Gabriel Gorodetsky. “Se cree que Rusia sigue con la lógica de la Guerra Fría, pero no es así”
A partir del hallazgo del diario de un diplomático soviético en Londres durante la Segunda Guerra, el historiador israelí devela aspectos insospechados de la alta diplomacia y de la tierra de Putin
Escribir un diario personal bajo el estalinismo podía ser un acto temerario. El propio Stalin instaba a sus colaboradores a no dejar registros escritos e incluso les prohibía tomar notas durante las reuniones en el Kremlin. Desafiante, Iván Maiski, embajador soviético en Londres entre 1932 y 1943, escribió un exquisito y fascinante relato sobre su vida como diplomático durante esos años tan interesantes.
Maiski no era el prototipo del burócrata soviético con el que solemos encontrarnos en películas y series. Por el contrario, hasta bien entrado 1917 fue menchevique y siempre le gustó mostrarse como un intelectual cosmopolita capaz de frecuentar a Winston Churchill y ser retratado por Oskar Kokoshka. Sin embargo, como embajador luchó con ahínco por defender los intereses de la Unión Soviética hasta que, caído en desgracia, tuvo que volver a Moscú dos años antes del fin de la guerra. A su regreso, lo primero que incautaron las autoridades fue su diario. Maiski nunca pudo recuperarlo y el manuscrito permaneció olvidado hasta que en 1993 el historiador Gabriel Gorodetsky dio con él en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia. En 2015, y luego de varios años de arduo trabajo, Gorodetsky publicó en inglés el diario acompañado de una notable tarea de edición y contextualización histórica. El investigador, que es especialista en historia rusa, está de visita en nuestro país para dictar una serie de conferencias y presentar la traducción del diario al castellano que este año editó la editorial RBA bajo el título El cuaderno secreto. Una excelente ocasión para derribar los mitos construidos durante la Guerra Fría acerca de la Segunda Guerra Mundial y la política exterior soviética.
El diario de Iván Maiski fue redescubierto por usted en 1993 y publicado en inglés en tres volúmenes hace poco tiempo, ¿que nueva información aporta para entender los entretelones de la Segunda Guerra Mundial? Dado el terror estalinista y las purgas, los funcionarios soviéticos no dejaron registros escritos, ya que podían ser utilizados como evidencia en su contra. En ese sentido, el diario de Maiski es único: tiene más de un millón de palabras, está lleno de detalles y es muy ilustrativo, con lo cual es una fuente indispensable para entender de manera fehaciente los entretelones de la Segunda Guerra Mundial, pero también la Guerra Civil Española y el ascenso del nazismo. Cualquiera que conozca Rusia sabe la importancia que tiene la dimensión personal. El diario aporta los rostros humanos de la política exterior soviética que son claves para entender cuestiones que solían ser atribuidas únicamente a Stalin, como la firma del pacto Molotov-Ribbentrop. De alguna manera, se parece a nuestro presente, cuando se atribuye todo a Putin. Sin embargo, siempre hay más actores involucrados. De acuerdo a esta importancia otorgada al “factor humano”, ¿qué dice el diario sobre estos personajes? Además de ponerle rostros a la política exterior, Maiski muestra hasta qué punto las acciones de esas personalidades no estaban determinadas por factores ideológicos. Más aún, gran parte de la política exterior soviética estuvo basada en factores geopolíticos que no cambiaron en más de cien años, mostrando una notable continuidad con el pasado. De modo que una vez que reducimos el factor ideológico, el papel de las personalidades se vuelve importante. Cuando Maiski llegó a Londres a finales de 1932, él y su jefe, el canciller Maxim Litvínov, se dieron cuenta del peligro que suponía la llegada de Hitler al poder. Maiski había comprendido muy rápidamente que había sido asignado a un lugar significativo, la capital del mundo occidental, donde podía ser testigo y parte de grandes eventos.
Un ejemplo de este triunfo del pragmatismo por sobre la ideología y cierta disparidad de voces en la diplomacia se puede observar en la reacción frente a la Guerra Civil española, ¿no es así?
