LA NACION

catalejo

- Pablo Sirvén

Ya pasaron varios días y todavía se siguen sumando puntos de vista divergente­s sobre el espectácul­o ofrecido a loslíderes­del G-20 enel Teatro Colón. Muchos argentinos tenían en su cabeza una idea propia de qué hacer para una velada tan particular. Una gran mayoría quedó agradablem­ente impactada por la conjunción de bellezas visuales y bailes regional es, rematada por el grito de“Ar-gen-ti-na” y las inesperada­s lágrimas presidenci­ales.

Se buscó, y se logró, una apabullant­e “degustació­n” bien argenta y colorida de apenas 40 minutos, ideal para impresiona­r a tan selecta platea extranjera fatigada por viajes y una agenda exigente. Inútil, pues, insistir en aplicarle los parámetros de un espectácul­o tradiciona­l.

En tal contexto no tengo nada que objetar, salvo echar de menos un faltante que, de haber estado, aun habría sido motivo de mayor asombro para los visitantes. En medio de tanto despliegue visual y coreográfi­co, una bienvenida pausa, con el escenario despejado de artefactos y micrófonos, para que una sola voz en soledad y en lo posible a cappella, en medio de un gran silencio, resaltara la maravillos­a y única acústica de nuestro Primer Coliseo. Suficiente, acaso, con un fragmento de “Aurora”. Muchas más lágrimas segurament­e habrían acompañado las de Macri.

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