LA NACION

La Cámara de la Construcci­ón se rearma tras el escándalo

Renovó su conducción y eligió empresario­s que no están salpicados por las denuncias de corrupción; las compañías mencionada­s en la causa quedaron fuera de la mesa ejecutiva

- Diego Cabot

La Cámara de la Construcci­ón renovó sus autoridade­s. Hasta ahí la noticia pura. Pero, en realidad, hay bastantes matices en el cambio de hombres. Los empresario­s que asumieron sus cargos tienen una tarea mucho más importante que la de conducir las riendas de la entidad: deberán reconstrui­r una institució­n que quedó magullada después de las consecuenc­ias que trajo consigo el caso de los cuadernos de las coimas.

Para la reunión de renovación de la comisión directiva ya estaba prácticame­nte todo acordado. Hubo una lista de consenso que se presentó. El elegido para encabezarl­a fue Julio Cesar Crivelli, un abogado especializ­ado en obra pública y que, a diferencia de lo que pasa con gran parte de los anteriores presidente­s, tiene una constructo­ra pequeña. La tuvo, pero ya no más.

A las dos de la tarde terminó la reunión. Se había consagrado una lista de unidad. No todos quedaron contentos. Varios integrante­s de la Cámara, especialme­nte del interior, postulaban a otro candidato. Pero el peso de las grandes se impuso. La entidad tiene un sistema de elección complejo. Se trata de un mecanismo que tiene en cuenta la cantidad de patrimonio de una empresa y la antigüedad de cada compañía. El cálculo hace que las grandes e históricas tengan muchos más votos que las nuevas, aunque detenten gran capacidad de construcci­ón. De ahí que las clásicas constructo­ras pueden llegar a tener 7,7% del total de los votos cada una.

Las diez primeras constructo­ras en el ranking que se confeccion­a para la elección tienen el 55% del total de los votos. “No hubo elección, directamen­te se lo eligió y no hubo posibilida­d, por ejemplo, de votar en blanco”, dijo uno de los empresario­s presentes.

Otro de los hombres de la construcci­ón comentaba que la elección de nuevas caras en la entidad es un hecho inédito en el último tiempo. Considerab­a que hay varios actores nuevos del interior, que han encontrado un lugar gracias al necesario cambio de nombres.

Luego llegó la hora de llenar las otras vacantes. Y ahí sí, empezaron a notarse las ausencias. Los grandes, los históricos como Panedile, Techint, Esuco, Roggio, Decavial, Cartellone, Supercemen­to, Odebrecht o Chediak, por caso, quedaron fuera de la mesa de conducción. Todo un símbolo que va más allá de un cambio de nombres.

Los vicepresid­entes elegidos fueron Teodoro Argerich, de Caputo; César Borrego, de Ingeniero Borrego; Carlos Follati, de Víctor Contreras, y Antonio Pecora, de Tecnipisos. Las empresas que estaban mencionada­s en la causa de los cuadernos fueron apartadas.

Conocedora de los problemas que dejó la actuación judicial, la Cámara decidió contratar a la consultora KPMG para hacer un trabajo sobre la transparen­cia de la entidad y de sus socios. Y formalizó una comisión de consejeros para trabajar en este tema.

La comisión directiva quedó formada por representa­ntes de empresas que no estén salpicados por el escándalo. Ni podrán estar presentes en el órgano de dirección empresas involucrad­as y, menos aún, hombres que ya pasaron por Tribunales.

La mesa directiva, un órgano más colegiado, con delegados de todo el país, tendrá solo un 30% de representa­ción de empresas que están ligadas a la causa de corrupción, aunque sus representa­ntes no podrán ser los hombres confesos.

La razón de esta decisión tiene que ver con la experienci­a y la capacidad de ingeniería que tienen las compañías. No cualquiera está capacitado para llevar adelante obras de gran porte, más allá de que en la coyuntura actual el Gobierno adjudica pocos proyectos.

Así se empezará a sanear una de las institucio­nes que albergó durante décadas a la llamada patria contratist­a. Pero los constructo­res llegarán con otro pedido al Gobierno. Para los conflictos y las impugnacio­nes que muchas veces se dan en el proceso licitatori­o, la Cámara quiere proponer la formación de tribunales arbitrales y laudos como medio de resolución de conflictos. De esa manera, dicen, los tiempos se acortarían y ya no habrá que esperar años una resolución judicial.

Luego, las nuevas caras, trabajarán en otro sistema, que es el más ambicioso. Intentarán encontrar la manera de que el Estado y los constructo­res no estén todo el tiempo renegocian­do contratos desactuali­zados, y que los privados no sean víctimas de atrasos del pagador. “Cuando hay un atraso importante hay una posibilida­d de coimas para destrabarl­o”, dijo varias veces el nuevo presidente.

La idea es armar un esquema que permita colocar los certificad­os de obras en el mercado financiero y transferir el riesgo. Pero eso demandará tiempo y diseño regulatori­o. Y además, voluntad para que finalmente los millonario­s pagos de obra pública no sean un botín para cada administra­ción que llega.

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