Low experimenta sobre la aridez y la vuelve un terreno fértil
Low cumple veinticinco años de carrera, pero su nuevo disco, eso está muy claro, no suena a celebración. Con osadía y mucha convicción, la banda de Duluth, Minnesota (la ciudad natal de Bob Dylan), cuya base es la pareja Alan Sparhawk / Mimi Parker, acompañada hace ya diez años por el bajista y tecladista Steve Garrington, ofrece su propia visión de un mundo sobrecargado de inestabilidades –políticas, económicas, religiosas–, traducida esta vez en un repertorio árido y ominoso que transmite un gris desasosiego.
Sin desmarcarse categóricamente del subgénero que trabajó con paciencia de orfebre a lo largo de su extensa trayectoria –el slowcore, una especie de respuesta lánguida, sombría y minimalista al temperamento agresivo del grunge nacido en los 90–, Low profundiza ahora las disonancias y la experimentación con la electrónica que ya había probado en Ones and Sixes (2015), otro disco de pulso mortuorio producido por BJ Burton, socio fundamental de Double Negative.
“Quorum”, un fantasmagórico track de apertura que suena como un posible correlato del ambiente denso y pesadillesco de la tercera temporada de Twin Peaks, concentra en tres minutos con cuarenta y tres segundos el ADN del disco: voces que no terminan de emerger a la superficie, aplastadas por un dron lacerante que cede apenas unos segundos para dejar adivinar una melodía celestial constantemente reprimida.
Exhortado a revelar referencias, Sparhawk empezó por Suicide y Alec Empire (Atari Teenage Riot), otros cultores de la incomodidad, pero en Double Negative hay muchísimas más huellas para descubrir: el ambient avant-garde de los cuatro volúmenes de The Disintegration Loops (William Basinski), el sonido industrial de Throbbing Gristle, el caos organizado de Homogenic (Björk), la rítmica obtusa de Pan Sonic y el espíritu aventurero del que hizo gala Radiohead en Kid A.
Pero el gran secreto de este disco es lo que se esconde detrás de esa bruma espesa que puede agobiar al que toma contacto con él completamente desprevenido. Ese tesoro está encerrado en temas como “Always Up to Fly”, en los que despunta la prodigiosa capacidad de Low para elaborar melodías de ensueño y presentarlas en un entorno que apunta siempre a la singularidad. Son los remansos de un paisaje lúgubre, desértico, la respuesta angustiada de Low a un mundo que para una generación –la de los nacidos a fines de los 60– empieza a volverse inquietante, hostil, incómodo, todas sensaciones que Double Negative recoge, procesa y devuelve al exterior en una contundente clave poética. La operación estética dio buenos resultados: la crítica rendida a sus pies celebra el mejor disco de la carrera de la banda. “Nuestro reto era conseguir que guste algo que no es tan fácil de escuchar”, sintetizó Sparhawk. Un misión que parecía imposible y terminó siendo cumplida.