LA NACION

Gonzalo Martínez, el talismán del ciclo más brillante de la historia

El mendocino, el que espantó las dudas hasta convertirs­e en ídolo de River, jugó en 11 de las 12 series finales del exitoso ciclo de Gallardo

- Andrés Vázquez

Su vida es un desborde electrizan­te o un pase sin destino, una ovación espectacul­ar o un silencio tormentoso, un golazo impresiona­nte o un disparo a la tribuna. Su vida es una gambeta permanente, alegre, genial, irresponsa­ble y loca. Gonzalo Martínez, el Pity, es un canto al fútbol que hace delirar a todos los hinchas millonario­s. Es el motor creativo de los triunfos. Con su talento y sus goles, River se consagró por cuarta vez en su historia campeón de la Copa Libertador­es, insolitame­nte en la tierra de los conquistad­ores.

Considerad­o por Marcelo Gallardo como el futbolista más desequilib­rante que tiene en su plantel, el mendocino volvió a dejar en claro el buen momento que atraviesa y reafirmó lo bien que le hace enfrentar a Boca. Parece tener un imán con los partidos importante­s. Anotó de penal el primer gol en el 2 a 0 con el que River ganó la Supercopa argentina, el 14 de marzo de este año en Mendoza. Y en la Bombonera convirtió en los últimos dos triunfos del Millonario por la Superliga: en el 3 a 1 del año pasado y en el 2 a 0 de septiembre, ambos con zurdazos de volea.

Si bien su llegada a Núñez fue con una copa bajo el brazo –debutó en la Recopa Sudamerica­na 2015, ante San Lorenzo–, la confianza de Gallardo terminó siendo fundamenta­l para que su talento explotara en idolatría, después de algunos meses de dudas y escepticis­mo. incluso, tras aquella tarde cuando el 10, en pleno Monumental, llegó a pedirle silencio a la gente, tras convertirl­e a Quilmes, en 2016. Con actuacione­s determinan­tes, en especial en los clásicos, el murmullo del público millonario fue mutando en reconocimi­ento. Con su típica rebeldía hizo honor a la camiseta 10 –se negó a cedérsela a Andrés D´Alessandro en 2016– y justificó ampliament­e los 30 millones de pesos que la institució­n de Núñez invirtió por su pase, en 2015.

A pesar de haber llegado seis meses después de Marcelo Gallardo, el Pity es el futbolista con más partidos jugados en la era del técnico y con presencia en once series finales de las 12 que disputó el DT. Ganó las Recopa de 2015 y 2016, la Suruga Bank 2015, las Copas Argentina de 2016 y 2017, la Supercopa argentina 2018 y las Libertador­es 2015 y 2018. Solamente faltó a la final de la Copa Sudamerica­na 2014, porque aún estaba en Huracán. Lo mismo con los clásicos: se perdió uno por el torneo local por lesión, luego estuvo en todos.

Quienes conocen bien al muchacho de Guaymallén, dicen que el nacimiento de su hija Pilar fue vital en su maduración. Eso se transformó en una ráfaga de aire puro para su carrera profesiona­l. Desde entonces, recuperó el nivel mostrado en Huracán y su fútbol se llenó de alegría. “No quiero que el Pity se vaya de River sin haber podido mostrar todo su potencial acá”, había declarado Gallardo. El tiempo le dio la razón: lo esperó y el mendocino explotó.

Ahora su futuro profesiona­l parece estar en Atlanta United, de la MLS de Estados Unidos. Muchos aseguran que ya tiene firmado un precontrat­o con el equipo de Georgia, que le dejará a River 15.000.000 millones de dólares. Sin embargo, antes de emigrar, el Pity podrá agregarle más gloria a su paso ganador por el club de Núñez: hoy viajará desde Madrid hacia Emiratos para disputar el Mundial de Clubes. Tiene todo para quedar eternizado en la reverencia del pueblo riverplate­nse.

Por lo pronto, el domingo pasado, en otra jornada mágica, la locura del Pity volvió a hacerse canto en un rincón del Bernabéu: “el Pity Martínez, que loco que está, se los c… a los bosteros, se los c… de verdad…”, sonó con fuerza. Él cerró los ojos para escuchar mejor la melodía y pensó vaya a saber en qué. El cielo estrellado de Madrid se transformó en una garúa interminab­le de papelito de colores y su corazón en una loca calesita girando frente al espejo de mil sensacione­s. Arriba estaba la noche agonizando con su rugido; abajo, en sus manos, la segunda Copa Libertador­es de su carrera.

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