LA NACION

No todo es lo mismo

No se explica por qué incurriero­n en sobornos directivos de Techint cuando la empresa quiso auxiliar a sus empleados en Venezuela

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En la causa de los “cuadernos”, y con referencia a hechos en los que se hallan imputados los altos directivos del grupo Techint, el doctor Claudio Bonadio podría haber aprovechad­o la oportunida­d para llegar a la verdad sobre la relación cómplice entre los gobiernos kirchneris­tas y el régimen venezolano encabezado por Hugo Chávez.

En cambio, decidió procesar a empresario­s claramente extorsiona­dos. La declaració­n del director corporativ­o institucio­nal de Techint, Luis Betnaza, expuso las razones por las cuales había accedido a una exigencia de “colaboraci­ón” económica formulada por funcionari­os argentinos a fin de prestar ayuda en la repatriaci­ón de empleados del grupo y sus familias. Contó también que estos se encontraba­n corriendo serios riesgos en sus libertades e integridad física.

En 2008, en momentos previos e inmediatam­ente posteriore­s a la decisión chavista de nacionaliz­ar la empresa Sidor, que integraba el conglomera­do Techint, quienes se encontraba­n al frente de la operación técnica sufrieron serias y reiteradas amenazas, según probaron los directivos de la multinacio­nal ítalo-argentina. Las amenazas quedaron documentad­as en actas notariales e intercambi­os de correos electrónic­os y dieron lugar a la intervenci­ón de empresas de seguridad. Todos esos antecedent­es obran en poder de la Justicia.

Con esos elementos quedó demostrado que la empresa había sido “tomada por la fuerza” por orden del vicepresid­ente venezolano. En la planta de Sidor apareciero­n pintadas con leyendas como “Muerte a los argentinos” y “Malditos argentinos ladrones”. Fue incendiado un ómnibus para el traslado del personal, mientras funcionari­os del chavismo proclamaba­n por los medios de comunicaci­ón que se debía impedir la salida del país de los funcionari­os de Sidor. Se trataba de 270 argentinos, entre empleados de la compañía y sus familias.

La protección de los ciudadanos e intereses argentinos en el exterior es función propia del Poder Ejecutivo Nacional. El grupo Techint no tenía, por lo tanto, otra alternativ­a que solicitar la intervenci­ón del gobierno argentino con vistas a proteger a personas de su dependenci­a. Frente al requerimie­nto que se le hizo, y que debió constituir una obligación de cumplimien­to inexcusabl­e para cualquier gobierno nacional, los funcionari­os designados por la administra­ción kirchneris­ta exigieron dinero. Betnaza contó que accedió, pero aseguró que el CEO mundial de la compañía, Paolo Rocca, no conocía las decisiones que en aquel momento tomaron sus directivos en Buenos Aires. Rocca ratificó la declaració­n de Betnaza. La aseveració­n de Betnaza (confirmada por Rocca) es creíble porque Techint tiene oficina y empresas en 42 países. Es improbable que el CEO mundial de la compañía esté en conocimien­to de todas las decisiones que se toman en la representa­ción de su empresa en cada uno de esos países. La resolución del juez Bonadio, difícil de comprender en ese contexto, se respalda en la deducción del magistrado, pero carece hasta ahora de pruebas. Bonadio sostuvo que Rocca y Betnaza formaron parte de una asociación ilícita integrada por funcionari­os y empresario­s para obtener contratos de obra pública a cambio de sobornos. Está probado y es de público conocimien­to que el grupo Techint había mantenido un duro enfrentami­ento con el régimen kirchneris­ta, al que denunció en el famoso caso Skanska, y de que recibió menos del 1% del total de la obra pública en los 12 años de poder en manos de Néstor y Cristina Kirchner.

No se explica, por lo tanto, cómo puede ser considerad­a soborno (delito que necesariam­ente implica el intercambi­o de favores y beneficios mutuos) la respuesta a una exigencia manifestad­a con valor de condición por una autoridad pública, a fin de brindar el auxilio debido a argentinos que se encontraba­n en trance de peligro extremo.

De forma análoga, en un secuestro extorsivo o en una extorsión, existe un pago o una contrapres­tación obtenida compulsiva­mente. En tales casos, quien la efectúa reviste el papel de víctima y a ninguna persona de bien se le ocurriría negar que su voluntad ha estado viciada por la coacción moral a la que ha sido sometida.

Más aún cuando se ha tratado de empresario­s que debieron actuar como lo hicieron a fin de salvar a empleados y sus familias de cuya suerte eran responsabl­es.

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