LA NACION

Cambio de escenario

- Ezequiel Fernández Moores —para La NaCIoN—

Marcelo Gallardo ya había debutado, pero lo más importante sucedía en otro escenario. Suele ser así. El Muñeco llevaba apenas cuatro partidos en River: opaco triunfo por penales contra Ferro en Copa Argentina, 1-1 sufrido en La Plata contra Gimnasia, buen 2-0 contra Central y otra vez empate y victoria por penales en la Copa Argentina, ahora contra Colón en San Luis. El equipo no volvió a Buenos Aires porque el domingo había que jugar en Mendoza contra Godoy Cruz. El presidente Rodolfo D’Onofrio invitó a Gallardo a jugar al golf. Allí mismo, con apenas esos únicos cuatro partidos, pero sí viendo ya un modo de trabajo, D’Onofrio le ofreció quedarse con él hasta el final de su mandato. Tres meses después (River no había ganado todavía ningún título), D’Onofrio respondió al colega Diego Borinsky en la clásica entrevista de 100 preguntas de El Gráfico. “Gallardo –contestó D’Onofrio– será a River más de lo que (Carlos) Bianchi fue a Boca”.

Gallardo, que ya en cuatro años y medio igualó los nueve títulos del Virrey en Boca, juega al golf y al tenis desde que las lesiones comenzaron a agobiar sus últimos tiempos como jugador. Pero el necesario cable a tierra que acaso lo fortalece más no es el golf ni el tenis. Ni los títulos ni la capacidad. Su clave para conducir y convencer, tal vez, es no parecerse justamente al apodo moderno de Napoleón. Gallardo parece un personaje mucho más terrenal, cero emperador. Suena natural hasta cuando en conferenci­a de prensa responde que prefiere medir sus palabras si le preguntan por la Conmebol o porque el presidente Mauricio Macri lo tildó de “culón”. Y, como cuentan otros testimonio­s, luce todavía más ciudadano en escenarios menos visibles, buscando hijos en la escuela, yendo al cine o leyendo un libro que alguien le acerca.Si ningún mundo cerrado es bueno, el del fútbol, más ruidoso que todos, lo es menos aún. Y esto vale para el Gran DT y puede valer también para los barras.

A los líderes de La 12 y de los Borrachos del Tablón tendrían que haberlos autorizado a viajar a Madrid. Pero no para ir a la final, sino para que también ellos tuvieran que cambiar de escenario. La muestra, que está a solo 1000 metros del Bernabéu, casi donde estaba el Fan Zone de Boca, y que en un año lleva cerca de medio millón de visitas, se llama “Auschwitz. No hace mucho. No muy lejos”. Es la primera que recorre el mundo junto con 600 objetos para recordarno­s los horrores del mayor campo de concentrac­ión y exterminio del nazismo. Desde zapatos de las víctimas hasta un vagón original de los traslados. Fotos de ocio de los verdugos cantando. Ellos podían ser pasteleros o empleados bancarios y un buen día convertirs­e en SS y formar parte del genocidio. O crear un juego de mesa en el que el objetivo era “eliminar judíos”, niños incluídos, excepto los mellizos, que servían para experiment­os médicos. El “olor del miedo que queda para siempre”, cuenta una sobrevivie­nte. Casi un millón en las cámaras de gas. La muestra cierra con palabras de Elie Wiesel: “Creo que la respuesta, la única posible, está en la memoria”.

¿Serviría de algo conocer el verdadero horror que genera el odio a quienes ya hacen del odio su negocio? ¿Y serviría de algo para los que no son barras, pero los aplauden, los vivan y se comportan ellos mismos como barras apenas pueden? ¿Servirá esta final de sede ridícula en Madrid para que la AFA y los clubes establezca­n un antes y un después? No lo creo, pero tampoco valen las comparacio­nes porque el contexto aquí fue otro y porque en Madrid, como me dice un local, “hay fiesta hasta cuando matamos toros”. Pero igualmente siempre es bueno mirar otros escenarios. Enriquece. Marcelo Bielsa, por ejemplo, mandó a sus jugadores de Leeds a recoger basura unas horas en los alrededore­s del estadio, como lo hacen cotidianam­ente los empleados del club. Carlos Bilardo, tras escuchar quejas por un duro entrenamie­nto de jugadores ya campeones mundiales, los levantó al día siguiente a las cinco de la mañana pero no para entrenar, sino para que vieran a qué hora y de qué modo viajan a sus trabajos miles y miles de personas. El Schalke 04 envía a sus jugadores a minas de carbón para que recuerden de dónde salió el club.

Los escenarios distintos ayudan también al periodista. El colega Germán Leza, por ejemplo, alternaba con el teatro su seguimient­o a un deporte que no redujera todo a River y Boca. El teatro, sin dudas, ayudaba a esa fina sensibilid­ad que tenía Germán para los amigos y para tratar con deportista­s que, para la media, solo eran noticia cuando ganaban un oro olímpico. En La Bestia Invisible, en el teatro El Brío, Leza y sus compañeros danzaban alumbrados con sus celulares, leían cartas, diarios íntimos y confesaban con miedo o con risas fantasmas recuerdos incómodos, negados, olvidados o disfrazado­s, totalitari­smos, campos de concentrac­ión. En ciertas ocasiones, como las de estas horas en Madrid, la poesía –todos tenemos un refugio– ayuda a mitigar el dolor por su pérdida. “Mi anhelo –escribe Leonard Cohen–es un lugar/ Mi muerte es un velero”.

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Sebastián Domenech
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