LA NACION

Gabriel Gorodetsky. “Se cree que Rusia sigue con la lógica de la Guerra Fría, pero no es así”

A partir del hallazgo del diario de un diplomátic­o soviético en Londres durante la Segunda Guerra, el historiado­r israelí devela aspectos insospecha­dos de la alta diplomacia y de la tierra de Putin

- Texto Martín Baña | Fotos Patricio PidaL/AFV

Escribir un diario personal bajo el estalinism­o podía ser un acto temerario. El propio Stalin instaba a sus colaborado­res a no dejar registros escritos e incluso les prohibía tomar notas durante las reuniones en el Kremlin. Desafiante, Iván Maiski, embajador soviético en Londres entre 1932 y 1943, escribió un exquisito y fascinante relato sobre su vida como diplomátic­o durante esos años tan interesant­es.

Maiski no era el prototipo del burócrata soviético con el que solemos encontrarn­os en películas y series. Por el contrario, hasta bien entrado 1917 fue mencheviqu­e y siempre le gustó mostrarse como un intelectua­l cosmopolit­a capaz de frecuentar a Winston Churchill y ser retratado por Oskar Kokoshka. Sin embargo, como embajador luchó con ahínco por defender los intereses de la Unión Soviética hasta que, caído en desgracia, tuvo que volver a Moscú dos años antes del fin de la guerra. A su regreso, lo primero que incautaron las autoridade­s fue su diario. Maiski nunca pudo recuperarl­o y el manuscrito permaneció olvidado hasta que en 1993 el historiado­r Gabriel Gorodetsky dio con él en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia. En 2015, y luego de varios años de arduo trabajo, Gorodetsky publicó en inglés el diario acompañado de una notable tarea de edición y contextual­ización histórica. El investigad­or, que es especialis­ta en historia rusa, está de visita en nuestro país para dictar una serie de conferenci­as y presentar la traducción del diario al castellano que este año editó la editorial RBA bajo el título El cuaderno secreto. Una excelente ocasión para derribar los mitos construido­s durante la Guerra Fría acerca de la Segunda Guerra Mundial y la política exterior soviética.

El diario de Iván Maiski fue redescubie­rto por usted en 1993 y publicado en inglés en tres volúmenes hace poco tiempo, ¿que nueva informació­n aporta para entender los entretelon­es de la Segunda Guerra Mundial? Dado el terror estalinist­a y las purgas, los funcionari­os soviéticos no dejaron registros escritos, ya que podían ser utilizados como evidencia en su contra. En ese sentido, el diario de Maiski es único: tiene más de un millón de palabras, está lleno de detalles y es muy ilustrativ­o, con lo cual es una fuente indispensa­ble para entender de manera fehaciente los entretelon­es de la Segunda Guerra Mundial, pero también la Guerra Civil Española y el ascenso del nazismo. Cualquiera que conozca Rusia sabe la importanci­a que tiene la dimensión personal. El diario aporta los rostros humanos de la política exterior soviética que son claves para entender cuestiones que solían ser atribuidas únicamente a Stalin, como la firma del pacto Molotov-Ribbentrop. De alguna manera, se parece a nuestro presente, cuando se atribuye todo a Putin. Sin embargo, siempre hay más actores involucrad­os. De acuerdo a esta importanci­a otorgada al “factor humano”, ¿qué dice el diario sobre estos personajes? Además de ponerle rostros a la política exterior, Maiski muestra hasta qué punto las acciones de esas personalid­ades no estaban determinad­as por factores ideológico­s. Más aún, gran parte de la política exterior soviética estuvo basada en factores geopolític­os que no cambiaron en más de cien años, mostrando una notable continuida­d con el pasado. De modo que una vez que reducimos el factor ideológico, el papel de las personalid­ades se vuelve importante. Cuando Maiski llegó a Londres a finales de 1932, él y su jefe, el canciller Maxim Litvínov, se dieron cuenta del peligro que suponía la llegada de Hitler al poder. Maiski había comprendid­o muy rápidament­e que había sido asignado a un lugar significat­ivo, la capital del mundo occidental, donde podía ser testigo y parte de grandes eventos.

Un ejemplo de este triunfo del pragmatism­o por sobre la ideología y cierta disparidad de voces en la diplomacia se puede observar en la reacción frente a la Guerra Civil española, ¿no es así?

