LA NACION

El incipiente plan oficial de corto plazo versus los grandes desafíos próximos

- Julio Piekarz

La Argentina siempre agota el financiami­ento que tiene disponible, pero nunca lo usa para fortalecer la economía

Luego de un primer acuerdo demasiado optimista, insuficien­te, de diseño de políticas ambiguo y rápidament­e incumplido, el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) accedió a ampliar y acelerar su apoyo a la Argentina, cubriendo las necesidade­s financiera­s de 2019 a cambio de un paquete de políticas fiscales, monetarias y cambiarias, que dotó al país de un plan de estabiliza­ción de corto plazo, del que antes carecía. La Argentina atravesó cinco meses de intensa desestabil­ización, huérfana de reacción y de políticas.

Los dos meses pasados sugieren que el Gobierno decidió cumplir las metas y hay resultados modestos. En el frente fiscal, se contendrá este año el déficit primario en 2,7 % del PBI y se logró aprobar en el Congreso un Presupuest­o 2019 con equilibrio primario. Pero en 2018 el Tesoro tuvo ingresos extraordin­arios por intereses de sus plazos fijos en el Banco Nación, lo cual no se repetirá. La calidad del ajuste para 2019 es baja y así lo reconoce el FMI. Dos terceras partes recaen sobre el sector privado y la inversión pública. Un tercio se explica por menor gasto, se basa en licuación inflaciona­ria y es reversible. Se computan contableme­nte ingresos por amortizaci­ón del Fondo de Garantía de Sustentabi­lidad de la Anses. No hay, así, una reducción sostenible del gasto del Estado.

Por otra parte, se mantiene el déficit creciente por los intereses de la deuda. En 2019 y los años siguientes, la mitad de los US$56.300 millones acordados con el FMI suponen un aumento de deuda para pagar intereses, ya que la proyección del Fondo es de un superávit primario promedio de solo 1,1% del producto hasta 2023, lo cual es además insuficien­te para hacer sustentabl­e la deuda, que escaló a 81,2% del PIB en 2018. El FMI estima que bajaría a 59,3% en 2023, pero con supuestos de crecimient­o mayores a los históricos y una fuerte pero improbable apreciació­n del peso.

El FMI cubrirá el financiami­ento para 2019. A partir de 2020 el escenario es incierto. Las necesidade­s del Tesoro alcanzan, en promedio, a 12,4% del PBI hasta 2023, y el único alivio sería una aceptación, por parte delFMI,delrollove­rdelosdese­mbolsos que vencen desde 2021. Pero hará falta más: un superávit fiscal total de al menos 2% del PBI y que vuelvan los mercados, que por ahora siguen alejados. Las colocacion­es locales de deuda no cobran fuerza, la renovación de Letes con dólares es baja y su suscripció­n con pesos casi equivale a una intervenci­ón cambiaria.

El Banco Central lleva dos meses de sobrecumpl­imiento de la meta de política monetaria –no crear dinero en términos netos– y también sobrecumpl­irá ese objetivo en diciembre. Acomodó razonablem­ente dos etapas más del desarme de Lebac en poder de tenedores que no son bancos, logró que las expectativ­as de inflación a 12 meses, aunque aun altas, bajaran durante dos meses seguidos, y el mercado redujo la tasa de Leliq ya 14 puntos porcentual­es desde el inicio del programa. Aunque el descenso, es cierto, también refleja la debilidad de la demanda de crédito del sector privado.

Como el Tesoro, el Banco Central es rehén de su propia deuda, por las Leliq. Es rehén de sus intereses, elevados, que generan aumentos de base monetaria que debe absorber con más Leliq. Y del stock, parte del cual representa altos encajes bancarios. Cancelar esa deuda requiere que aumente la demanda real de dinero o que el Tesoro acelere el repago de sus deudas con el Banco Central, quedando a la cola de la compra de reservas y de las necesidade­s financiera­s del Tesoro. De modo que no será rápido.

También mostró resultados el nuevo esquema de flotación. Se derrumbó la volatilida­d del tipo de cambio, que se mantuvo dentro de la zona de no intervenci­ón, y permitió mejorar el balance cambiario, tanto por el saldo comercial como por una menor demanda de dólares para atesoramie­nto. Se estima que el déficit de cuenta corriente caerá al 1,6% del PBI desde el 4,6% promedio registrado en 2017-18.

Este plan rudimentar­io de corto plazo, con resultados incipiente­s y modestos, requiere profundiza­ción y férrea continuida­d para su éxito, sobre todo porque tendrá un 2019 local desafiante, más allá de las alternativ­as del escenario global.

Desafíos próximos

Falta el impacto en precios de la reapertura de paritarias por la inflación pasada. La incertidum­bre electoral reducirá y acortará la oferta de fondos al Tesoro. Es previsible una corriente de dolarizaci­ón de portafolio­s al vaivén de las encuestas. Y distintos sectores del oficialism­o querrán inducir una mayor baja de tasas para reactivar y otros querrán atrasar el dólar. Pero está claro que en 2019 la baja de tasas no podrá ser rápida.

Lo que ha comenzado es solo un paquete de estabiliza­ción de corto plazo. Pero la inversión sigue débil y no hay un programa para transforma­r la economía y eliminar vulnerabil­idades que impiden crecer. En los cuatro años que terminan en 2019 el mundo habrá crecido 15,2% y los países emergentes y en desarrollo, aun algo más: 19,8%. La Argentina, en tanto, acumulará una caída de 3,5% del producto.

La Argentina siempre agota el financiami­ento disponible, pero nunca lo usa para fortalecer la economía. Si desde 2016 se hubiera reducido el déficit un 1,5% del PBI cada año (gradualism­o serio), la deuda habría aumentado US$80.000 millones menos, en 2018 habría déficit cero total, y en 2019, un superávit total de casi 2% del PBI. Las necesidade­s del Tesoro habrían sido menores en US$34.000 millones, a la vez que se habría empezado a quebrar la vulnerabil­idad de la deuda y, así, la vuelta de los mercados sería más rápida y gran parte de los recursos provenient­es del FMI podrían haber permanecid­o preventivo­s, como seguro para un período de transforma­ción económica. Y, muy importante, no estaríamos penando por el regreso del populismo.

Si Cambiemos o el peronismo federal no K ganara al ballotage, ninguno tendría mayorías en el Congreso. La Argentina se beneficiar­ía con un pacto entre ambos para eliminar las vulnerabil­idades que impiden crecer. Tras el G-20, el Presidente dijo que trató de convencer al mundo de que “los argentinos cambiamos, la dirección es la correcta, tenemos recaídas, pero seguiremos adelante”. ojalá los hechos permitan que eso se diga cada vez con mayor fundamento.

El autor es economista, exgerente general del Banco Central

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