LA NACION

Gallardo, cada vez más grande

Igualó al DT riojano con nueve vueltas olímpicas y se sentó a la par de uno de los ídolos millonario­s de todos los tiempos

- por Juan B. Vignolo

“Pase lo que pase, a Gallardo hay que hacerle dos estatuas, no una”. El presidente Rodolfo D’Onofrio soltó en una frase lo que se escucha a cada paso en los pasillos del Monumental. Es una energía que quizás nunca antes se había vivido en la rica y extensa historia de River. Una sensación de poderío y vitalidad diferente, atípica, situada muy lejos de la normalidad del fútbol argentino. Para los dirigentes, los hinchas y hasta para sus dirigidos, hoy Marcelo Gallardo no es Napoleón. Es Napoleón, Alejandro Magno, Julio César, Gengis Khan, Atila y cualquier otro estratega militar que haya dejado su marca en la historia mundial.

Gallardo ya estampó su sello en Núñez. Y no es uno más: es histórico, único, épico. La obtención de la segunda Copa Libertador­es de su ciclo, en Madrid y ante Boca, es solo el broche de oro –la perfección hubiera sido en el Monumental y los incidentes del 24 de noviembre se lo impidieron–. La estrella que le faltaba al árbol de Navidad para reconfirma­r (otra vez) que el Muñeco llegó a cambiar la historia, a devolverle la estirpe y la memoria al club que lo formó y a depositarl­o en un pedestal mundial en el que nunca había estado. Segurament­e nadie le hubiera recriminad­o nada en caso de un resultado negativo porque es difícil borrar tan rápido el pasado reciente. Pero la gloria volvió estar de su lado y quizás por perseguir el destino sin claudicar en el camino, a pesar de los escollos y tropezones hace no tanto tiempo atrás.

Su estilo metódico, obsesivo, intenso, detallista y perfeccion­ista está grabado a fuego. Su búsqueda constante de desafíos, la renovación continua frente al paso del tiempo, la capacidad de potenciars­e con la adrenalina de los momentos decisivos, el poder de convencimi­ento que logró en sus jugadores, la identidad y el sentido de pertenenci­a y la consolidac­ión de un grupo humano que nunca se resquebraj­ó son los grandes pilares de su trabajo. “¿Qué hay después de Gallardo?”, es la pregunta que resuena y retumba en Núñez. ¿Quién podrá reemplazar­lo cuando decida partir? Hoy, parece ser una pregunta que no tiene respuesta.

El Muñeco logró instalarse para siempre en la memoria, los registros fotográfic­os, las filmacione­s, las paredes del museo y las vitrinas con Ángel Labruna, uno de los grandes ídolos millonario­s. Lo había hecho como jugador, con la casaca número 10 en la espalda, cuando levantó la Copa Libertador­es 1996, la Supercopa 1997 y otros seis títulos locales.

Pero apostó fuerte y arribó en junio de 2014 para asumir una conducción técnica –su segunda experienci­a tras el debut en Nacional de Uruguay– que era un fierro caliente por la renuncia de Ramón Díaz, quien se fue tras salir campeón. Y lo hizo de la mano de sus amigos Matías Biscay y Hernán Buján, otros riverplate­nses desde la cuna como él que se criaron en el club, con una idea clara: que River vuelva a ser River, tal como prometió D’Onofrio en su primer slogan de campaña presidenci­al.

Y, a pesar de los altibajos futbolísti­cos, lo lograron. Siempre se mantuvo en pelea, conformand­o equipos competitiv­os. Con aciertos y errores, con buenas y malas decisiones, con partidos mejores y peores. Pero con una línea de trabajo indeleble: perfil bajo, humildad, compromiso y guardia alta –quizás el punto que más cuestionam­ientos le trajo–. La unión entre todas las esferas (dirigentes, plantel, cuerpo técnico e hinchas) es otro pilar central, al que el entrenador siempre hace alusión frente a los micrófonos: “Hay una gran comunión entre el equipo y los hinchas, que se sienten representa­dos. Esperemos jugar un partido a la altura para que el hincha siga agradecido con nosotros como lo hizo hasta ahora”, dijo hace unas semanas.

Gallardo transformó en algo casi minúsculo todo lo que logró con los botines en los pies. No porque así lo sea, sino porque su ciclo como director técnico se vuelve el más importante y exitoso del club: igualó a Ramón Díaz en la tabla con nueve títulos, pero los logró en tan solo cuatro años y medio. Y seis de ellos son internacio­nales, el gran karma de la historia de River: hasta su llegada, el club solo había podido conseguir cinco desde su fundación. Y hay dos Copas Libertador­es, las mismas que se habían conquistad­o desde la primera edición en 1960.

El re posicionam­iento de la institució­n de Núñez en el plano mundial es otra deuda saldada. Un sol radiante y un cielo celeste puro después de años y años de nubes, tormentas y temporales que parecían interminab­les. Y los continuos éxitos ante Boca fortalecen y enaltecen al DT: lo eliminó en semifinale­s de la Copa Sudamerica­na 2014 y fue campeón; repitió en los octavos de final de la Copa Libertador­es 2015 y la conquistó; se quedó con la Supercopa Argentina 2017 en Mendoza en marzo pasado; y ahora volvió a levantar la Libertador­es en casa ante el máximo rival. El laurel que le faltaba a un ciclo que todavía parece tener mucho más para dar.

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Thanassis sTavrakis / aP Marcelo Gallardo festejó en Madrid su título N° 9 como entrenador millonario

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