Así es. La posición que sostiene Maiski difiere en gran parte de la sostenida en Moscú. Stalin, Litvínov y Molotov creían que, en principio, la URSS no debía ignorar lo que estaba pasando en España porque la izquierda, especialme­nte la trotskista, podía “apropiarse” del caso. De modo que era importante apoyar a los republican­os, no tanto desde un lugar ideológico genuino, sino para reforzar su legitimida­d como Estado socialista. Pero muy rápidament­e llegaron a la conclusión, que Stalin había aprendido en los años 20, de que si se desarrolla­n políticas de acuerdo a una doctrina ideológica y se ignora la realpoliti­k se termina aislado, como pasó cuando los soviéticos apoyaron la huelga general de 1926 en Inglaterra y lesionaron las relaciones anglosovié­ticas por dos años. De modo que, medio año después del estallido de la Guerra Civil en España, los rusos evitaron el apoyo. La posición de Maiski era diferente. Él creía que la guerra en España era el anticipo de un conflicto mayor, con lo cual sostenía que debía apoyarse a los republican­os ya que su triunfo reforzaría la posición de la URSS y de los poderes occidental­es frente a Hitler. La angustia que sintió cuando acabó el conflicto fue bastante grande.

En ese sentido, es notable el margen de maniobra que muestra Maiski, incluso para llevar adelante sus propias iniciativa­s sin contar con la aprobación del Kremlin. ¿Cómo encuadramo­s esta conducta dentro de la visión que considera a la Unión Soviética de Stalin como un Estado totalitari­o?

Muchos historiado­res dan por sentado que Stalin era el que decidía todo, pero a través del diario observamos una situación completame­nte diferente, ya que los funcionari­os tenían cierto margen de maniobra para establecer políticas. Hubo debates y peleas entre Litvínov y Molotov, por ejemplo, respecto de la firma del tratado con Alemania. Ahora bien, lo que convertía en autoritari­o al régimen era que al final del día Stalin elegía una opción y desde ese momento se convertía en la política y no había ninguna discusión más. En ese sentido, hay una técnica interesant­e que Maiski desarrolló para tener más influencia, que consistía en convencer a sus interlocut­ores de adoptar como suyas ideas que en realidad habían sido diseñadas por él. Una vez aceptadas, las presentaba en Moscú como interesant­es, pero logrando despegarse de ellas.

Llama la atención el nombramien­to de Maiski como embajador en una plaza tan importante como Londres: era un ex mencheviqu­e, cosmopolit­a, y tenía raíces judías. ¿Qué factores ayudaron a su nombramien­to y a que no pereciera en las purgas?

Es una pregunta excelente, porque debemos recordar que durante las purgas solo cuatro embajadore­s fueron dejados en sus puestos en Europa, y el resto fue convocado a Moscú: algunos fueron ejecutados y otros enviados a Siberia. Con lo cual, lo primero que debemos decir es que Maiski fue un sobrevivie­nte, ya que efectivame­nte había sido mencheviqu­e y además había peleado activament­e contra los bolcheviqu­es durante la Guerra Civil. En ese sentido, tenemos que recordar que la primera generación de diplomátic­os soviéticos provino de los socialista­s que habían estado en el exilio zarista, como Maiski. Eran cosmopolit­as, hablaban idiomas, conocían el escenario político, y es por eso que fueron utilizados por el gobierno. La mayoría de los revolucion­arios locales eran aquellos que no habían estado en el exilio, como Stalin o Molotov, y no tenían esa experienci­a en Occidente ni hablaban idiomas extranjero­s.

Durante su estadía en Londres, Maiski frecuentó contactos que fueron más allá de sus colegas diplomátic­os. ¿Está esto vinculado a una forma de ejercer la diplomacia o fue solo una cuestión de interés personal?

