LA NACION

El Lobo estepario

- Pablo Gianera

Los otros días, en esta misma redacción en la que escribo ahora, estuvo el Gustavo Fernández, campeón flamante del Abierto de Australia en tenis adaptado. En la final le ganó a Stefan Olsson, contra quien había perdido otras finales. No es fácil ver semejantes partidos porque la televisión no suele transmitir tenis adaptado, ni siquiera cuando se trata, como en este caso, del primer número 1 del tenis argentino (ahora ocupa el puesto 2). La entrevista la hicieron Sebastián Torok y Claudio Cerviño.

Torok, el periodista que mejor escribe de tenis en estas costas, publicó hace pocos meses Hambre de Lobo (Ediciones B), una formidable biografía a varias voces de Fernández que deja a la vista todo lo que puede conocerse hasta ahora del tenista (Gusti, como le dicen quienes lo conocen, tiene 25 años y confía en poder jugar todavía diez años más).

Un detalle para quienes no estén familiariz­ados con la cuestión: el tenis adaptado tiene casi las mismas reglas que el tenis que todos conocemos y jugamos mal (la misma cancha, las mismas pelotas y los mismos tamaños de raqueta) con la única excepción de que, dado que el desplazami­ento se hace en silla de ruedas (esas sillas particular­es con las ruedas inclinadas), se permiten dos piques.

En el prólogo a la biografía que preparó Torok, Rafael Nadal (que para Gusti es el mejor deportista de la historia) habla de los jugadores de tenis adaptado: “Naturaliza­n sus obstáculos, se acostumbra­n a ese modo de vida y se potencian. La gran virtud es que hacen de una dificultad una normalidad y eso, para mí, siempre es digno de admirar”. Ni compasión ni privilegio­s.

“Soy bastante crítico del elogio –dijo Fernández en la entrevista con la nacion–. Porque la discapacid­ad muchas veces no genera objetivida­d. Es como que todo lo que hagas está bien y, sin importar lo bien que lo hagas, nunca vas a pasar una línea. Sos crack por todo, pero no te terminan de valorar el deportista que sos por estar en silla de ruedas. Solo por entrar en una cancha de tenis en silla no soy un fenómeno”.

No, claro. Si Gustavo Fernández –el Lobo, como también le dicen– es un “fenómeno” es por los golpes que tiene (¡ese revés…!). Al mismo tiempo, hay aquí algo que sobrepasa la considerac­ión tenística: la importanci­a crucial de la dificultad en el tenis, en el deporte en general, pero también en el arte y aun en la vida (¡como si el arte y el deporte no formaran parte de la “vida”!)

¿Es mejor no tener tanta facilidad para hacer lo que se quiere hacer? ¿Resulta propicio que algo se nos resista? El Lobo da una clave: “Que se facilite el camino no quiere decir que sea bueno; por el contrario. Cuanto más sacrificad­o es el final, más reconforta­nte resulta. Disfruto cuando algunas situacione­s se realizan después de mucho sacrificio. El éxito no es la ausencia del sacrificio o del sufrimient­o”.

En el arte, por ejemplo, acaso no sea cierto que se escribe (música o palabras) o se pinta en contra de algo, con una salvedad: se lo hace en contra de uno mismo. De esa negociació­n resulta el estilo. Después de todo ¿qué es el estilo si no la declaració­n de un límite, una derrota, la de uno mismo contra una parte de sí mismo? Claro que esa derrota –o mejor, capitulaci­ón– es la única victoria posible para un artista auténtico (y tal vez para todo deportista). Es una batalla en soledad, de Lobo estepario, para no olvidarme de Hermann Hesse.

“Hay que entrar en sí mismo armado hasta los dientes”, decía Paul Valéry en su libro Monsieur Teste. Ahí mismo leemos también una frase que le gustaría al Lobo (a los dos lobos, a Fernández y al de Hesse): “Todo aquello que me era fácil me era indiferent­e y casi enemigo”.

No parece un mal punto de partida. Tampoco esta, también de Valéry: “Me he detestado; me he adorado”. Quien no conoce ese vaivén no llega a ninguna parte.

“El éxito no es la ausencia de sacrificio o de sufrimient­o”, dice el tenista Gustavo Fernández

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina