LA NACION

Un resplandor que ilumina el continente

- Andrés Eliceche

Cómo se gestiona la felicidad? ¿Y la tristeza? Con toda la exageració­n y la barbarie de la que es capaz, el fútbol y sus vicios dispusiero­n este imperecede­ro domingo 9 de diciembre de 2018 que River y Boca culminaran en Madrid una larguísima escena de patetismo, en la que al principio de todo lo más importante parecía ser este bendito juego: ponerle un nombre y apellido al nuevo campeón de la Copa Libertador­es (ex de América). Caminaron juntos, más juntos que nunca, por el limbo escrutador hasta que tuvieron que separarse. Fue cuestión de segundos, los que tardó el colombiano Juan Fernando Quintero en hacer el gol que es foto, video y meme, y entonces las puertas se abrieron para siempre. El presente reluciente es de River.

Una parábola describió River en esta era, la mejor de toda su riquísima historia: este conquistad­or fue aquel buque hundido en el fango del descenso en junio de 2011. River se sabe feliz porque viene de allá, de aquella afrenta a su historia. No puede explicarse este día prescindie­ndo de aquel. No. Y eso amplifica el placer y el revoloteo de las mariposas en la panza de los pocos miles de hinchas que están en el Bernabéu y los millones que lo vivieron a una distancia forzada e imperdonab­le.

No hay nadie más venerado en esta hora. Gallardo aglutina a River como nadie. Su influencia trasciende esto del fútbol, la táctica, la estrategia y los goles. Su capacidad como entrenador, probada tantas veces, es un disparador hacia otros aires. River todo se encolumna detrás de su pequeña figura. Y a veces, nunca como ahora, resulta difícil establecer en la consecució­n de un éxito como éste cuánto de mérito hay del que dirige y cuánto de los que lo siguen. Porque los jugadores, los hinchas y los dirigentes se alimentan de la fe de Gallardo, y en ese acto generan un mérito propio, que a veces ni advierten. A este lugar los ha traído este hombre, que da un paso hacia adelante y se sienta en la primera fila de la historia, al lado de Labruna. Aunque haya seguido la final desde un palco, abrigado contra los fríos europeos. Hasta en eso el desenlace es ridículo.

Su equipo está construido para transforma­r la desventura en su propulsión, en un trampolín de rebeldía. Le sobró coraje, porque sin carácter es imposible tomar por asalto el superclási­co y trepar hasta la cima de América. Impulsado por la excepciona­lidad del momento, River dio la talla. Siempre creyó en el título, en la cuarta corona continenta­l. Gallardo le enseñó a vivir en guardia. En el otro extremo del mundo, el arco iris asomaba en el Monumental. Un resplandor eterno.

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