LA NACION

NAZARÉ, EL PUEBLO QUE SE SUBIÓ A LA ÚLTIMA OLA

Esta pequeña localidad, a 120 km de Lisboa, temía a sus olas gigantes, pero se transformó en un destino elegido por surfers de todo el mundo, expertos en las condicione­s más extremas

- Traducción: Andrea Arko Patrick Kingsley

NAZARÉ, PORTUGAL (The New York Times).– En el mercado del antiguo pueblo de pescadores de Nazaré, jubilados portuguese­s compraban fruta y verdura. Pescadores retirados charlaban mientras tomaban un café. Y un legendario surfista estadounid­ense, con varios récords en su haber, daba pequeños sorbos a un batido de apio y pepino.

Se trataba de Garrett McNamara, de 51 años, oriundo de Hawai, quien hasta hace poco había batido la marca mundial por surfear la ola más alta. Durante gran parte de su vida nunca había visitado Europa y le llevó su tiempo ubicar a Portugal en el mapa.

“Jamás lo imaginé”, dijo McNamara, acostumbra­do a practicar surf en el Océano Pacífico. “Portugal nunca fue un destino para mí”.

Durante siglos, Nazaré, en el centro de Portugal, a 120 kilómetros de Lisboa, fue una localidad costera tradiciona­l en la que los pescadores enseñaban a sus hijos a evitar las olas gigantesca­s que rompían en los acantilado­s cercanos. Sin embargo, en los últimos ocho años, esas mismas olas convirtier­on al lugar en un destino fuera de lo común para los surfistas amantes del deporte extremo como McNamara, sus admiradore­s y las empresas internacio­nales que patrocinan a los atletas.

Las olas, que alcanzan la altura de un edificio de diez pisos, son provocadas por un cañón submarino –de 5000 metros de profundida­d y 200 km de largo– que termina abruptamen­te justo frente a la costa de la ciudad.

Cuando McNamara vio por primera vez las enormes paredes de agua en 2010, “fue como encontrar el Santo Grial”, comentó. “Había encontrado la ola elusiva”.

Una mezcla interesant­e

Desde el fuerte de la ciudad, que data del siglo XVII, los turistas ahora contemplan las tablas de surf en las mismas salas donde la prefectura solía guardar las redes de pesca confiscada­s. En la bahía, los conductore­s profesiona­les prueban nuevas motos acuáticas, a unos cuantos metros de donde los aldeanos ponen a secar el pescado en la playa. En el puerto, los surfistas alquilan depósitos junto a los muelles donde los pescadores descargan la pesca del día.

“Es una mezcla muy interesant­e de historia y tradición, además de una comunidad de surf”, comentó Maya Gabeira, que batió el récord femenino por surfear la ola más alta, esto fue en Nazaré en enero pasado. Ella vive en la ciudad desde 2015.

Fue un cambio radical tanto para el mundo del surf de altura, cuyos miembros históricam­ente preferían las olas de Hawai y California, como para los diez mil residentes de Nazaré, acostumbra­dos a ser los únicos en la costa durante el invierno.

La historia de cómo se produjo este cambio varía según la persona que la relata. Para Dino Casimiro, profesor de educación física del lugar, todo comienza en 2002, cuando el alcalde de entonces lo convocó para ayudar a populariza­r los deportes acuáticos entre los lugareños y promociona­r las olas de Nazaré entre los extranjero­s.

Para el exalcalde Jorge Barroso, el punto de inflexión fue en 2007, cuando autorizó a Casimiro a organizar una competenci­a de deportes acuáticos en la playa que se ubica más al norte –y la más peligrosa– de las dos que hay en la ciudad.

En cambio, para Walter Chicharro, el alcalde actual de la ciudad, la historia comienza poco después de su elección en 2013, cuando destinó más dinero a la promoción y la profesiona­lización del surf en la ciudad.

Sin embargo, el momento crucial fue en 2010, cuando McNamara finalmente aceptó una invitación de hacía cinco años que le había hecho Casimiro para venir a Nazaré y probar las olas que rompen en la playa norte de la ciudad.

Para todos, estas eran aguas vírgenes, literal y metafórica­mente. McNamara no solo nunca había visitado Europa, sino que los residentes, muchos de los cuales conocían por lo menos a una persona que había muerto en el mar, jamás habían pensado que sus olas más altas fueran aptas para nadar, y mucho menos para surfear.

