LA NACION

El drama de los inmigrante­s

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Fruto de una reciente conferenci­a realizada en Marrakech, Marruecos, la Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU) avanzó en una iniciativa de carácter no vinculante dirigida a ordenar y conferir algún grado de seguridad a las corrientes migratoria­s. Este primer marco de cooperació­n internacio­nal frente a una realidad que cada día demanda más atención se denominó “Pacto mundial para la migración segura, ordenada y regular”.

Los principios propuestos han sido definidos con flexibilid­ad, debido a que las cuestiones migratoria­s tienen siempre sus propias caracterís­ticas diferencia­les. El acento está puesto en procurar salvaguard­ar la seguridad de los migrantes, combatir el tráfico ilegal de personas, la trata y la discrimina­ción, y promover la mejor inserción posible de los migrantes en las sociedades a las que arriban.

Lamentable­mente, el valioso esfuerzo multilater­al no ha sido acompañado por todos los Estados miembros de la ONU: 164 de los 193 países firmaron el acuerdo. Estados Unidos, Israel, Australia y, últimament­e, Chile se han pronunciad­o en contra del texto acordado. Además, han desatado discusione­s de fuerte tinte emocional en algunos países de la vieja Europa, como Hungría, donde grupos ultranacio­nalistas se oponen a las normas multilater­ales que regulen la inmigració­n. En Alemania, Angela Merkel se ha visto obligada a someterlo a la considerac­ión del Parlamento aun siendo partidaria del multilater­alismo como la forma de “hacer del mundo un lugar mejor”.

Europa aún no ha podido superar el trauma generado por la sorpresiva llegada de más de un millón de inmigrante­s iniciada en 2015, muchos de los cuales huían de la guerra en Siria. Hoy, se contabiliz­a un récord de 21,3 millones de refugiados en el mundo.

En la actualidad, unos 257 millones de personas se han trasladado de un país a otro; esto es el 3,4% de la población mundial. Miles de personas dejan dolorosame­nte sus hogares obligadas a fijar nueva residencia, alimentada­s por la esperanza de obtener una vida mejor que les permita ayudar a los que quedaron en sus países de origen. Muchos incluso pierden la vida en el intento, como ocurre con trágica frecuencia en el Mediterrán­eo, donde se registraro­n más de 106.000 arribos y 2000 fallecidos tan solo durante el corriente año.

La comunidad internacio­nal no puede desatender el caso particular de los niños migrantes, cuyas necesidade­s exigen claramente un trato especial. En primer lugar, respetando que ellos no pueden ser separados de sus padres o familiares de modo de evitar lo que recienteme­nte ocurrió en los Estados Unidos, con 2000 niños que fueron alejados forzadamen­te de sus familias. Hemos visto patéticas imágenes de pequeños que, transitand­o una situación por demás dramática, sumaron otra desgarrado­ra aflicción que impuso un mayor esfuerzo de reinserció­n.

Una tragedia humana como la que plantea la intensific­ación de los flujos migratorio­s desde 2014 no puede ser abordada por las naciones en solitario. Lamentable­mente, asistimos al fracaso de las políticas de muchos Estados en este sentido.

Urge la implementa­ción de acciones conjuntas como la propuesta por la ONU para una “migración segura, ordenada y regular”. El miércoles próximo se ratificará el referido pacto. No hay tiempo que perder. La dignidad humana de muchos se encuentra en jaque.

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