Así es. La posición que sostiene Maiski difiere en gran parte de la sostenida en Moscú. Stalin, Litvínov y Molotov creían que, en principio, la URSS no debía ignorar lo que estaba pasando en España porque la izquierda, especialmente la trotskista, podía “apropiarse” del caso. De modo que era importante apoyar a los republicanos, no tanto desde un lugar ideológico genuino, sino para reforzar su legitimidad como Estado socialista. Pero muy rápidamente llegaron a la conclusión, que Stalin había aprendido en los años 20, de que si se desarrollan políticas de acuerdo a una doctrina ideológica y se ignora la realpolitik se termina aislado, como pasó cuando los soviéticos apoyaron la huelga general de 1926 en Inglaterra y lesionaron las relaciones anglosoviéticas por dos años. De modo que, medio año después del estallido de la Guerra Civil en España, los rusos evitaron el apoyo. La posición de Maiski era diferente. Él creía que la guerra en España era el anticipo de un conflicto mayor, con lo cual sostenía que debía apoyarse a los republicanos ya que su triunfo reforzaría la posición de la URSS y de los poderes occidentales frente a Hitler. La angustia que sintió cuando acabó el conflicto fue bastante grande.
En ese sentido, es notable el margen de maniobra que muestra Maiski, incluso para llevar adelante sus propias iniciativas sin contar con la aprobación del Kremlin. ¿Cómo encuadramos esta conducta dentro de la visión que considera a la Unión Soviética de Stalin como un Estado totalitario?
Muchos historiadores dan por sentado que Stalin era el que decidía todo, pero a través del diario observamos una situación completamente diferente, ya que los funcionarios tenían cierto margen de maniobra para establecer políticas. Hubo debates y peleas entre Litvínov y Molotov, por ejemplo, respecto de la firma del tratado con Alemania. Ahora bien, lo que convertía en autoritario al régimen era que al final del día Stalin elegía una opción y desde ese momento se convertía en la política y no había ninguna discusión más. En ese sentido, hay una técnica interesante que Maiski desarrolló para tener más influencia, que consistía en convencer a sus interlocutores de adoptar como suyas ideas que en realidad habían sido diseñadas por él. Una vez aceptadas, las presentaba en Moscú como interesantes, pero logrando despegarse de ellas.
Llama la atención el nombramiento de Maiski como embajador en una plaza tan importante como Londres: era un ex menchevique, cosmopolita, y tenía raíces judías. ¿Qué factores ayudaron a su nombramiento y a que no pereciera en las purgas?
Es una pregunta excelente, porque debemos recordar que durante las purgas solo cuatro embajadores fueron dejados en sus puestos en Europa, y el resto fue convocado a Moscú: algunos fueron ejecutados y otros enviados a Siberia. Con lo cual, lo primero que debemos decir es que Maiski fue un sobreviviente, ya que efectivamente había sido menchevique y además había peleado activamente contra los bolcheviques durante la Guerra Civil. En ese sentido, tenemos que recordar que la primera generación de diplomáticos soviéticos provino de los socialistas que habían estado en el exilio zarista, como Maiski. Eran cosmopolitas, hablaban idiomas, conocían el escenario político, y es por eso que fueron utilizados por el gobierno. La mayoría de los revolucionarios locales eran aquellos que no habían estado en el exilio, como Stalin o Molotov, y no tenían esa experiencia en Occidente ni hablaban idiomas extranjeros.
Durante su estadía en Londres, Maiski frecuentó contactos que fueron más allá de sus colegas diplomáticos. ¿Está esto vinculado a una forma de ejercer la diplomacia o fue solo una cuestión de interés personal?
