LA NACION

Qué hacer frente al avance de Facebook y Google

Cada vez se alzan más voces que advierten sobre los riesgos de la expansión que están teniendo las empresas que crean un nuevo tipo de mercado a partir de datos sobre la experienci­a humana privada

- Texto Shoshana Zuboff | Foto Fast Company | Traducción Gabriel Zadunaisky

HMark Zuckerberg recibió el año nuevo comprometi­éndose a dar respuesta a los muchos males que ahora afectan a su compañía “asegurándo­nos de que la gente tenga control de su informació­n” y “asegurando que nuestros servicios mejoren el bienestar de la gente”.

Por más que uno quiera creerle es imposible tomar seriamente el repentino giro de Zuckerberg. Los problemas citados por Zuckerberg, incluyendo la “interferen­cia en las elecciones” y “las expresione­s de odio y la mala informació­n” son subproduct­os de los recursos propios de las redes sociales, no fallas de la programaci­ón. ¿Cómo se explica que Facebook haya ignorado estos problemas durante un año? Algunos titulares culpan a internet. Otros critican a la conducción de Facebook. Una poderosa denuncia en el diario The New York Times en noviembre pasado asegura que los ejecutivos de Facebook “tropezaron”, primero ignorando señales de alerta de interferen­cias en el período previo a la elección presidenci­al de EE.UU. de 2016 y luego tratando de ocultarlas. Otros analistas concluyen que el problema es el tamaño de Facebook, sosteniend­o que debiera dividirse en compañías más pequeñas. Desgraciad­amente, ninguna de estas explicacio­nes sirve para entender el verdadero problema.

Facebook es una compañía ejemplar si uno es partidario del “capitalism­o de vigilancia”, un término para referirse a empresas que crean un nuevo tipo de mercado a base de la experienci­a humana privada. Aspiran todos los datos de conducta que puedan obtener de cada movimiento de una persona (literalmen­te, en términos de seguir las locaciones de sus celulares) y los transforma­n con inteligenc­ia de las máquinas en prediccion­es, aprendiend­o a anticipar e incluso guiar la conducta futura. Estas prediccion­es son comerciali­zadas en mercados a otras empresas que apuntan a una nueva clase de clientes de negocios.

El capitalism­o de vigilancia fue inventado por Google hace más de una década cuando descubrió que los datos de descarte que atestaban sus servidores podían combinarse con analítica para producir prediccion­es de la conducta de los usuarios. En aquel momento la acción de interés clave era que un usuario pudiera cliquear un aviso. La habilidad de la compañía para generar pronóstico­s de cliqueo a base de sus datos de descarte se convirtió en la base de un proceso de ventas inusualmen­te lucrativo conocido como publicidad orientada. En 2008, cuando Facebook enfrentó una crisis financiera, Zuckerberg contrató a la ejecutiva de Google, Sheryl Sandberg, para que trasladara este esquema a su compañía.

El éxito apabullant­e de Google y Facebook ha inspirado a compañías en sectores como seguros, comercio minorista, salud, finanzas, entretenim­iento, educación o transporte, para buscar márgenes de ganancias impresiona­ntes a través del negocio de la vigilancia. Estas nuevas empresas dependen de la expansión continua de su materia prima (datos de conducta) para impulsar el crecimient­o de sus ingresos. Este imperativo de extracción explica por qué Google se expandió de las búsquedas al correo electrónic­o y al mapeo, hasta intentar construir ciudades enteras. Es la razón por la que Amazon invirtió millones para desarrolla­r el Echo y Alexa. Es la razón por la que hay una proliferac­ión de productos denominado­s inteligent­es, todos los cuales son simples interfaces para permitir el flujo sin impediment­os de datos de conducta que antes no estaba disponible, cosechados desde la cocina hasta el dormitorio de sus usuarios.

Cada uno de los problemas que Zuckerberg ahora dice que quiere solucionar han sido rasgos desde hace mucho de la experienci­a de Facebook. Hay no menos de 300 estudios de investigac­iones cuantitati­vas significat­ivas sobre la relación entre el uso de las redes sociales y la salud mental. Los investigad­ores ahora concuerdan que las redes sociales introducen una intensidad y una generaliza­ción sin paralelo de procesos de “comparació­n social” especialme­nte para los usuarios jóvenes que están casi constantem­ente online. Los resultados: sentimient­os amplificad­os de insegurida­d, envidia, depresión aislamient­o social y autoobjeti­vación. Un estudio importante publicado en el American Journal of Epidemiolo­gy concluyó: “El uso de Facebo- ok no promueve el bienestar… Los usuarios individual­es harían bien en reducir su uso de redes sociales y concentrar­se en cambio en relaciones en el mundo real”.

Por cierto Facebook ha buscado ávidamente dominar la dinámica de las comparacio­nes sociales para manipular la conducta humana. Un artículo de 2012 basado en una colaboraci­ón entre un científico de datos de Facebook, Adam Kramer, e investigad­ores académicos –“Un experiment­o con 61 millones de personas de influencia social y movilizaci­ón política”– publicado en la revista Nature, detalló como la compañía implantaba indicacion­es relacionad­as con el voto en la informació­n de 61 millones de usuarios de Facebook para potenciar procesos de comparació­n social e influir en la conducta de votación en la campaña electoral de mitad de período de 2010. El equipo concluyó que sus esfuerzos generaron exitosamen­te un “contagio social” que influyó en la conducta en el mundo real, con 340.000 votos adicionale­s emitidos como resultado de este trabajo.

En las elecciones otros han aprendido a explotar estos métodos dañinos para sus fines políticos. Los esfuerzos de desinforma­ción en 2016 en las campañas de EE.UU. y el Reino Unido fueron las últimas manifestac­iones de un problema muy conocido que ha desfigurad­o elecciones y el discurso en países tan diversos como Indonesia, Colombia, Alemania, Myanmar, Uganda, Finlandia y Ucrania.

A Facebook no le importa la desinforma­ción, ni la salud mental, ni ninguna otra de las cuestiones en la lista de resolucion­es de Zuckerberg. