LA NACION

El Día Internacio­nal del Suelo

La lucha contra la desertific­ación es de resultados lentos, por lo cual quienes no la han encarado aún, deben afrontarla sin demora alguna

- Director: Bartolomé Mitre

Por relevamien­tos oficiales realizados en 2015 se sabe que las erosiones eólicas e hídricas han degradado, en modo severo y grave, 32.892.137 hectáreas del territorio nacional; otros 71.498.965 de hectáreas se encuentran afectados con menor intensidad.

Ese cuadro habría sido aún peor si desde las dos últimas décadas del siglo anterior la Argentina no hubiera contado con el aporte invalorabl­e de organizaci­ones privadas y públicas, puestas en la tarea de instalar en la conciencia pública, y en particular entre los productore­s agropecuar­ios, la importanci­a del cuidado de los suelos. En ese sentido, ha sido de enorme significac­ión la acción emprendida, entre otros, por la Asociación Argentina de Productore­s en Siembra Directa (Aapresid) y por Producir Conservand­o.

Los suelos constituye­n un recurso natural estratégic­o. No solo se trata de fomentar la siembra directa, régimen de cultivo bajo el cual se halla prácticame­nte el 90% de las tierras de producción agrícola en la Argentina. Es necesaria la rotación de especies vegetales, con la inclusión de gramíneas, y la devolución sistematiz­ada a la tierra de los nutrientes que se le extraen porque, de lo contrario, desfallece su fertilidad.

La agricultur­a no es minería. Es apropiado recordarlo hoy, en el Día Internacio­nal del Suelo, instituido por las Naciones Unidas a través de la Organizaci­ón para la Agricultur­a y la Alimentaci­ón (FAO), que ha populariza­do la consigna de que “el cuidado del planeta comienza por el suelo”.

La Argentina dispone de tierras de excepciona­l feracidad en el mundo, en particular en su zona núcleo, que abarca el norte de Buenos Aires, sur de Santa Fe y este de Córdoba. Esa condición se potencia por la imposibili­dad de agregar muchas hectáreas más a los 1500 millones de hectáreas que se cultivan en el planeta.

El aumento de la generación de alimentos para la humanidad solo puede provenir, por lo tanto, del logro de mayores índices de productivi­dad. Y para esto es indispensa­ble contar con tierras que preserven sus calidades.

La erosión eólica ha hecho daños en regiones áridas y semiáridas de la Patagonia, en partes de la región pampeana y en la Mesopotami­a (en Entre Ríos y Misiones). También se ha hecho sentir en zonas montañosas y serranas del país y en sierras pampeanas.

Las prácticas agrícolas sustentabl­es no gravitan a favor de la sanidad de los suelos de manera importante de un día para otro. Insume décadas lograr mejoramien­tos apreciable­s, como se advierte en los suelos bajo siembra directa desde hace más de 20 años: apenas en los primeros cinco centímetro­s se percibe, después de ese período, un cambio sensible, pero aun lejano en relación con la riqueza de materia orgánica que se encuentra por comparació­n en tierras que puedan servir de testigo de lo que eran hace cien años esos suelos.

La manera intensa y discontinu­a en que se vienen dando los procesos en los últimos 50 años ha dado lugar a paisajes sin clara división entre suelo rural y urbano, con zonas de transición que mezclan usos heterogéne­os del suelo y clara pérdida de tierras a expensas de una mayor urbanizaci­ón.

La lucha contra la desertific­ación es de resultados lentos. Por eso, quienes no la han encarado todavía deben afrontarla sin demora alguna. Es un objetivo en cuya difusión deben empeñarse los gobiernos e institucio­nes con sentido de responsabi­lidad social.

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