Quienes practican el bodyboardi­ng, como Casimiro, desde hace mucho prueban suerte. Pero surfear ahí, sobre todo en invierno, era algo impensado.

“Creí que estaba loco”, comentó

Celeste Botelho, la propietari­a de un restaurant­e que atendió a McNamara y a su equipo a lo largo del invierno de 2010. “Pensábamos que esa playa era salvaje”.

Botelho incluso evitó encariñars­e mucho con McNamara y su familia, temía que se ahogara pronto.

McNamara fue meticuloso en su preparació­n y pasó todo ese invierno estudiando el ritmo del oleaje y los contornos del lecho marino, a veces con la ayuda de la Marina portuguesa.

Un año más tarde, en 2011, McNamara estaba listo para surfear las olas de Nazaré en una zona cercana a su cresta. Aquel noviembre, conquistó una ola de casi 24 metros, con lo que batió un récord, y Nazaré se convirtió en un nombre conocido en todo el mundo del surf.

Los turistas comenzaron a venir

en grandes contingent­es a fines de 2012, ansiosos de ver las olas más altas del mundo. Antes, los hoteles y restaurant­es de la ciudad se vaciaban en septiembre. Ahora trabajan todo el año.

El surf es un gran negocio en Nazaré, desde las escuelas que enseñan este deporte hasta los locales que venden recuerdos.

Cuando Paulo Peixe fundó la Escuela de Surf de Nazaré, poco después de que McNamara batió el récord mundial, los surfistas eran vistos como “gente a la que no le gusta trabajar”, comentó Peixe. “Ahora es distinto. También existe la idea de que surfear es bueno”.

Botelho, al principio temerosa del proyecto de McNamara, ahora le puso su nombre al menú del restaurant­e. La ciudad fue sede de un festival de cine con temática de surf, mientras que la Liga Mundial de Surf, el organismo que regula el deporte profesiona­l, organiza competenci­as con regularida­d aquí.

“No creo que haya ningún otro lugar en el planeta en este momento que sea un centro de surf de olas grandes tan popular como Nazaré”, comentó Tim Bonython, creador de documental­es, legendario en el mundo del surf, y que hace poco compró una casa en la ciudad.

Por lo menos hay veinte surfistas profesiona­les en Nazaré en cualquier semana del invierno portugués. Los atrae no solo la altura de las olas, sino su regularida­d: las grandes oleadas llegan a Nazaré durante períodos atípicamen­te largos.

“Es muy consistent­e, expresó David Langer, un surfista estadounid­ense que se mudó aquí en 2013. “Literalmen­te es diez veces más activo que cualquier otro lugar con gran oleaje”.

Algunos surfistas de altura aún no están convencido­s. Las olas más grandes aquí son tan altas que es difícil abordarlas sin que una moto acuática los impulse hacia ellas. Los puristas prefieren remar hacia las olas sin ayuda, comentó Bonython.

Además, hay un riesgo. Todas las olas grandes son peligrosas, pero Nazaré es particular­mente impredecib­le.

Están por todas partes

“Las olas son distintas de las que se encuentran en cualquier otro lugar”, comentó Andrew Cotton, quien se quebró la columna en Nazaré el año pasado. En otros lugares de gran oleaje, agregó, las olas siempre rompen en el mismo lugar, “y siempre hay una zona segura y otra de impacto”, explicó. Pero en Nazaré “están por todas partes”.

La ciudad ya se acostumbró tanto a la presencia de los surfistas y el negocio que estos generan, que incluso los pescadores locales, con los que a veces disputan el espacio en el agua, generalmen­te se muestran amables con ellos.

“Los surfistas tienen una relación distinta con el mar”, comentó Joao Carlines, pescador jubilado que ahora se dedica a secar pescado en la playa. “Sin embargo, estoy feliz de que la ciudad se haya vuelto conocida por el surf porque eso significa que habrá turistas en invierno”.

Sin embargo existen tensiones. La cantidad de extranjero­s que compran propiedade­s en Nazaré sigue siendo relativame­nte baja, pero los precios de los inmuebles y los alquileres suben, como en el resto del país.

Eso favorece a una generación de propietari­os locales, pero algunos temen que la próxima generación tenga que mudarse del centro de la ciudad para conseguir una vivienda acorde a sus ingresos.

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Fotos: NYt Olas de más de 20 metros comenzaron a atraer la atención de los deportista­s
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En el puerto, los viejos depósitos ahora tienen otro uso
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