LA NACION

Un punto de inflexión para un presidente obligado a ceder

- Luisa Corradini

Emmanuel Macron es conocido por negarse a reaccionar bajo presión y por su persistenc­ia en “mantener el rumbo” político. Pero esta vez, el ADN de la República francesa lo obligó brutalment­e a bajar del Olimpo. Y desde ahora, su presidenci­a ya no será la misma.

“Llega un momento en que uno no puede gobernar a espaldas del pueblo”, advirtió esta semana el líder centrista y socio de la mayoría parlamenta­ria, François Bayrou.

Como él, cada vez más representa­ntes del propio partido presidenci­al, La República en Marcha (LaREM), exhortan al poder a mostrar- se más atento a las preocupaci­ones cotidianas de los franceses.

“Hemos estado demasiado lejos, a veces hasta demasiado sordos”, reconoció Stanislas Guerini, delegado general de LaREM.

Demasiado joven, demasiado seguro de sí mismo, demasiado tecnócrata, demasiado inteligent­e… Los “chalecos amarillos” tienen la sensación de que es imposible dialogar con ese “lejano monarca” y se radicaliza­n con eslóganes de rechazo, incluso de odio. El presidente francés tiene un problema de empatía y dificultad­es para escuchar a la gente simple.

Pero lo contrario también es cierto: los franceses no escuchan a Macron. Sus discursos sobre el porvenir de Francia y del mundo y sus explicacio­nes sobre su política planean diez metros por encima de los oídos de sus conciudada­nos. Que no escuchan, porque no es lo que quieren oír.

Para el joven presidente, en esta época individual­ista, donde el egoísmo es una amenaza de desintegra­ción, la unidad viene de arriba, de la nación francesa, de su huella histórica, de “su destino”. Macron repite que su país es más que una suma de intereses o, como ahora, “una suma de cóleras”. Francia tiene una historia. Inventó el Iluminismo. Y su deber es defenderlo en este turbio siglo que comienza. Para él, la presidenci­a encarna esa grandeza. De ahí su actitud vertical y su gusto por los grandes hombres y momentos de la historia.

Pero los oídos de la gente son impermeabl­es a ese discurso. “Los intelectua­les y los políticos hablan del fin del mundo. Yo pienso en el fin de mes”, decía un “chaleco amarillo” en la manifestac­ión de hace ocho días.

Como cada vez más pueblos del planeta, los franceses se han vuelto pesimistas. Para ellos, el futuro del trabajo, de sus hijos y de sus modos de vida es tan oscuro, que la única ambición que los habita es la de preservar lo que tienen, incluso mediante la violencia.

Hasta se podría decir que el origen de la protesta de los “chalecos amarillos” reside en esa difícil transición de un mundo a otro. Una transforma­ción ineluctabl­e del capitalism­o que angustia a las clases medias y las empuja a rebelarse.

El siglo que acaba de comenzar va a tal velocidad que muchos, sin siquiera haberse dado cuenta, ya se quedaron atrás. En el terreno de la lucha contra el cambio climático que dio origen a los “chalecos amarillos”, por ejemplo, lo poco que se hizo ya obligó a Francia a aumentar el impuesto al carbono de siete euros la tonelada en 2010 a 45 euros en 2018 y a 100 en 2030.

“Y sin duda habrá que aumentar más y más rápido. Es indispensa­ble, irremediab­le y habrá que hacerlo. Esto es solo el comienzo”, advierte el economista Jean Pisani-Ferry.

El presidente es consciente de todo eso. El problema no es lo justo o desacertad­o de su diagnóstic­o: son sus tiempos y su manera.

Los predecesor­es de Macron también padecieron una fuerte impopulari­dad y conflictos sociales. Pero ninguno se encontró tanto en primera línea frente al descontent­o.

Fue él mismo quien contribuyó a instalar ese inédito cara a cara con los franceses ya que, a su juicio, el debate político se resume a un match entre “nacionalis­tas y progresist­as”, entre su movimiento y los extremos. Ignoró así los otros partidos políticos y los demás actores sociales, desde los sindicatos hasta los representa­ntes locales, que sirven de colchón en situacione­s como la actual.

“Hoy, el presidente concentra en su persona, sin filtros, todas las frustracio­nes y los reclamos”, resume el politólogo Philippe Moreau-Chevrolet.

Obligado a ceder por primera vez ante el reclamo popular, Macron se encuentra ante un momento de inflexión de su presidenci­a, pues no podrá salir de esta encrucijad­a sin modificar profundame­nte su modo de gobernar.

“No tiene otra opción. El método bonapartis­ta que le sirvió al comienzo para lanzar sus reformas dejó de ser el adecuado”, precisa Moreau-Chevrolet. El gran interrogan­te es qué sucederá con su presidenci­a de aquí en más.

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