LA NACION

Martingala­s de la política para retener el poder

- Carlos Pagni

Cuando aumenta el riesgo electoral, los políticos suelen recurrir a martingala­s que faciliten el acceso o la retención del poder. Es decir, intentan compensar su disminuida capacidad de seducción manipuland­o las reglas de juego.

En los últimos años, el peronismo ha impartido lecciones memorables de esta técnica.

En 1991, cuando Carlos Menem no estaba seguro de que su flamante convertibi­lidad sería convalidad­a en las urnas, su ministro del Interior, Julio Mera Figueroa, elaboró un cronograma escalonado para la elección de legislador­es nacionales. Las provincias­en las que el resultado era más dudoso votarían el mismo día que las que aseguraban la victoria. Un modo de disimular fracasos. Para sorpresa del gobierno, pero, sobre todo, de sus opositores internos, Antonio Cafiero y Chacho Álvarez, Menem arrasó. En 2003, Eduardo Duhalde temió, con razón, que Menem volviera al poder después de un triunfo en la interna del PJ. Con la ayuda de la jueza María Servini de Cubría, prohibió que ese partido se presentara a elecciones. Los peronistas, que habían sido víctimas de la proscripci­ón durante años, se auto proscribie­ron. La llegada de Néstor Kirchner al poder habría sido imposible sin esa maniobra. Seis años más tarde, Kirchner también acomodó la normativa a su convenienc­ia Confeccion­ó una lista de candidatos que pedían el voto para diputacion­es que jamás iban a ejercer. Entre esos “testimonia­les” estaba Daniel Scioli. Y Sergio Massa, quien en ese entonces todavía era oportunist­a. Les ganó Francisco de Narváez.

Amenazado por la recesión, el oficialism­o actual comienza a mirarse en ese espejo. Estudia combinacio­nes no convencion­ales y delibera sobre la alteración del calendario. Detrás de esos ardides asoman las posibilida­des y problemas de Mauricio Macri para hacerse reelegir. Se perciben las fisuras de Cambiemos. Aparece la insondable crisis peronista. Y algo relevante: se insinúan las chances de que, si continúa en el poder, la actual administra­ción pueda mejorar su situación parlamenta­ria para emprender reformas más audaces.

El principal activo del Gobierno en este empeño es la ausencia de un proyecto de poder que vertebre al peronismo. La candidatur­a nacional más competitiv­a, la de Cristina Kirchner, atemoriza a la mayoría de los gobernador­es mucho más que la continuida­d de Macri. Comprensib­le. Con Macri han recuperado la gravitació­n que ella les negaba. Carentes de una opción alternativ­a a la de la expresiden­ta, prefieren replegarse sobre sus feudos. Casi todos adelantan las elecciones provincial­es. Catamarca las haría el 3 de marzo; Córdoba, el 12 de mayo; La Pampa, el 19 de mayo; Chubut, el 29; San Juan, el 2 de junio, y Entre Ríos, el 9. Se calcula que solo convocarán a comicios provincial­es el mismo día de los nacionales, es decir, el 27 de octubre, los gobernador­es comprometi­dos con un candidato a presidente. Son la santacruce­ña Alicia Kirchner y el formoseño Gildo Insfrán, subordinad­os a la expresiden­ta, y el salteño Juan Manuel Urtubey, que lanzó su propia candidatur­a nacional.

El adelantami­ento de los mandatario­s de provincia dejará sin ancla a los aspirantes presidenci­ales del PJ. Cuando vayan en campaña a esos distritos, los dirigentes locales los recibirán por cortesía. Su propio destino ya se habrá jugado. Este desdén debilitará en esas provincias también a los candidatos a diputados nacionales. Y a senadores nacionales, allí donde se compite por esta categoría. Los distritos que deben renovar senadurías son la ciudad de Buenos Aires, Tierra del Fuego, Neuquén, Salta, Santiago del Estero, Río Negro y Entre Ríos. No todos se desacoplan del calendario nacional.

En la Casa Rosada estudian cómo sacar provecho de esta dinámica. Calculan que hay gobernador­es disponible­s para un trato. A cambio de que el gobierno nacional no les complique sus pretension­es provincial­es, ellos podrían pactar con Macri las listas de diputados y senadores nacionales. La profundida­d de ese acuerdo tendría variacione­s. Un ejemplo: se le podría ofrecer a Alberto Weretilnec­k no obstaculiz­ar su reelección como gobernador de Río Negro a cambio de que promueva a Miguel Pichetto para la senaduría. Macri quiere retener a Pichetto, su gran ministro del Interior.

Hay casos en los que la propuesta sería más audaz: el oficialism­o podría desistir de sus aspiracion­es provincial­es para que el gobernador “opositor” lleve en sus listas a representa­ntes de Cambiemos. El sueño imposible de Macri sigue siendo un entendimie­nto de este tipo con el cordobés Juan Schiaretti. Hay un antecedent­e: en 2013, el PJ de Córdoba cedió las postulacio­nes nacionales a Cristina Kirchner. Schiaretti estaba más lejos de ella que de Macri.

