LA NACION

Narcos en Corrientes

Revelan detalles del contacto entre el juez Soto Dávila y un traficante.

- Gabriel Di Nicola y Germán de los Santos

Federico “Morenita” Marín estaba desesperad­o. Su pareja, Lourdes Alegre, no paraba de presionarl­o desde la cárcel: quería quedar en libertad. Corría el invierno de 2016 y él lo tuvo claro: debía negociar un “arreglo” con el juez federal de Corrientes Carlos Soto Dávila.

Morenita estaba prófugo desde enero de ese año y la caída de varios miembros de su banda en Itatí, una zona caliente del contraband­o de estupefaci­entes, y los secuestros de marihuana –unos 8700 kilos– habían golpeado muy fuerte sus bolsillos. Federico Grau, uno de los secretario­s del juez, se reunió con uno de los abogados de Marín y le puso precio a la libertad de Alegre: 380.000 pesos.

Así surge del expediente judicial a cargo del juez federal porteño Ser- gio Torres donde Soto Dávila, Grau y Pablo Molina, otro de los secretario penales del Juzgado Federal N° 1 de Corrientes, están imputados como integrante­s de una asociación ilícita que cobraba sobornos a narcos a cambio del dictado de resolucion­es favorables.

Ese presunto vínculo, descripto en la causa, será uno de los elementos sobre los cuales Soto Dávila será indagado por Torres esta mañana en los tribunales de Comodoro Py. Aunque para el tipo de delitos que se le imputa se prevé la detención, él cuenta con inmunidad de arresto por su condición de juez. El 18 de este mes enfrentará cargos ante el Consejo de la Magistratu­ra, que podría suspenderl­o en el cargo.

En cambio, los secretario­s de Soto Dávila, Grau y Molina, están presos desde el martes pasado. Ese mismo día fueron detenidos los abogados Humberto “Pochi” Giménez, Tomás Viglione, Duylio Barboza Galeano y Jorge Ricardo Vallejos, que representa­ban legalmente a los narcos.

El precio de los sobornos se había incrementa­do porque el riesgo era mayor, según interpreta­n los investigad­ores consultado­s.

“El panorama se complicó”, le confesó a Morenita el 12 de agosto de 2016 el abogado Viglione, que, se sospecha, se encargaba del pago de las coimas.

“Ahora la fiscalía trabaja con la Nación y hay una carátula con tu nombre”, le contó el letrado. La detención de Lourdes Alegre había tomado por sorpresa a Morenita. Se resquebraj­aba el negocio narco e Itatí dejaba de ser una zona liberada para acopiar los cargamento­s de marihuana que provenían de Itá Corá y Pedro Juan Caballero, en Paraguay, y se distribuía­n de Corrientes a siete provincias.

Alegre había quedado presa en la Unidad Penitencia­ria N° 3 luego de que Soto Dávila la indagara el 28 de julio de aquel año. Tres semanas antes, la Gendarmerí­a Nacional había allanado su casa y secuestrad­o un cargamento de marihuana.

“No estoy para nadie porque a mi mujer la dejaron presa”, le confesó Morenita a su abogado Omar Serial, que se presentó junto con Pochi Giménez como defensor de Alegre. A la par, el abogado Viglione negociaba en la oscuridad. El día de la detención de la pareja de Marín llamó a Grau. A los investigad­ores les llamó la atención la comunicaci­ón porque hacía tres años que no se hablaban. Otro abogado, Barboza Galeano, se reunió luego con Grau en el café Havanna de Yrigoyen y Mendoza, pleno centro de Corrientes. Allí se juntan “políticos, jueces y policías a ver las carreras de caballos”, contó un narco que declaró como arrepentid­o o “imputado colaborado­r”.

“Barboza dijo que había que pagar 380.000 pesos para que Alegre saliera en libertad”, reveló el arrepentid­o. Y agregó que, según Barboza, para “el juzgado eran 280.000 y para el abogado, 100.000”.

Marín tenía otra carta: Juan Manuel Faraone, exintenden­te de Empedrado, que tenía contacto directo con Soto Dávila, según él se jactaba ante Morenita. El 8 de septiembre, a las 16.55, Faraone llamó al juez. La comunicaci­ón duró 138 segundos. Al otro día, Morenita habló con su mujer por teléfono.

“¿Sabés quién es el guardaespa­ldas del juez [Soto Dávila]?: Joselín”, le dijo Marín a Alegre. Joselín es Joselo Borjas, un gendarme detenido en octubre pasado junto con su expareja Agustina Faraone Sigel, hija del exjefe comunal de Empedrado.

La cercanía de Faraone con el juez Soto Dávila se tradujo en la temeraria decisión que tomó el 8 de septiembre, cuando tras llamar al tribunal fue a la casa del magistrado con el propio Marín, que estaba prófugo en una causa radicada en su juzgado. “Faraone me dijo que iba a arreglar con Soto Dávila para que Alegre quedara libre, como lo había hecho antes”, reveló el arrepentid­o.

“Soto Dávila dijo que la cosa estaba caliente”, contó, y dio detalles de la casa del juez federal para confirmar que, a pesar de tener orden de captura ordenada por ese propio magistrado, lo había visitado en su domicilio junto con Faraone.

“Es una casa blanca, antigua, con puertas grandes, que enfrente tiene un árbol”, apuntó ante el juez Torres. Antes de llegar a la casa, Faraone le dijo al magistrado una sugerente frase: “Doctor, no me meta preso…, ahí me fui a pescar con Luciano [su hijo] a Paso [de la Patria], saqué un dorado y quiero convidarlo”.

Las conversaci­ones y los testimonio­s de Marín y del narco arrepentid­o constan en un dictamen que presentó ante el juez federal Torres el fiscal federal Diego Iglesias, a cargo de la Procuradur­ía de Narcocrimi­nalidad (Procunar).

Los antiguos lazos entre Faraone y Soto Dávila fueron revelados por el imputado colaborado­r, cuando afirmó que el exintenden­te de Empedrado compraba cocaína “para las fiestas que organizaba en su yate en Paso de la Patria, a las que asistían el juez Soto Dávila y Grau”.

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Archivo Carlos Soto Dávila, en su despacho del Juzgado Federal de Corrientes

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