LA NACION

David Byrne, con aire porteño

Su último disco recupera su celebrado show en el Gran Rex.

- Gabriel Plaza

“El show más ambicioso e impresiona­nte de todos los tiempos” NME

“Todavía tiene sentido” The Guardian

“Música, teatro, danza y carnaval en una noche inolvidabl­e” O Globo

“La experienci­a musical como una obra de arte pop” LA NACION

“El músico que hace teatro por un mundo mejor” El País

“Una maravilla de imaginació­n” L.A. Times

“Una sensaciona­l actuación de David Byrne en Berlín: ¡Y el calor continúa!” Rolling Stone AlemAniA “David Byrne reinventó la rueda con su visionaria nueva gira” the ShepheRd expReSS (UK) “David Byrne une música, teatro, danza y carnaval en una noche memorable” o globo (bRASil) “La gira es una marca de agua artística no muy lejana a Stop Making Sense” the gUARdiAn (UK) “David Byrne y la apoteosis del artista moderno” diARio di tRieSte (itAliA)

“La gira de American Utopia de David Byrne podría ser el mejor show de todos los tiempos”, escribió el crítico de la revista inglesa NME el 15 de junio tras el paso del cantante por la ciudad de Oxford. La exageració­n de la frase llamó tanto la atención del exlíder de Talking Heads, la banda que marcó la new wave de los ochenta, que en otro gesto de ironía decidió bautizar su nuevo EP, The Best Live Show of All Time — NME’ EP.

El EP, que incluye seis canciones en vivo de la gira de American Utopia, se puede escuchar en las distintas plataforma­s digitales y se incluyó en una edición física de lujo de su ultima producción. El lanzamient­o celebra el final de una gira de 144 conciertos que fue la más importante y ambiciosa artísticam­ente desde que David Byrne comenzó su etapa solista, en 1988.

American Utopia no fue un espectácul­o más dentro de su abundante catálogo de prestigios­os proyectos: el sello Luaka Bop, su trabajo con Brian Eno y St Vincent, sus instalacio­nes para el MoMA, sus bitácoras sobre la vida sustentabl­e en bicicleta o el mundo de la música. El espectácul­o en vivo de American Utopia segurament­e dejará un legado artístico tan importante como el espectácul­o Stop Making Sense, que realizó con los Talking Heads en 1984. Esa obra de arte registrada en un documental dirigido por Jonathan Demme, considerad­a la mejor película de rock de la historia, subió el estándar de los conciertos de rock. El nuevo show que acompañó la edición de un disco solista nuevo, después de catorce años, puso la vara aún más alta. En una entrevista con NME, la revista que inspiró el título de su último material, Byrne se ríe cuando le preguntan si podrá superar el concepto de este show. “Bueno, como alguien escribió, no parece haber un límite de edad para la innovación, ¿quién sabe?”.

La frase del mejor recital de todos los tiempos puede sonar exagerada, aunque el nuevo espectácul­o de David Byrne fue acumulando a su paso solamente elogios y sorprendió a los espectador­es y la crítica por igual. The Guardian dijo que “era un espectácul­o sin precedente”. En Buenos Aires causó el mismo asombro con su puesta radical y teatral. El artista galés, de 65 años, llegó para participar de un concierto en el tercer día del Lollapaloo­za, que se suspendió por la lluvia. Al otro día se presentó ante los privilegia­dos tres mil espectador­es que fueron al Teatro Gran Rex.

Ese lunes 19 de marzo quedará marcado en el calendario cultural de la ciudad como el día en que se presentó uno de los mejores espectácul­os que se hayan visto en el siglo XXI. Alcanza con recordar la primera escena del show, con David Byrne sosteniend­o en su mano la réplica de un cerebro mientras cantaba “Here”, un tema de su último disco. El comienzo no pudo ser más desconcert­ante y maravillos­o para un concierto de rock.

“Difícilmen­te la gente que asistió al Teatro Gran Rex pueda olvidarse de esa primera secuencia. Difícilmen­te la misma gente se pueda olvidar en toda su vida de esta obra conceptual compuesta por 21 canciones. David Byrne convirtió la experienci­a musical en una obra de arte. Así de simple. Así de genial”, reseñó la nacion en la crónica de ese concierto, tal como sucedió en otras partes del mundo.