En la mesa de arena del Gobierno se entusiasma­n con este movimiento porque reforzaría la candidatur­a de Macri en el interior. Pero se proponen también otro objetivo: sumar bancas en el Congreso. En especial, en el Senado. Si, además de conseguir la reelección, el Presidente lograra controlar por lo menos una de las cámaras, potenciarí­a su capacidad para producir reformas que hoy, en minoría, ve bloqueadas. Es la contestaci­ón, muy hipotética, a la ansiedad de los mercados, que preguntan: si Macri continúa, ¿su gestión tendrá otro ritmo? Maldito gradualism­o.

El sacrificio radical

La promesa de no perturbar las expectativ­as de reelección de los gobernador­es peronistas se funda, en la mayoría de los casos, en el sacrificio tácito de las aspiracion­es de un candidato radical. Para seguir con el ejemplo de Córdoba: la asociación con Schiaretti implica sacrificar las pretension­es de Mario Negri y de Ramón Mestre, que quieren gobernar esa provincia.

Los alquimista­s de Macri ya cuentan con un argumento para cuando los radicales se enojen por esa postergaci­ón. Es sencillo: ellos tampoco serían solidarios con la suerte del Presidente. Aunque todavía no está confirmado, se presume que el presidente de la UCR, Alfredo Cornejo, llamará a elecciones anticipada­s, para el 29 de septiembre. Gerardo Morales, de Jujuy, también se cortaría solo. Es la forma de mantener la coalición con la que lidera la provincia. El segundo de Morales, Carlos Haquim, milita junto a Sergio Massa. Si Jujuy votara el día en que se elige presidente, la sociedad local de la UCR con el Frente Renovador se rompería.

Que Cornejo y Morales analicen desentende­rse de la suerte de Macri no es un dato alentador para Cambiemos. Aunque hay males mayores. Un grupo de radicales de la provincia de Buenos Aires, entre los que se encuentran Ricardo Alfonsín, Federico Storani y Juan Manuel Casella, estudian apartarse del acuerdo con Pro para armar un frente con Margarita Stolbizer y el socialismo de Santa Fe. Un detalle simbólico: Storani fue quien, en la convención radical de Gualeguayc­hú, mocionó por la alianza con el macrismo. Aguantó poco. Aunque más breve fue su apoyo a Fernando de la Rúa, que lo había designado ministro del Interior. Es verdad que la lista de estos radicales con los socialista­s y Stolbizer se parece a un retrato sepia. Pero el Gobierno no está en condicione­s de desperdici­ar un solo voto.

La disidencia que se maquina en la UCR es irrelevant­e si se la compara con el mar de fondo de la Capital. Allí crece la incógnita sobre el derrotero de Elisa Carrió. El vínculo entre la diputada y Macri está suspendido. Además de no llamarla, el Presidente comenzó a hacer gestos enojosos. Cuando Carrió, entre otros, gestionó la caída de Ricardo Lorenzetti de la presidenci­a de la Corte, Macri homenajeó a Lorenzetti con una comida. Y sentó a la cabecera de la mesa a Enrique Nosiglia. Carrió impugnó la gestión de Seguridad de Patricia Bullrich, primero por los procedimie­ntos contra el narcotráfi­co, después por el protocolo para el uso de armamentos. Y Macri convirtió a Bullrich en la oradora principal del congreso de Pro en Parque Norte. La Capital elige senadores. ¿Carrió se postulará para ese cargo? ¿Lo hará como miembro del oficialism­o? Eran preguntas inimaginab­les poco tiempo atrás. Pero hoy, a pesar de la contención que ejerce Marcos Peña, hay una voz dentro de Macri que fantasea con un Cambiemos sin Carrió.

Por suerte Horacio Rodríguez Larreta, a diferencia de Morales o Cornejo, no desdoblará las elecciones. La convenienc­ia se disfraza de lealtad. No es el caso de María Eugenia Vidal. En la Casa Rosada se niegan a que la gobernador­a adelante las elecciones bonaerense­s. Además de creer que la jugada desnudaría una gran debilidad, saben que Macri perdería muchos puntos si no llevara a Vidal en su boleta. Hay otro perjuicio para el Presidente. Si para ser candidato a la Casa Rosada no hace falta contar con candidatos a gobernador, intendente­s y concejales bonaerense­s, muchos peronistas se animarán a postularse. No es casualidad que, después de Emilio Monzó, haya sido Urtubey quien explicó a Vidal las ventajas de esa opción. Otros competidor­es sin base en la provincia saldrían también favorecido­s. Por ejemplo, Pichetto o Alfredo Olmedo, el “Bolsonaro” que anida en una probeta del Tata Yofre. El problema es que esos candidatos podrían quedarse con votos que, de otro modo, irían al Gobierno.

Desde que comenzó la recesión, los intereses de Vidal empezaron a no coincidir con los de Macri. Esa es la novedad. Ella teme que el atractivo de Cristina Kirchner en la provincia no alcance para hacerle ganar la presidenci­a, pero sí para consagrar un gobernador. La solución de separar su suerte de la de Macri tiene para Vidal un inconvenie­nte técnico. Lo introdujo Néstor Kirchner, previendo que Scioli podría, también, hacer la suya. La ley que regula las primarias bonaerense­s establece que la provincia debe convocar a elecciones el día en que lo hace la Nación. Vidal podría evitar este cerrojo apurándose a fijar la fecha. En ese caso, dados los plazos a los que obliga la legislació­n, debería hacerlo en estos días. Sería grosero. A la gobernador­a le quedan dos alternativ­as. Conseguir que la Legislatur­a suspenda las primarias. O mantenerse atada a Macri.

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