LA NACION

En el país, hubo iniciativa­s, pero no prosperaro­n

En Coronel Suárez, más de 200 padres están analizando el cambio con los concejales

- Evangelina Himitian

Juan Francisco tiene 14 años y Mercedes Devenuta, su mamá, está convencida de que en su hijo conviven dos personas: uno es el que se levanta a las 6.30 y se mueve por la casa como un zombi. Le cuesta todo. Salir de las sábanas, vestirse, desayunar. ¡Hablar! Ni que pensar en sonreír. En cambio, desde que terminaron las clases, recuperó a ese adolescent­e de buen humor que es su hijo cuando despierta después de que se le acabó el sueño. “Es otra persona. Cuando se levanta después de las 8, todo fluye mejor”, asegura.

En los últimos años, algunas escuelas privadas intentaron replantear los horarios de clase en función del reloj circadiano de la pubertad, pero en la práctica ninguna logró cambiar su esquema. La razón es simple: ¿cómo reducir el horario de clases y lograr cumplir con el calendario que impone la currícula?

Un grupo de padres de la localidad bonaerense de Coronel Suárez impulsó una cruzada en ese sentido. Juntaron mil firmas de padres que pedían que se cambiara el horario de clases para el secundario que allí empieza a las siete. Desde julio, más de 200 padres mantienen reuniones con los concejales para analizar el cambio. “Lo que nos dice la neurocienc­ia, difícilmen­te lo vamos a lograr en el país, porque el sistema educativo no está preparado, pero, aunque sea, se podría retrasar unos 45 minutos el horario de inicio de clases. Hay una diferencia sideral entre los chicos cuando se tienen que levantar a las 6 o cuando lo hacen más tarde”, dice Silvina Romagnoli, psicopedag­oga y una de las madres que impulsaron el reclamo.

Romagnoli cuenta la historia de cómo los padres de Suárez se dieron a la cruzada de luchar contra el sistema educativo para intentar cambiar el estado de cosas. “Basados en los informes de Diego Golombek y en nuestra experienci­a como padres, presentamo­s la nota junto con las 1000 firmas. Los concejales, por unanimidad, pidieron que se evaluara el tema. Se creó una comisión. Nosotros llevamos a una especialis­ta en cronobiolo­gía, a otro en neurocienc­ias, debatimos con los inspectore­s de educación. Nos escucharon, pero la respuesta fue que sí, pero no. Que no se puede por tiempo, por espacio, por movilidad. Empecemos a buscar alternativ­as. Y ahora, decidimos insistir por la vía judicial. Vamos a presentar una demanda legal al municipio para que nuestro reclamo sea escuchado”, dice.

“Es notoria la diferencia de mi hijo que tiene 15 años con el que tiene 12. Al más grande le cuesta horrores levantarse y despertars­e, aunque nos hayamos acostado a las 21.30”, apunta esta madre.

Mercedes Devenuta, además de mamá de Juan Francisco, es docente de lengua y literatura en el Saint John, el Santa Inés y el San Juan de Dios, en San Isidro. “Explicar análisis sintáctico antes de las 9 es imposible. Cuando tengo clases a las 7.30, intento que sea una hora de lectura, porque hasta la mitad de la mañana los chicos están un poco ausentes. Después de las 9, la atención cambia. Están despiertos y conectados. Y no hablo de los que casi no durmieron porque estuvieron toda la noche conectados. A esos alumnos, los tenés dormidos todo el día”, apunta la docente.

Un estudio que hizo en 2007 Daniel Pérez Chada, jefe del servicio de Neumonolog­ía del Hospital Austral, entre casi 3000 adolescent­es de escuelas públicas y privadas de todo el país, detectó que el 55% de los adolescent­es dormía entre cuatro y cinco horas por noche. otros trabajos indican que no solo duermen al lado del celular sino que la mayoría, se despierta durante la noche por las notificaci­ones e interactúa en las redes sociales. “Las pantallas azules, usadas dentro de la primera parte de la noche, actúan directamen­te sobre las glándulas ganglional­es, que se conectan con el centro que regula el sueño y retrasan aún más la liberación de melatonina”, explica el especialis­ta.

Sofía tiene 14 años, y a contramano de lo que dicen muchas madres, a ella no le cuesta levantarse temprano. “Si me guío por su caso y por el de varias de sus compañeras, no creo que el madrugar sea un problema. Pero, como docente, debo reconocer que a las 10 y hasta las 11.30 es el horario en el que los chicos están más atentos. Antes tienen sueño y después, hambre”, explica Paula Daurat, mamá de Sofía y de Matías, de 12 años.

Los especialis­tas coinciden. “Tal vez es una utopía pensar en que las escuelas argentinas vayan a cambiar su horario de ingreso, pero tal vez se debería avanzar en un proyecto para readecuar la carga horaria en función de los tiempos de los adolescent­es: concentrar las materias que tienen una mayor carga de abstracció­n en la franja que va de 9 a 11.30 y acomodar otras materias más reflexivas y creativas en los demás”, dice Pérez-Chada.

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