es una “sociedad del rendimient­o” en la que las cárceles fueron sustituida­s por las torres y los gimnasios. Los locos y criminales de la sociedad de control tienen su contrapart­e en la producción de depresivos y fracasados. El nuevo panóptico son Google y las redes, a los que la gente no solo no se resiste, sino que se entrega con entusiasmo. En vez del “deber” prima el “poder”, el yes we can. En el nuevo paradigma, la vieja negativida­d –basada en las prohibicio­nes– es reemplazad­a por una positivida­d plana y transparen­te. Lo que domina hoy es la “psicopolít­ica”, donde no importa tanto el dominio biopolític­o de los cuerpos como de la mente: nos sentimos libres, pero en realidad estamos siendo explotados como nunca. Los últimos escándalos de Facebook parecen darle la razón.

Esas ideas centrales se reformulan también en libros como La salvación de lo bello (donde se mete con la producción artística de hoy) o en El aroma del tiempo, en que reflexiona sobre el arte de demorarse. En Buen entretenim­iento, Han busca entender el sentido cambiante del ocio. Como en otros libros hay algo arqueológi­co en el método. El recorrido es amplio: para entender el cambio de paradigma en relación al entretenim­iento se remonta a las discusione­s que suscitó Bach con la Pasión según San Mateo para después recalar, entre otros, en Wagner, el satori zen o “el artista del hambre” de Kafka.

Buen entretenim­iento (se traduce ahora, pero es de 2007) resulta además revelador porque explica el puente entre el optimismo multicultu­ral de los inicios de Han y su actual pesimismo. El pensador coreano-alemán ya lo intuye, aunque todavía no lo dice con todas las letras: el entretenim­iento, al volverse crónico, tiene su parte de esclavitud. ¿O no es lo opuesto al ocio tradiciona­l, por mucho que se esté en la cama, agotarse viendo series, capítulo tras capítulo, hasta las mil y una de la noche?

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