El eco será peor que el estruendo
Paciente de diván por mucho tiempo, la cantidad de sesiones que requiera su caso dependerá de cómo gestione semejante turbulencia. Boca es un Frankenstein tan desconcertante que asusta. Acaba de abrir la puerta hacia una dimensión desconocida, y esa angustia lo paralizará. Cambiarán los nombres de dirigentes, de jugadores, y también rotará la dinámica de un club que nunca en su centenaria historia se había sentido tan sometido por el rival que le saca urticaria. Boca tendrá que alumbrar casi una refundación. Y las horas más agitadas todavía están por llegar: el eco será peor que el estruendo del golpe.
River volvió a domar a Boca con la bravura de sus jugadores y el pizarrón de su entrenador. Porque el superclásico nuevamente desnudó que hay un abismo entre Gallardo y Barros Schelotto. A Boca le faltó un manto rector. Una guía. Un guía, sí, también. Cuando el equipo no tiene muchas ideas, hace falta que las tenga el entrenador. Y tampoco las tuvo. Otra vez atribulado en los cambios. Increíble abismo: Guillermo pudo anotar su apellido en cinco de las siete Copas Libertadores, sin embargo, próximamente se marchará del club sin más honores.
El recuerdo anima a la desmesura, por eso y por siempre se hablará del eléctrico superclásico que River le arrebató a Boca en ese Bernabéu extrañado, que entretuvo durante 120 minutos a una aldea global hechizada. Al campeón lo precedieron varios bochornos que también entraron en la historia, y esas páginas ya quedaron condenadas a la oscuridad perpetua. Pero será Boca el que vivirá un tiempo en los laberintos de tinieblas. Como el superclásico martilla sobre las emociones con un poder único, la angustia será la peor espina en el regreso transoceánico.
Boca-River, la lucha entre opuestos, un festín para el maniqueísmo tan argento. Todos estaban advertidos que ninguno saldría indemne de este superclásico. La pasión exagera porque es su naturaleza: “No son 90 minutos, es toda una vida”, grita el grafiti en un paredón porteño. Lo pudo escribir cualquiera. No hay mañana, dijeron los profetas del apocalipsis. Porque en el fútbol argentino el miedo a un traspié es superior al placer del triunfo, y porque nunca un segundo puesto tendrá semejante sabor a derrota. En esta parte del planeta, la derrota dura mucho más que la victoria. River buscaba su cuarta Copa Libertadores, sí, pero también perseguía la burla interminable. El documento en blanco, la maldición de los Emiratos Árabes y el sello prohibido en el pasaporte de Boca.