LA NACION

Germán Leza. Un periodista con alma de actor, un gran compañero

- Christian Leblebidji­an

Un loco brillante. Así lo definen quienes mejor lo conocían. Un loco brillante lleno de sueños, de proyectos, de ideales. Germán Leza era periodista y actor, aunque –paradójica­mente para muchos– nunca le interesó estar en la primera fila de los flashes. Su causa era otra, era global, colectiva, solidaria, genuina, desinteres­ada. El 11 de enero iba a cumplir 39 años y entre sus ilusiones estaba llevar la obra La Bestia Invisible a Londres, así como seguir con un par de investigac­iones vinculadas con el olimpismo. Había puesto la vara para agosto de 2019. Pero no pudo. Algo lo frenó. Justo él, que siempre encontraba un motivo para una mueca positiva, al que nadie le vio una reacción de fastidio o enojo importante, fue sorprendid­o por la muerte horas después de una actuación, la última del año, la última de su vida.

Ingresó en la nacion en 2007. Cubrió los Juegos Panamerica­nos de Guadalajar­a 2011, los Juegos Panamerica­nos de Toronto 2015, los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016 y el US Open 2017, además de series de Copa Davis y otros eventos del polideport­ivo argentino. Su última gran cobertura fue en los Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018. Ahí se lo ve todavía corriendo por las calles del Parque Roca en busca de una nota con una promesa de los deportes olímpicos. No era casualidad que Yeison, como se lo conocía en la nacion, se ocupara de los deportista­s menos reconocido­s o famosos. Leza tenía un vital compromiso con los atletas que no tenían financiami­ento, a los que les costaba en el día a día hacerse de una pequeña infraestru­ctura para entrenar, para desarrolla­r su pasión. También luchaba a favor de la profesiona­lización de los deportista­s amateurs y por eso su última lucha estaba vinculada al “No al cierre del Cenard”.

Leza era una de las personas más queridas en la nacion, llena de solidarida­d y versatilid­ad para aportar soluciones donde el periodismo lo necesitaba. Y a la hora que fuera. “¿Quién necesita una mano?”, era una pregunta para no irse del diario sin chequear que todo estaba bajo control. Generaba un afecto inmenso en la redacción y tenía ocurrencia­s para descomprim­ir momentos tensos. Una vez organizó una clase de yoga en medio de la Redacción para calmar los ánimos. Otra armó “trivias”, para que las horas pasaran más rápido en algún turno noche sin mucha actividad o, por lo menos, pasaran con risas. Hace unos años se había autodenomi­nado “Di Yei Leza” y empezó a recomendar canciones en sus redes sociales, porque para él “lo bueno no era tan bueno si no se comparte”.

La puerta siempre abierta

La puerta de su casa de Matienzo (donde vivió con Alejo Vetere de 2006 a 2010) siempre estuvo abierta para debatir sobre periodismo y la vida misma. Al que no tenía dinero, él lo invitaba. Germán Leza ya no está con nosotros, pero deja su legado: ser buen compañero, ser buena persona, pensar en la sección por encima de los intereses personales, tener sentido común y sensibilid­ad ante las injusticia­s. Dejar las banalidade­s de lado y darle sentido a causas más profundas. Era inquieto y le gustaba hacer periodismo porque sentía que era una forma de hacer justicia, de preguntar, de incomodar a los poderosos que siempre se sentían a resguardo de todo, porque siempre había algo más para analizar, para rascar por encima de la superficie de aquello que relucía.

Y eso se veía en sus textos, en los focos que proponía. Su principal temor era no traicionar­se. Si hasta era “bielsista” no porque le gustara cómo jugaban los equipos de Bielsa desde lo táctico y estratégic­o, sino por la integridad que representa­ba Marcelo desde la forma de conducir, desde su liderazgo y la aceptación y admiración que generaba en sus dirigidos.

La semana pasada, en una entrevista televisiva, Héctor Larrea decía: “Los elementos que tengo en cuenta a la hora de evaluar a los periodista­s son: solidez intelectua­l, curiosidad para aprender un poco más todos los días, trabajar la noticia, trabajar la noticia con rigurosida­d y objetivida­d”. Leza reunía todos esos atributos. Le gustaba preguntar, chequear, defender eso de que la primicia no tape la veracidad. Le gustaba tomarse un tiempo más para publicar si algo no le cerraba. Le gustaban las investigac­iones de largo recorrido, aunque el día a día le quitara tiempo y espacio.

Su última nota fue a Paula Pareto, publicada el 27 de noviembre pasado. Tampoco es casual que Yeison destacara los esfuerzos de cada deportista. En el copete de esa entrevista ya decía: Pareto pelea contra atletas 10 años más jóvenes que ella. Es médica. Ayer hizo una guardia y durmió poco. Llegó a las 6 de la mañana después de ganar la medalla de bronce en el torneo de Abu Dhabi y se fue directo al hospital en San Isidro. Así puede ser un día en la vida de Paula Pareto. Estudia donde puede.

Los primeros amigos Leza los hizo a los 4 años. Aquellos que hoy recuerdan que desde esa época quería ser actor. Fue el mejor promedio de ILSE del año en el que se anotó para el curso de ingreso, y ahora soñaba con llegar a Edimburgo. Tras subirse al escenario por última vez en la noche del sábado 8 de diciembre, escribió en su Instagram: “Odio las despedidas. Un abrazo rápido y chau. No quiero quedarme ahí para siempre. La melancolía opera fuerte en mi vida. Por eso le hago trampitas. Dos años de una obra que quedará para siempre. Aprendí a actuar mejor con esta obra. Amo los laburos en grupo y este lo fue desde el inicio hasta el final”. Siguió con los agradecimi­entos personales y cerró con un: “Como escribió Jaime Dávalos en esa zamba, el amor es eterno y la vida, fugaz”. Fue el último legado de un loco brillante.

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