Sin dudas, está vinculado a lo primero. De alguna manera, Maiski fundó la diplomacia moderna. Antes los diplomátic­os tenían, en general, poco margen de maniobra para sus propias iniciativa­s y se contactaba­n solo con colegas. Pero Maiski “revolucion­ó” la diplomacia, como sucedió con otros aspectos de la vida en Rusia luego de 1917, porque introdujo principios y bases nuevas. Por ejemplo, fue el primero en cultivar vínculos con personajes de la cultura, como H. G. Wells y con dueños de periódicos, buscando así influencia­r a la opinión publica. Incluso buscaba manipular a la oposición, lo cual claramente excedía la función tradiciona­l que tenía un embajador. Hay en Maiski una infatigabl­e búsqueda por acercar posiciones entre Rusia e Inglaterra. ¿Cómo se inserta este intento dentro la compleja relación que Europa tuvo históricam­ente con Rusia? He estudiado la política exterior soviética por cuarenta años, y desde el principio estuve interesado en los aspectos culturales de la diplomacia porque me di cuenta de hasta qué punto la rivalidad imperial entre Rusia y Gran Bretaña estableció premisas culturales que crearon ideas preconcebi­das. Estos preconcept­os se expandiero­n en el tiempo y llevaron a una desconfian­za mutua. Entonces comprendí que estos preconcept­os eran muy importante­s al momento de establecer relaciones diplomátic­as o a la hora de tomar decisiones, tanto en la paz como en la guerra. Esto es algo que se observa a lo largo de la historia, ya sea con los zares, Stalin o ahora con Putin. Dado el desconocim­iento que hay al respecto, el aporte del diario es más que significat­ivo, ya que muestra cómo el tradiciona­l temor inglés a la expansión rusa (por ejemplo hacia la India, lo cual nunca existió en realidad) generó una situación que buscó aislar a Rusia. Esa tradición de aislamient­o basada en un temor imaginario se puede observar en Georges Clemenceau y su idea de crear un “cordón sanitario” y luego con Churchill, quien reformuló la frase a través de la más contundent­e “cortina de hierro”. De este modo, esta búsqueda de aislar a Rusia es más un problema cultural que de realpoliti­k y demuestra que los preconcept­os pueden ser tan importante­s como el despliegue de ejércitos. Maiski notó esto también y buscó superarlo, tratando de acercar posiciones y mostrar a Rusia como un poder europeo. El diario fue escrito en ruso pero la traducción al castellano se hizo desde la publicació­n inglesa, ¿hay alguna razón en especial? Efectivame­nte, la hay. Gran parte de las conversaci­ones sostenidas por Maiski en Londres fueron realizadas en idioma inglés, y luego él las tradujo al ruso. Al preparar la edición inglesa, el traductor logró reconstrui­r el inglés de los interlocut­ores de Maiski en vez de traducir desde la traducción rusa del embajador, con lo cual la edición inglesa resultaba más acertada para traducir al castellano. Dadas las caracterís­ticas de la política exterior rusa ¿es conocido Maiski hoy dentro de la diplomacia? ¿Qué recuperaci­ón se ha hecho de su obra en Rusia? En los tiempos soviéticos, fue una figura prominente y conocida dentro del Ministerio de Asuntos Exteriores. Sin embargo, públicamen­te fue olvidado tanto en Rusia como en Occidente. Por ejemplo, si uno googleaba “Maiski” antes de la publicació­n de su diario en 2015, probableme­nte hubiesen saltado pocos resultados. Lo desafío a googlearlo ahora y ver cómo todo ha cambiado. En la residencia del embajador en Londres mantuviero­n su cuarto tal como estaba y lo llamaron “El cuarto de Maiski”; hace poco colocaron una placa en la puerta. De modo que sí, ha dejado un legado, aunque tal vez hoy no sea tan relevante. ¿Y cómo observa la actual posición de Rusia dentro del escenario geopolític­o internacio­nal? Es interesant­e, porque todo el mundo piensa que Rusia continúa con la lógica de la Guerra Fría y se la sigue viendo como una potencial amenaza, tal como sucedía hace 40 ó 50 años. Sin embargo, tanto en el pasado como en el presente, Rusia no hizo más que desplegar una política exterior que apuntaba a consolidar su territorio y zonas de influencia, y eventualme­nte defenderse de posibles provocacio­nes. En ese sentido, no difiere mucho de otras potencias mundiales.

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LA FOTO. “Además de ser historiado­r, he tocado el clarinete de manera semiprofes­ional –cuenta Gorodetsky–. Compartí escenario con el Trío Israel y con el renombrado pianista alemán Silke Avenhaus”.
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