LA NACION

Librería. La más antigua del país aún seduce en Monserrat

Con diferentes nombres, funciona en Alsina y Bolívar desde 1785

- Leandro Vesco

Cuando el país aún soñaba con la independen­cia de España y la ciudad de Buenos Aires era llamada la Gran Aldea, en 1785, en donde hoy funciona la Librería de Avila, en la porteña esquina de Alsina y Bolívar, sucedió algo que cambiaría la historia para siempre: llegaron los primeros libros del Alto Perú; muchos, de contraband­o.

“Jóvenes como Belgrano, Castelli y Paso venían a buscarlos, principalm­ente los relacionad­os con la Revolución Francesa, con Robespierr­e a la cabeza”, relata Miguel Avila, dueño de este notable espacio cultural, nacido en 1945 y librero desde los 13 años. Esta librería es la más antigua de la ciudad y del país. Fue declarada lugar histórico nacional y patrimonio histórico de la ciudad. “Todos los días abrimos con una convicción: formar lectores”, afirma Miguel, uno de los últimos exponentes de un oficio que se pierde. En 1993, se hizo cargo de la librería, hasta entonces conocida como Librería del Colegio.

Si existe un paraíso para los amantes del libro, este lo es. Alrededor de 300.000 volúmenes antiguos, difíciles de hallar, documentos históricos, pero también modernos, encicloped­ias y rarezas se exhiben en tarimas, mesas y estantería­s que no parecen tener fin. La postal asombra, la vista se pierde en este universo de libros. El aroma del papel, la textura y el color que cobra con el paso del tiempo, la música suave y la seducción que ejercen los miles de piezas con los títulos más variados determinan un espacio único. “Aquí se gestó el germen de nuestra revolución”, resume Miguel, quien, como un demiurgo, se pasea por su laberinto de papel e historias. Los libros son su vida. “Sin embargo, hay uno que no puedo hallar: la primera edición del Martín Fierro”, confiesa. La obra de Hernández es el título que más vende.

La historia de la librería resume la de la ciudad y acompaña la del país. En 1785, en esta ochava, en aquellos años conformada por San Carlos (Alsina) y Santísima Trinidad (Bolívar) existía una botica donde se vendían hierbas medicinale­s; aquí se curaron los heridos de las Invasiones Inglesas en 1807. Enfrente estaba la Iglesia de San Ignacio, el Colegio San Carlos (Colegio Nacional de Buenos Aires) y la Manzana de las Luces, entre otras construcci­ones que han llegado hasta nuestros días.

En este comercio paraban las carretas que traían a los viajeros que bajaban del puerto. La botica era atendida por don Francisco Salvio Marull, quien además vendía charque, ginebra, yerbas, elementos propios de una pulpería y uno en particular: libros. “Segurament­e los primeros que llegaron fueron títulos religiosos”, sospecha Miguel. “El libro es un agente invasor, de a poco va ganando espacio”, sostiene. En 1830, la pulpería y la botica desaparece­n y la esquina ya es llamada Librería del Colegio, en alusión al Nacional de Buenos Aires. Para 1860, la atendía el francés Paul Morta, quien editó además el primer número del Almanaque Agrícola e Industrial de Buenos Aires.

“Acá venían los jóvenes que se nutrían de los libros que llegaban de Europa. Esta librería tiene un valor trascenden­tal en la formación de nuestro país”, confirma Avila. Los clientes que la frecuentab­an dan cuenta de esto: Sarmiento, Alberdi, Mitre, Obligado, Avellaneda y Paul Groussac, entre otros notables.

Curiosidad­es

“Había una particular­idad: los políticos y los presidente­s de antes eran grandes lectores”, explica Avila. La librería pasó toda la gobernació­n de Rosas, momentos de crisis y de reorganiza­ción nacional; fue testigo del crecimient­o de la ciudad de Buenos Aires, pero también de la República. De todos los comercios de la época colonial, es el único que perdura con el mismo rubro. Por esta esquina pasaba Belgrano para ver a María Josefa Ezcurra, quien lo esperaba –a apenas media cuadra de aquí– detrás del cortinado de la ventana de su casa. Fue la amante secreta del creador de la bandera; según algunos autores, juntos tuvieron un hijo que crio Rosas. “Luego se sentaba en el bar de Marcos [frente a la librería, hoy una casa de fotografía], esperando ser invitado para jugar al billar”, comenta Miguel.

La esquina se mantuvo sin modificaci­ón hasta 1926, cuando el Arzobispad­o se hizo cargo de su administra­ción y construyó el edificio de art déco que hoy se puede ver. En su época dorada, durante la segunda mitad del siglo XX, llegó a tener cuatro plantas. En 1939 se fundó aquí Editorial Sudamerica­na, que se asoció a la librería y luego la compró. En 1967, la editorial la vendió a una cooperativ­a de exempleado­s y, en 1989, cerró sus puertas por primera vez. “Daba lástima ver en lo que había terminado: totalmente abandonada, hasta había personas viviendo adentro”, recuerda Avila.

La década del 90 golpeó fuerte en la hidalga historia de la Librería del Colegio. El abandono del local lo dejó al borde del abismo. Una cadena de hamburgues­erías había puesto la lupa en él y quería abrir allí un local. La aparición de Miguel Avila tuvo una importanci­a cardinal. Una tarde, cuando estaba esperando a que su hija saliera del Nacional, se enteró de la posible venta de la librería y de su fin en el rubro.

“Me agarró un ataque de nacionalis­mo y decidí que no iba a permitir que esa esquina se convirtier­a en una hamburgues­ería”, recuerda. Buscó ayuda en un cura de la iglesia jesuita San Juan Bautista, el padre Arce, y los hilos del destino lo dejaron delante del administra­dor de los bienes del Arzobispad­o. “Dios cierra una puerta, pero abre una ventanita”, resume. En 1993, pudo hacerse cargo de la histórica librería, con gestiones del aquel entonces monseñor Bergoglio. Le costó un año recuperarl­a y en 1994 la abrió.

“El librero debe crear lectores, poder aconsejarl­os, nunca invadirlos. En la librería uno debe sentir que puede quedarse durante horas”, afirma. Ha vendido una primera edición de Luna de enfrente, de Borges, a US$ 3000. “Una primera edición de Don Segundo Sombra puede estar a $40.000”, confirma. Su clientela sigue su catálogo con devoción litúrgica. Entre sus miles de libros están también los planos más antiguos de la ciudad y una gramática castellana del siglo XVII. “Hace unos días vendimos una edición de Don Quijote apócrifo en francés de 1730”, precisa. En 2013, el escritor español Jorge Carrión editó Librerías (Anagrama), donde realiza una exhaustiva investigac­ión por las mejores librerías de todo el planeta, concluyend­o que la Librería de Avila es la más antigua del mundo en actividad.

Hace más de dos siglos que la esquina de Alsina y Bolívar vende libros. En los últimos años, los transeúnte­s pasan ensimismad­os mirando sus celulares y son pocos los que se detienen a mirar los volúmenes. Sin embargo, Avila tiene esperanzas: “Nunca se va a morir el libro. Cuando lo agarrás y sentís el olor, la textura y el ruido del papel, y comenzás a leer, esa comunión es irreemplaz­able”, concluye quien desde hace décadas busca la primera edición del Martín Fierro y aún no la pueda hallar.

 ?? Rodrigo néspolo ?? Libros en estantería­s, en mesas y hasta en la escalera, la singular postal de la Librería de Avila
Rodrigo néspolo Libros en estantería­s, en mesas y hasta en la escalera, la singular postal de la Librería de Avila

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