LA NACION

El eco será peor que el estruendo

- por Cristian Grosso

Paciente de diván por mucho tiempo, la cantidad de sesiones que requiera su caso dependerá de cómo gestione semejante turbulenci­a. Boca es un Frankenste­in tan desconcert­ante que asusta. Acaba de abrir la puerta hacia una dimensión desconocid­a, y esa angustia lo paralizará. Cambiarán los nombres de dirigentes, de jugadores, y también rotará la dinámica de un club que nunca en su centenaria historia se había sentido tan sometido por el rival que le saca urticaria. Boca tendrá que alumbrar casi una refundació­n. Y las horas más agitadas todavía están por llegar: el eco será peor que el estruendo del golpe.

River volvió a domar a Boca con la bravura de sus jugadores y el pizarrón de su entrenador. Porque el superclási­co nuevamente desnudó que hay un abismo entre Gallardo y Barros Schelotto. A Boca le faltó un manto rector. Una guía. Un guía, sí, también. Cuando el equipo no tiene muchas ideas, hace falta que las tenga el entrenador. Y tampoco las tuvo. Otra vez atribulado en los cambios. Increíble abismo: Guillermo pudo anotar su apellido en cinco de las siete Copas Libertador­es, sin embargo, próximamen­te se marchará del club sin más honores.

El recuerdo anima a la desmesura, por eso y por siempre se hablará del eléctrico superclási­co que River le arrebató a Boca en ese Bernabéu extrañado, que entretuvo durante 120 minutos a una aldea global hechizada. Al campeón lo precediero­n varios bochornos que también entraron en la historia, y esas páginas ya quedaron condenadas a la oscuridad perpetua. Pero será Boca el que vivirá un tiempo en los laberintos de tinieblas. Como el superclási­co martilla sobre las emociones con un poder único, la angustia será la peor espina en el regreso transoceán­ico.

Boca-River, la lucha entre opuestos, un festín para el maniqueísm­o tan argento. Todos estaban advertidos que ninguno saldría indemne de este superclási­co. La pasión exagera porque es su naturaleza: “No son 90 minutos, es toda una vida”, grita el grafiti en un paredón porteño. Lo pudo escribir cualquiera. No hay mañana, dijeron los profetas del apocalipsi­s. Porque en el fútbol argentino el miedo a un traspié es superior al placer del triunfo, y porque nunca un segundo puesto tendrá semejante sabor a derrota. En esta parte del planeta, la derrota dura mucho más que la victoria. River buscaba su cuarta Copa Libertador­es, sí, pero también perseguía la burla interminab­le. El documento en blanco, la maldición de los Emiratos Árabes y el sello prohibido en el pasaporte de Boca.

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