Sin dudas, está vinculado a lo primero. De alguna manera, Maiski fundó la diplomacia moderna. Antes los diplomáticos tenían, en general, poco margen de maniobra para sus propias iniciativas y se contactaban solo con colegas. Pero Maiski “revolucionó” la diplomacia, como sucedió con otros aspectos de la vida en Rusia luego de 1917, porque introdujo principios y bases nuevas. Por ejemplo, fue el primero en cultivar vínculos con personajes de la cultura, como H. G. Wells y con dueños de periódicos, buscando así influenciar a la opinión publica. Incluso buscaba manipular a la oposición, lo cual claramente excedía la función tradicional que tenía un embajador. Hay en Maiski una infatigable búsqueda por acercar posiciones entre Rusia e Inglaterra. ¿Cómo se inserta este intento dentro la compleja relación que Europa tuvo históricamente con Rusia? He estudiado la política exterior soviética por cuarenta años, y desde el principio estuve interesado en los aspectos culturales de la diplomacia porque me di cuenta de hasta qué punto la rivalidad imperial entre Rusia y Gran Bretaña estableció premisas culturales que crearon ideas preconcebidas. Estos preconceptos se expandieron en el tiempo y llevaron a una desconfianza mutua. Entonces comprendí que estos preconceptos eran muy importantes al momento de establecer relaciones diplomáticas o a la hora de tomar decisiones, tanto en la paz como en la guerra. Esto es algo que se observa a lo largo de la historia, ya sea con los zares, Stalin o ahora con Putin. Dado el desconocimiento que hay al respecto, el aporte del diario es más que significativo, ya que muestra cómo el tradicional temor inglés a la expansión rusa (por ejemplo hacia la India, lo cual nunca existió en realidad) generó una situación que buscó aislar a Rusia. Esa tradición de aislamiento basada en un temor imaginario se puede observar en Georges Clemenceau y su idea de crear un “cordón sanitario” y luego con Churchill, quien reformuló la frase a través de la más contundente “cortina de hierro”. De este modo, esta búsqueda de aislar a Rusia es más un problema cultural que de realpolitik y demuestra que los preconceptos pueden ser tan importantes como el despliegue de ejércitos. Maiski notó esto también y buscó superarlo, tratando de acercar posiciones y mostrar a Rusia como un poder europeo. El diario fue escrito en ruso pero la traducción al castellano se hizo desde la publicación inglesa, ¿hay alguna razón en especial? Efectivamente, la hay. Gran parte de las conversaciones sostenidas por Maiski en Londres fueron realizadas en idioma inglés, y luego él las tradujo al ruso. Al preparar la edición inglesa, el traductor logró reconstruir el inglés de los interlocutores de Maiski en vez de traducir desde la traducción rusa del embajador, con lo cual la edición inglesa resultaba más acertada para traducir al castellano. Dadas las características de la política exterior rusa ¿es conocido Maiski hoy dentro de la diplomacia? ¿Qué recuperación se ha hecho de su obra en Rusia? En los tiempos soviéticos, fue una figura prominente y conocida dentro del Ministerio de Asuntos Exteriores. Sin embargo, públicamente fue olvidado tanto en Rusia como en Occidente. Por ejemplo, si uno googleaba “Maiski” antes de la publicación de su diario en 2015, probablemente hubiesen saltado pocos resultados. Lo desafío a googlearlo ahora y ver cómo todo ha cambiado. En la residencia del embajador en Londres mantuvieron su cuarto tal como estaba y lo llamaron “El cuarto de Maiski”; hace poco colocaron una placa en la puerta. De modo que sí, ha dejado un legado, aunque tal vez hoy no sea tan relevante. ¿Y cómo observa la actual posición de Rusia dentro del escenario geopolítico internacional? Es interesante, porque todo el mundo piensa que Rusia continúa con la lógica de la Guerra Fría y se la sigue viendo como una potencial amenaza, tal como sucedía hace 40 ó 50 años. Sin embargo, tanto en el pasado como en el presente, Rusia no hizo más que desplegar una política exterior que apuntaba a consolidar su territorio y zonas de influencia, y eventualmente defenderse de posibles provocaciones. En ese sentido, no difiere mucho de otras potencias mundiales.