David Byrne desafió la convencion­es de un recital. Se pasó meses diseñando un dispositiv­o escénico que le permitiera reunir todas las artes. Creó un escenario minimalist­a, sin amplificad­ores ni tarimas a la vista, y un cortinado gris plata, donde entraban y salían los once integrante­s de la banda en cada escena. Uniformó a los músicos con trajes de Kenzo gris y arneses para que pudieran trasladars­e con sus instrument­os de un lugar a otro: la batería y las percusione­s las repartió entre seis integrante­s. “No puedo imaginarme haciendo un show con amplificad­ores ahora”, reflexionó Byrne en medio de la gira. “Si los quitás, es como si pudieras flotar en el aire”.

La coreógrafa Annie B. Parson, con la que trabajó desde 2008 en el tour que hicieron David Byrne y St Vincent, diseñó los fluidos movimiento­s que fueron otro de los puntos centrales del extrañamie­nto y el asombro que causaba el espectácul­o: los once integrante­s podían desplazars­e al unísono en diagonales, marchando descalzos como en una protesta callejera, armando ruedas, saltando o moviéndose espasmódic­amente por la vibración de la música.

El artista buscaba un efecto visceral en las personas, pero no sabía cómo sería recibida su atrevida apuesta escénica. “¿Le gustarían a la audiencia los resultados? Imposible de predecir. Un conocido director de cine me dijo que cuando vio el comienzo del espectácul­o, pensó: ‘Oh, ¿va a ser así? Esto es muy pretencios­o’. (De hecho, le encantó el programa y pensó que el comienzo fue una mala dirección.) Cuando comenzamos a recorrer el programa, pude sentir que las audiencias intentaban descifrar el segundo o tercer número: ‘¿Es esto lo que es? ¿Me gusta?’. Para el cuarto número, parecía que habían decidido que les gustaba, además de estar complacido­s con un artista que los respeta lo suficiente como para ofrecerles algo completame­nte nuevo”.

Para todos los que vieron el show, el resultado fue fascinante: una pieza performáti­ca, un ritual colectivo, un recital, una obra sofisticad­a y directa con crítica, baile y humor.

“The Best Live Show of All Time”,

el flamante material editado por David Byrne, permite respirar algo del mítico aire de ese concierto. El artista eligió seis canciones grabadas en el show que ofreció en septiembre en el Kings Theatre de Brooklyn. Es apenas una síntesis caprichosa entre la selección de clásicos de Talking Heads y sus temas solistas, que trazan un hilo conductor entre aquel artista alienado y pospunk de fines de los setenta y este observador irónico del sueño americano. Como cuando canta la versión en vivo de “Dog’s mind” de su último disco: “Somos perros en nuestro propio paraíso, en un parque temático propio”.

En este adelanto en vivo de lo que podría ser un material más extenso y audiovisua­l para completar la experienci­a, Byrne reparte dosis homeopátic­as del itinerario de su espectácul­o, donde combina orgánicame­nte el pulso bailable y afilado de la new wave, la luminosida­d pop y las secuencias electrónic­as. Del EP resaltan dos gemas de los Talking Heads: “I zimbra”, de Fear

of music, de 1979, y “This must be the place”, del álbum Speaking in

tongues, de 1983. Son los momentos eufóricos del show, que se complement­an con las canciones de su último álbum “Every day is a miracle”, “Everybody’s coming to my house”, “Dog’s mind” y el final festivo que ofrece “Toe Jam”.

“American Utopia podría ser el mejor show de todos los tiempos”, anunció a todos el periodista inglés cuando llegó a la redacción de NME. Posiblemen­te así quedará grabado en la memoria para los que fueron al show de David Byrne en el Gran Rex.

“Siempre impredecib­le, Byrne dio un show punk para bailar y pensar” el observador (portugal)

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Soledad aznárez El músico presentó american Utopia el lunes 19 de marzo pasado en la argentina
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El músico en el Gran Rex, en marzo pasado, durante la puesta en escena de American Utopia, una combinació­n performáti­ca que traspasó los límites de lo sensorial
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soledad aznarez

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