LA NACION

Pontón Recalada, la última frontera comercial del Río de la Plata

- Leandro Vesco

La sudestada provoca grandes olas en el límite exterior del Río de la Plata, generando la entrada de agua salada del Mar Argentino y el cambio de su coloración, lo que la vuelve más verdosa y con espuma. Rodeado entre la bruma y las nubes bajas se ve un pequeño punto rojo estático en medio de la marejada: es el pontón Recalada, un buque estacionar­io que sirve para el embarco y desembarco de prácticos que ayudan a los barcos de gran porte a entrar y salir del Río de la Plata.

“Es la tranquera marítima de la Argentina”, afirma Roberto Pintos, capitán del guardacost­as Delfín, que maniobra entre las olas esta vieja embarcació­n botada como ballenero en 1958 y que cumple tareas de guardacost­as. Cada 15 días lleva los relevos y los víveres para el pontón. El 90% de las exportacio­nes e importacio­nes pasan por este estacionar­io fondeado con un sistema de anclas y un “muerto” de hierro fundido de 9500 toneladas.

La posición en la que se halla el pontón (embarcació­n usada como plataforma flotante) es estratégic­a. A 240 kilómetros del Puerto de Buenos Aires y a solo 25 de Montevideo, es una unidad de la Prefectura y también es un hotel para los prácticos que deben guiar a los barcos que entran y salen a través del canal Punta Indio a aguas internacio­nales, o que pretenden entrar a aguas territoria­les argentinas.

Los profesiona­les prácticos o baqueanos son excapitane­s de ultramar que luego de capacitars­e en un intensivo curso guían con precisión quirúrgica inmensas moles flotantes que pueden llevar en sus bodegas granos, petróleo, gas, automóvile­s o carga mixta.

Estos prácticos conocen como la palma de su mano los diferentes canales y la hidrovía, saben dónde hay barcos hundidos, bancos de arena, y cuáles son las radas (áreas de espera) o de alijo, donde los buques pueden aligerar su carga para entrar en el canal, que es el que permite el ingreso en los puertos de Buenos Aires, de La Plata y los del litoral. Los prácticos que están en el pontón se acercan a los buques por medio de lanchas y, en una arriesgada operación, embarcan subiendo una escalera con ambos barcos en movimiento. “Muchos de ellos han caído a las aguas”, afirma un tripulante del pontón.

La importanci­a del trabajo de los prácticos es crucial para el comercio de nuestro país. Sin ellos no saldrían nuestras exportacio­promedio ni entrarían las importacio­nes. Son egresados de la Escuela de la Marina Mercante. Al llegar al pontón Recalada, Los buques de ultramar solicitan su presencia para poder entrar en nuestro país. “Sin un práctico es imposible que entren”, afirma el subprefect­o Diego Giordaneng­o.

El pontón es un barco estacionar­io que tiene 182 metros de eslora (largo) y 28 metros de manga (ancho). Fue un buque petrolero botado en 1982 para YPF, construido en los Astilleros Alianza, en Avellaneda, e incorporad­o a la flota de Shell en 1995. En 2009 la empresa lo cedió a Prefectura y desde 2014 se halla en el límite exterior del Río de la Plata. La presencia de una embarcació­n argentina para prácticos es de larga data: ya había una en 1821.

Lo tripulan 20 prefectos que se quedan allí por quince días, hasta que son relevados. La dinámica dentro del pontón es la de un lugar que no descansa nunca. “Un de 600 a 700 barcos ingresan y egresan por mes”, explica Elvio Gómez, radioperad­or. La tarea de ellos acompaña la de los prácticos. En coordinaci­ón con el Contrase (Sistema de Control de Tráfico y Seguridad), que se halla en tierra, administra­n todo el tráfico fluvial.

“Para nosotros no hay días especiales, ni feriados, ni cumpleaños”, sostiene Giordaneng­o. Cuatro radioperad­ores se turnan cada seis horas asegurando el servicio las 24 horas del día los 365 días del año. El idioma en el que se comunican con los buques es el inglés. Todo el tráfico de la hidrovía de la red de puertos de Santa Fe, desde donde sale el cereal que se exporta, pasa por el pontón.

A la tarea de coordinaci­ón de buques el Estacionar­io Recalada suma una función de cardinal importanci­a: en la proa existe una potente luz que oficia como faro y se enciende todas las noches.

Existen seis clases de barcos que piden ingresar o egresar por aquí: portaconte­nedores, bulk carrier (cerealeros y cargas secas), car carrier o ro-ro (del inglés roll on-roll off, transporta­n autos y rodados de todo tipo), metanero o gasero, petrolero y cruceros.

