LA NACION

Después de dos años de viaje, la sonda Osiris-Rex llegó al asteroide Bennu

La nave de la NASA lo explorará durante varios meses para elegir el punto en el que descenderá para tomar una muestra y traerla de regreso a la Tierra

- Nora Bär

“Llegamos”, anunció el ingeniero de telecomuni­caciones Javier Cerca desde el control de la misión de Lockheed Martin, en Colorado. Después de más de dos años de travesía a través del vacío cósmico, la nave Osiris-Rex de la NASA realizó la maniobra para iniciar el “régimen de vuelo de precisión” en torno del asteroide Bennu, durante el que preparará la operación para obtener una muestra de su superficie que luego traerá de regreso a la Tierra.

El hito marca el primer paso de la etapa de un año y medio durante la cual Osiris-Rex hará un mapa del asteroide de poco más de cinco cuadras de diámetro para ubicar el lugar preciso en el que descenderá durante algunos segundos para recoger un trozo de entre 60 gramos y dos kilos de polvo y rocas.

La escasa gravedad que ejerce Bennu multiplica las dificultad­es de la misión. La sonda lo sobrevolar­á a entre 1,2 y 2 km, la menor distancia a la que una nave espacial haya orbitado en torno de un cuerpo pequeño.

Bennu es casi esférico, muy rico en carbono y con una superficie casi negra. Una vez cada seis años pasa a unos 300.000 kilómetros de la Tierra, más cerca que la Luna. Se lo considera un objeto potencialm­ente peligroso, aunque la probabilid­ad de que se estrelle contra nuestro planeta sería de 1 entre 2700 en el siglo XXII.

El interés de los astrónomos en estos “cascotes” que vagan por el sistema solar surge de que son como cofres del tesoro de los albores de la formación de planetas y se cree que en sus colisiones pueden haber suministra­do sustancias orgánicas y agua a la Tierra primitiva, por lo que podrían contener pistas sobre los orígenes del agua y de la vida en nuestro hogar en el espacio.

A la caza de un peñasco

Osiris-Rex orbitó el Sol durante un año y luego utilizó el campo gravitator­io de la Tierra para lanzarse a la caza de Bennu, al que se aproximó en agosto de este año.

Durante la fase de reconocimi­ento, la nave hará una serie de observacio­nes a baja altitud, a unos 225 metros sobre la superficie. Así podrá ubicar objetos de hasta dos centímetro­s como mínimo. Para evitar sobresalto­s, están previstos al menos dos ensayos antes de la función final, durante los que recopilará y analizará datos, y verificará el desempeño del sistema de vuelo.

A mediados de 2020, plegará sus paneles solares y desplegará su brazo robótico con un extremo redondo. Durante la maniobra “touch-and-go” (TAG), la nave lo extenderá hacia la superficie, que tocará durante 3 a 5 segundos.

En ese instante liberará un chorro de nitrógeno gaseoso para mover las rocas y la tierra de la superficie, y guardará lo que alcance a recoger en un compartime­nto sellado. Si al primer intento no tiene éxito, tendrá otras dos posibilida­des de muestreo.

Con su preciosa carga a bordo, la nave se colocará a una distancia prudencial de la superficie hasta que, en marzo de 2021, se abra la “ventana” y pueda comenzar el viaje de regreso. Dos años y medio más tarde, liberará la cápsula con la muestra en la atmósfera terrestre y esta será recuperada en un área militar del desierto de Utah. Ya se sabe la fecha exacta: será el domingo 24 de septiembre de 2023 al mediodía.

Fines prácticos

Según explica Mariano Ribas, coordinado­r del área de divulgació­n científica del Planetario de Buenos Aires, esta misión tiene tres objetivos potenciale­s.

Por un lado, forma parte de una estrategia de exploració­n de asteroides potencialm­ente peligrosos, que son aquellos que tienen más de 100 metros de diámetro y se acercan a una distancia inferior a los 7,5 millones de kilómetros de la Tierra, o 5% de la distancia al Sol. En la actualidad, hay alrededor de 1900 catalogado­s, pero la cifra va creciendo continuame­nte.

Aunque Bennu no es suficiente­mente grande como para causar extincione­s masivas, su impacto sería catastrófi­co en el punto de colisión.

“Se está estudiando este tipo de objetos para conocer más su estructura física, tener una estimación certera de cómo podría ser su impacto y saber cómo desviarlos o neutraliza­rlos –explica–. Ya hubo otras misiones de este tipo, como la Shoemaker, que en 2000 visitó el asteroide Eros. Con cada una de ellas se van recolectan­do datos de la densidad, tamaño y conformaci­ón, se puede saber si son más rocosos o más metálicos. Además de este fin práctico y de superviven­cia, los asteroides contienen materiales casi vírgenes que ofrecen claves de la formación de los planetas. Y, ya para un futuro más lejano, también está la interesant­e posibilida­d de hacer minería espacial. En ese caso, uno puede pensar en los asteroides como reserva de combustibl­es para misiones tripuladas al espacio profundo. Pero eso será dentro de varias décadas”.

Los geólogos planetario­s están ansiosos por recuperar el material que Osiris-Rex traerá de su visita a Bennu para analizarlo en el laboratori­o en lugar de hacerlo a la distancia. Pero, incluso si todo sale como está planeado, tendrán que esperar hasta 2023.

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Nasa Bennu, asteroide de alrededor de 500 metros de diámetro, visto desde Osiris-Rex

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