LA NACION

El gusto de poder disfrutar de un clásico sin tensión

Los controles de seguridad (hubo tres anillos), la ausencia de barras bravas, con policías amables, informados y dispuestos a orientar al público, alejaron todos los temores

- Silvia Pisani

MaDrID.– los saltos en las gradas. esa habilidad de coreógrafo para que todos suban y bajen al mismo tiempo. los gritos, los cantos, los silbidos. el revoleo de bufandas y camisetas y el ruido de los bombos y de las cornetas.

no faltó nada de la parafernal­ia habitual para el duelo de un river Boca. nada. Todo lo que es parte del rito estuvo, esta vez, en las butacas del santiago Bernabéu, el escenario impensado.

losquelleg­arondesdel­aargentina, cruzando el océano contra reloj, llegaron, se sabe, rabiando. sentían que les habían quitado la final. para los que estaban de este lado de la orilla, en cambio, la mudanza fue una bendición. Un regalo. la oportunida­d de ver un clásico a metros de su nuevo hogar.

para unos y otros, el pase por el santiago Bernabéu fue mucho más que una variante deportiva. el viaje total, el viaje completo, regaló la experienci­a de acceder a una final del clásico river Boca sin miedos. sin tensiones. “aquí todos es distinto. no habrá violencia. no habrá incidentes”, decían la mayoría de los hinchas. Y tuvieron razón.

Unos vuelven más contentos que otros, según en qué vereda los encuentre el resultado. pero llevan la experienci­a en la mochila de lo que en nuestra tierra parece casi imposible: ir en paz a un espectácul­o deportivo con semejante voltaje emocional.

el gobierno de españa lo organizó en solo una semana. los hinchas tuvieron un comportami­ento ejemplar. Una serenidad que se acrecentó luego de comprobars­e que, sin mayor trámite, dos barras bravas –uno de cada club– fueron deportados sin miramiento. el mensaje estaba enviado: “aquí, así, no”. eso llevó enorme tranquilid­ad a los que querían fútbol.

¿cómo se logró eso? la presencia policial –perros, caballos, tanques, helicópter­os y todo lo que hubo alrededor del estadio– no resultó abrumadora. se llegaba sin inconvenie­ntes. sorteando los controles de seguridad. Había policía femenina para revisar los bolsos y las carteras de mujeres. los policías varones hacían lo propio con los hinchas.

cada uno de los 70.000 asistentes tuvo que pasar por tres anillos de seguridad. cada uno más específico que el anterior. el primero, a cientos de metros del estadio. el último, a pocos metros de su butaca. ¿la policía? amable, informada y dispuesta a orientar.

la castellana, el paseo principal de Madrid, se convirtió en peatonal desde las 9 de la mañana. Muchos argentinos llegados a última hora habían pasado la noche en portales de la zona. Decenas de baños químicos fueron montados en los aledaños.

“Daleeeeboo­ooo”… decían de un lado. “riverooooo­o riveroooo”, contestaba­n del otro. las dos hinchadas estuvieron separadas por un espacio de dos kilómetros pero, hasta último momento, los simpatizan­tes de uno y otro club llegaban juntos: así salían, charlando en grupos, de la boca del subte en la estación del estadio. Juntos abordaban el misterio de las maquinitas para sacar el ticket.

Música para sentirse en casa

nunca estuvieron solos. Desde hora temprana hubo espectácul­os, música y entretenim­ientos. sonaba Vicentico, soda stéreo, los abuelos. Todo para que se sintieran en casa.

“esto es maravillos­o”, decían. a las 17.30 se abrieron las puertas del estadio y comenzó el lento, lentísimo acceso, demorado por los controles de seguridad. Hubo bengalas, algunos fuegos artificial­es en las esquinas. nada pasó a mayores.

Hubo familias con chicos y los chicos pedían bufandas y gorras de los puestos de venta. Hubo policías que indicaban: “por aquí, por allá”. Gente que no tenía entradas y que intentó colarse, que fue cordialmen­te invitada a retirarse. Y varios centenares de butacas que –¡ay!– quedaron vacías en las gradas de la zona neutra.

enfrentada­s, detrás de cada arco, las gradas de las hinchadas estuvieron, en cambio, a reventar. llenas, completas. el estadio fue una fiesta. Miles de personas saltaron, gritaron, agitaron banderas, hicieron sonar trompetas y trajeron sus redoblante­s. silbaron a los rivales –el rito– y aplaudiero­n a rabiar. la energía del fútbol lo llenaba todo.

a las 23.08 empezó el último tercio del drama deportivo y social que había empezado al amanecer, con los aprestos para el banderazo. a esa hora, river anotó el tercer gol en un final agónico. Hubo un momento de vacilación en el bullicio.

¿Qué pasará ahora?, fue la pregunta de muchos. ¿Habría incidentes? era el resabio de la experienci­a vernácula. el miedo: la tendencia a retirarse antes para salir más seguros. nada de eso aquí. la locura que llegó tan lejos en nuestro país aquí ni asomó. el desconcent­ración fue en paz.

los de Boca, más tristes. los de river, exultantes, con la imagen de los suyos levantando la copa entre una lluvia de papel dorado, marcharon hacia la puerta del sol y hacia una noche larga de festejo.

la ciudad ofrecía lugar para los dos.

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Afp y reuters La Castellana se volvió peatonal desde las 9 de ayer, con las dos hinchadas en la ansiosa vigilia
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