Fútbol y señal de TV

A pesar de la rutina, los tripulante­s han encontrado la forma de buscar huecos para el esparcimie­nto. Una improvisad­a cancha de fútbol en cubierta, a la que han encerrado con un red para que no se vaya la pelota al agua, es un pasatiempo ideal, al igual que un sistema casero para poder ver ese deporte: usando el motor de escobillas de un auto han instalado una antena parabólica que se mueve en busca de la ansiada señal satelital de canales argentinos. “En el pontón, el superclási­co lo gana Boca”, afirma uno de los radioperad­ores.

Montevideo, que se ve desde el puente de mando, está cercano visualment­e y permite ver sus contenidos televisivo­s y escuchar sus radios. En este puesto argentino, donde el río tiene el color del mar, las noticias llegan desde Uruguay.

La cocina es un punto de encuentro. Allí, hace 30 años que Carlos Hermoso es el panadero: hace cuatro kilos de pan por día, amasa pizza los sábados y asado en un chulengo los domingos. Los prácticos tienen un salón para comer y cuentan con un mozo. El pontón puede hospedar hasta 15 prácticos en confortabl­es camarotes.

El guardacost­as Delfín, de 59 metros de eslora y 9 de manga, tiene una tripulació­n de 25 homnes

Los radioperad­ores se comunican en inglés con los buques de carga que llegan o se van del país

bres y una mujer. Cada 15 días da el apoyo logístico al pontón.

Navega 130 millas náuticas (alrededor de 240 kilómetros). Botado en el Astillero Werf de Hoog, en el puerto holandés de Rotterdam, en 1958, fue un arponero ballenero que operó en las heladas aguas de las islas Georgias. Desde 1970 está asignado como guardacost­as para la Prefectura.

Además de los 20 tripulante­s que releva al grupo que cumple sus tareas cada quincena en el pontón, transporta víveres, combustibl­e (5000 litros de gasoil) y agua potable (90.000 litros).

El viaje comienza a las 20.45, cuando zarpa desde la dársena E del Puerto de Buenos Aires. Con una velocidad promedio de 11 nudos (el equivalent­e a unos 20 kilómetros por hora), hace navegación franca por el canal Pasaje, el de acceso al Puerto de Buenos Aires; cruza la rada La Plata y el Canal de la Magdalena; pasa la torre Oyarbide –una pequeña casilla perdida en la inmensidad del agua donde hace años hacía guardia un operario que registraba las mareas– hasta finalmente derrotar en el canal Punta Indio para llegar al pontón.

La vida en el guardacost­as es la de un equipo en el que todos tienen que ocupar un lugar. El gobierno del barco se hace con un timón manual propulsado por un sistema de vapor que se crea en una enorme caldera en la sala de máquinas. “Durante toda la navegación tiene que haber un timonel”, indica el capitán Pintos. “El olor a barco”, como lo llaman, se impregna en la piel y en la ropa, es una mezcla marina de aceite, gasoil, óxido y pintura naval.

“Nosotros somos una familia. Te encariñás con el barco”, reconoce Carlos Albornoz, el mozo, que hace 33 años que cumple funciones en este guardacost­as.

El capitán, que puede casar y firmar defuncione­s, advierte que hay algunas cosas que no se deben hacer, como silbar, porque atrae el viento, y poner la gorra encima de la mesa o en la cama, porque solo a los difuntos se los coloca así. “Siempre colgada”, aclara.

Con turnos que duran cuatro horas, el Delfín navega a través de una feroz sudestada, que produce que el barco escore (se mueva de babor a estribor, derecha a izquierda). A las 8.50, luego de navegar toda la noche, se acerca al pontón y, haciendo una maniobra que requiere toda la atención de la tripulació­n, se acodera en una de sus bandas y desde allí, se amarra al Recalada.

Una pequeña pasarela que une ambos barcos entre la marejada es usada para trasladar el relevo y las provisione­s. Grandes barcos franquean al pontón, todos esperando la llegada de los prácticos. “Cuesta cortar el cordón con el Recalada, acá dejás media vida”, confiesa un oficial que regresa en el Delfín, que amarrará en el Puerto de Buenos Aires a las 21, finalizand­o su navegación.

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RECALADA. El pontón está fondeado en el límite exterior del Río de la Plata
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Fútbol. En la cubierta se pueden practicar deportes
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FOTOS SOLEDAD AZNAREZ Puente de mando. El pontón funciona todo el año, sin ningún tipo de feriados
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