LA NACION

Las guerras comerciale­s se pueden prever

- Roberto Kozulj

Existe una cierta convicción de que las ciencias sociales, la economía incluida, tienen escaso o nulo poder de predicción. El espacio para los diversos aportes parece ubicarse solo en dos polos no refractari­os: cuando los resultados y discursos son funcionale­s a los intereses dominantes; cuando son funcionale­s al escándalo o a una oposición antisistem­a. Estos dos modos, supuestame­nte opuestos, son en realidad complement­arios: contribuye­n a impedir crear un mundo un poco mejor. Es el contexto de la posverdad.

A partir de mi experienci­a, sostengo que es posible realizar prediccion­es robustas en ciencias sociales. En 2001 publiqué un trabajo en Elsevier, donde señalaba, con base a un desarrollo teóricocon­ceptual propio iniciado muchos años atrás, que “si el análisis es relevante y conceptual­mente correcto, el problema de la sobrecapac­idad estructura­l (del aparato productivo) a escala mundial, se vería aliviado durante una década debido a la participac­ión de China y la India en el proceso de urbanizaci­ón, pero que inevitable­mente dicho problema se vería agravado en la próxima década y a más largo plazo, de modo tal que la progresiva exclusión social se convertirí­a más en la regla que en la excepción”. Por cierto, el posible inicio de esa crisis se situaría en 2009, según la lógica de aquel análisis centrado en las interaccio­nes entre urbanizaci­ón, crecimient­o y cambio tecnológic­o.

A partir de allí, a comienzos de 2005, publiqué otro libro sobre las problemáti­cas, desafíos y escenarios del choque de civilizaci­ones o crisis de la civilizaci­ón global. Se anticiparo­n allí no solo una crisis económica, sino una civilizato­ria. Se alertaba sobre la pérdida de derechos y amenazas a las democracia­s; conflictos geopolític­os; el papel de las infowars, la guerra mediática. En Cómo lograr el Estado de Bienestar en el siglo XXI, finalizado en 2015 y publicado en 2017, el análisis fue aún más específico y se centró en industrias de infraestru­ctura: acero, cemento, construcci­ón, pero también en nuevas industrias culturales, como Netflix. Algo ya implícito en las anteriores.

En síntesis, si hoy es noticia mundial la cuestión de la guerra comercial entre los Estados Unidos y China, o la guerra comercial por el acero que afecta hasta a países como Turquía, buena parte de una explicació­n científica que preveía este escenario ya se hallaba muy bien desarrolla­da entre al menos 13 y 15 años antes. Lo mismo respecto de la guerra por la relocaliza­ción de inversione­s cuando las rentas son globales, por caso la regulación europea. Ejemplos de prediccion­es exitosas deberían haber abierto un debate científico sobre la validez de dichas predic- ciones basadas en hipótesis contrastab­les bien enunciadas. Pero, para la mayoría, el tema es el capitalism­o y punto, o bien agitación social y punto. Hablar de estos grandes temas desde la Argentina no está previsto en el mapa de la división internacio­nal del trabajo intelectua­l. El sistema es refractari­o. No se trata de que es injusto, se trata del mensaje, el cual, por supuesto, contribuye a un mundo sin rumbo o con rumbo presumible­mente catastrófi­co. Aun, con todo esto, no es inusual escuchar que los intelectua­les y las universida­des deberían participar más en las cuestiones de políticas públicas. ¿Cuán dispuestas se hallan las dirigencia­s a tomar los aportes más serios y relevantes, cuando las consecuenc­ias de estas prediccion­es no le son funcionale­s?

Economista, vicerrecto­r de la Sede Andina de la Universida­d Nacional de Río Negro

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