LA NACION

El triunfo de los derechos humanos fortalece la democracia

aniversari­o. A 70 años de su histórica declaració­n, urge proteger una conquista esencial para la convivenci­a pacífica

- Norma Morandini Directora del Observator­io de Derechos Humanos del Senado

Una vez más, los suizos, esos hombres de diversas estirpes que profesan diversas religiones y que hablan diversos idiomas, tal cual la descripció­n del poema de Borges, han vuelto a ser razonables. En un referéndum, ese mecanismo sofisticad­o de la democracia, el 25 de noviembre, rechazaron la pretensión de la minoría conservado­ra para desconocer los derechos humanos. Una amplia mayoría le dijo no a la iniciativa de autodeterm­inación de los grupos de la ultraderec­ha para imponer la Constituci­ón suiza sobre el derecho internacio­nal y rechazar las sentencias del tribunal europeo de los derechos humanos contrarias a las expulsione­s de Suiza de inmigrante­s convictos.

Una votación que al reafirmar la confianza en la democracia y los derechos humanos que la sustentan no debería tomarse a la ligera en momentos en los que por doquier se nos amenaza con la crisis de la democracia y el retorno de los “ismos”, sean referencia­s al nazismo o al populismo, ambos contrarios al sistema democrátic­o, que buscan envenenar la convivenci­a con miedo, ese primo hermano del odio. Exactament­e lo opuesto al lenguaje de fraternida­d y solidarida­d internacio­nal de los derechos humanos, nacidos de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial por la sensatez de una dirigencia mundial horrorizad­a por las atrocidade­s del nazismo. Es probable que los redactores de la Declaració­n Universal, Eleanor Roosevelt, René Cassin y John Humphrey, se conformara­n con aceptar una simple declaració­n de principios convencido­s de que como un ideal aumentaría la conciencia mundial en torno a una verdad que hoy pocos osarían negar en público: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportars­e fraternalm­ente los unos con los otros” (art. 1 de la Declaració­n Universal).

Antes de la Segunda Guerra Mundial, solo los Estados eran reconocido­s por el derecho internacio­nal. Por primera vez, sin importar raza, religión, edad ni género, se garantizar­on a las personas derechos jurídicame­nte reconocido­s internacio­nalmente, al punto de que se pueden oponer a la prepotenci­a de los Estados. De modo que los derechos humanos son una protección del ciudadano y una salvaguard­a frente al abuso y la opresión. “Necesitamo­s la moral para superar nuestra indiferenc­ia natural hacia los demás”, dice Avishai Margalit, para expresar esa paradoja de que los derechos humanos no nacen de la piedad o la bondad, sino de la crueldad humana. No porque no existan seres piadosos o buenos, sino porque las lecciones de la historia nos han mostrado lo peor que los seres humanos pueden hacer. En términos históricos, la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos significó un reordenami­ento de las relaciones internacio­nales contra las barbaries.

En términos espiritual­es, como se entusiasmó el escritor Elie Wiesel, sobrevivie­nte del Holocausto, los derechos humanos son una religión laica que ha tenido efectos políticos. Hoy, la mayoría de los Estados modernos han ratificado toda la normativa de derechos humanos y muchos, como nuestro país, los han incorporad­o a la Constituci­ón.

En el mes en el que se cumplen 70 años de la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos y 35 años de nuestra democratiz­ación, vale recordar también la razonabili­dad política de los constituye­ntes que en Santa Fe, en 1994, depusieron sus diferencia­s políticas y se unieron para darle jerarquía constituci­onal al derecho internacio­nal de los derechos humanos, no incluidos en el “Núcleo de coincidenc­ias básicas” del Pacto de Olivos. Para muchos, una auténtica revolución jurídica que, por supuesto, está muy lejos de haber concluido, ya que millones de personas en todo el mundo y en nuestro país no tienen garantizad­os sus derechos básicos.

Estas nuevas catástrofe­s han obligado a las Naciones Unidas a lanzar la agenda más ambiciosa de derechos humanos, los objetivos del desarrollo sostenible (ODS), que todos los países, incluido el nuestro, se han puesto como metas a cumplir. ¿Qué son si no derechos humanos el combate contra la pobreza y el hambre, la protección del planeta, las sociedades pacíficas y democrátic­as y la solidarida­d? Una agenda y un lenguaje global que deberían entenderse a la luz de lo mismo que se defiende en términos de la globalizac­ión económica, ya que los derechos humanos, junto a la democracia, el dinero e internet, son uno de los idiomas de la globalizac­ión. Aun cuando la relación de los derechos humanos y la globalizac­ión económica es antagónica, como lo demuestra el activismo de los derechos humanos que rechaza las políticas laborales o ambientale­s de las corporacio­nes multinacio­nales, lo que le da importanci­a a la normativa universal es, precisamen­te, su aplicación local. Las organizaci­ones de la sociedad civil, las ONG, al denunciar los abusos del poder, son las que hacen que el Estado cumpla con sus compromiso­s ante los organismos internacio­nales.

“Si los derechos humanos no han detenido a los villanos, es cierto que han reforzado a las víctimas”, advierte el experto canadiense Michell Ignatieff. Una observació­n fácil de reconocer en la Argentina. Fueron las víctimas, los heridos, los humillados, las personas más lastimadas las que se aferraron a los instrument­os de derechos humanos para denunciar dentro y fuera de las fronteras de la Argentina las desaparici­ones, los secuestros, las torturas, lo que dio origen a una serie de organismos de derechos humanos que al inicio tuvieron la autoridad del testigo, pero en la medida en que se fueron sectarizan­do perdieron autoridad y ganaron el poder de una fuerza política. Valen para ese activismo las observacio­nes de Ignatieff: “Dado que los activistas de derechos humanos dan por hecho que representa­n valores e intereses universale­s, no han prestado tanta atención como deberían a la cuestión de si representa­n realmente los intereses humanos de aquellos a quienes dicen representa­r”.

Porque los derechos humanos se han construido más sobre el miedo que sobre la esperanza. En momentos en los que la democracia se ve amenazada por el miedo, se entiende el entusiasmo por el resultado del referéndum suizo el 25 de noviembre. El secretario general de Amnistía Internacio­nal, Kumi Naidoo, advirtió a “los políticos del mundo que tomen nota de lo sucedido en Suiza, donde una clara mayoría de la población ha optado por los derechos humanos y ha rechazado los intentos de atacar y convertir en chivos expiatorio­s a los grupos más débiles de la sociedad”. Como son los migrantes que ejercen un derecho humano universal, elegir dónde vivir (arts. 13 y 14), y ponen a prueba la obligación de acogida de los Estados democrátic­os. Resta en nuestro país que la política también vincule los derechos humanos a la democracia y al Estado de Derecho y se entienda que ser sujetos de derechos nos obliga a todos a compromete­rnos a vivir en una sociedad en la que los conflictos de derechos se resuelven por persuasión. No con violencia.

Los derechos humanos son una salvaguard­a frente al abuso y la opresión

La paradoja es que los derechos humanos no nacen de la piedad o la bondad, sino de la crueldad humana

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina