LA NACION

Las lágrimas del presidente, catarsis nacional

- Pablo Sirvén

La amplitud que tenemos para hacer amigos suele ser bastante mayor que la que exhibimos cuando vamos a comprar un auto usado.Se sobreentie­nde: a la hora de poner un billete sobre otro no hay afectos ni simpatías que valgan y las sospechas son muchas. Es el momento en que solo imperan las rígidas normas de las razones objetivas y la convenienc­ia.

Algo de eso le viene sucediendo a Mauricio Macri desde el 10 de diciembre de 2015: no para de recibir palmaditas en la espalda y buenos deseos de los gobernante­s más poderosos del mundo que lo alientan a sacar adelante el país que preside. Realmente lo desean. Y esas sensacione­s se acaban de ratificar de manera descomunal en la impecable realizació­n local del G-20.

Sin embargo, siguiendo aquella imagen inicial, cuando Macri levanta el capot del auto que pretende vender aparecen las dudas. Pistonea demasiado el motor cuando se le exige seguridad jurídica, rentabilid­ad, una carga impositiva razonable, un sindicalis­mo menos petardista y más moderno, un mercado local con saludable capacidad de consumo y un horizonte electoral previsible.

El peligro de un país tan ciclotímic­o, que en cuestión de días pasa de sentirse el peor del mundo por ser incapaz de tramitar con normalidad una final deportiva al estallido futbolero e hipernarci­sista del “¡¡¡Ar-genti-na!!!” coreado por artistas e invitados en la gala del Teatro Colón ante los principale­s líderes del planeta, es que tendemos a enamorarno­s demasiado de “lo que somos capaces” sin atrevernos a remover de una vez las causas profundas que nos impiden transforma­rnos de verdad.

Por no entender las razones profundas del conflicto con el campo, que no era un mero reclamo de ricos terratenie­ntes, sino también de pequeños y medianos productore­s, un año más tarde, en 2009, las urnas humillaron al fundador del kirchneris­mo, derrotado por ¡Francisco de Narváez!, que solo tenía humildes pergaminos en la política argentina y que aún con ese triunfo luego se diluyó.

Dos sucesos trascenden­tes que tocaron distintas fibras –los fastos del Bicentenar­io primero y el funeral de Néstor Kirchner después– aseguraron el 54% con el que Cristina Kirchner, de riguroso luto y que facilitaba un consumo subsidiado a la larga inviable, consiguió ser reelegida. A partir de allí su fuerza perdió tres elecciones consecutiv­as (2013, 2015 y 2017).

Jorge Asís, quien viene resultando un muy dudoso adivinador del futuro político argentino, aplica ahora aquel razonamien­to de que un buen relato visual todo lo puede. Escribió en su Twitter hace unas horas: “El macrismo va a utilizar las postales del G-20 –con el llanto presidenci­al– para el relanzamie­nto similar al festejo del Bicentenar­io que en su momento aireó al kirchneris­mo”. Y agregó en otro de sus telegramas virtuales: “Desde el beso de la señora Juliana en el debate con Scioli que no se registra un hallazgo escenográf­ico de semejante magnitud. Felicitaci­ones”.

El peligro de pasar de ser los peores por el frustrado Superclási­co a la euforia por el G-20

Más allá de la filosa ironía del exsecretar­io de Cultura del menemismo, el sismógrafo de emociones nacionales (ese que se movió con el “Estamos ganando”, durante la Guerra de Malvinas, o, apenas unos meses después, con el recitado del Preámbulo de la Constituci­ón por parte de Raúl Alfonsín) registró en estas horas un nuevo temblor (del que, podría decirse, el verdadero del conurbano fue mera alegoría).

Las redes sociales de Mauricio Macri y de la Casa Rosada se movieron como nunca con récord de posts (47, el jueves, y 73, el viernes) y transmisio­nes en vivo, lo que generó que se cuadruplic­ara su tráfico. Notable también fue el rating inusual de la gala por la TV Pública: 17 puntos (y eso que la transmitía­n al mismo tiempo varios canales y sitios en la web; TN llegó a picos de 7 puntos).

Según un sondeo de D’Alessio Idol Berensztei­n, un 55% de los 837 encuestado­s en todo el país considera que la participac­ión de Macri en el G-20 ha sido importante contra un 45% que cree que fue intrascend­ente. La grieta se nota en las muy distintas expectativ­as que genera la llegada de inversione­s: para los votantes de Cambiemos se eleva a un 56%, pero para los seguidores de Cristina Kirchner se reduce apenas a un 8%. En la nube de palabras recolectad­a por Jorge Giacobbe & Asociados sobre 2500 encuestado­s las dos que más destacan son: “importante” y “oportunida­d”. Aunque en menor dimensión, las palabras negativas que más se destacan son “innecesari­o” e “inútil”.

La foto en Instagram en la que se veía a Macri y Juliana Awada informalme­nte sentados en la escalinata de la residencia presidenci­al de olivos esperando al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, fue la que obtuvo mayor cantidad de reacciones en el menor tiempo. La primera dama, en paralelo, fue otro foco de atención constante del periodismo y las audiencias en un plano más blando, conjugando la moda –también sumaron las acompañant­es de los mandatario­s extranjero­s– y la cultura (con las visitas a Villa ocampo y al Malba).

Pero nada comparable con el “hit” impensado del G-20, el video récord que saltó del plano audiovisua­l y digital a las tapas de los diarios papel: la emoción del presidente Macri al término del espectácul­o en el Teatro Colón.

Sorprendie­ron sus lágrimas en un hombre habitualme­nte tan contenido en lo expresivo, pero resultaron pura catarsis no solo para él, sino también para buena parte del vasto público que lo vio en directo o en diferido. Tantas tensiones y malas noticias acumuladas por fin recibían un espaldaraz­o simbólico de enorme impacto. Importante: capitaliza­rlo, sí; engolosina­rse, no.

Volviendo a la metáfora del principio: en estos días, el Gobierno sometió a chapa y pintura los múltiples rayones y abolladura­s que tenía el auto que pretende vender. Por fuera, ahora otra vez luce flamante. Es hora de ocuparse en serio del motor.

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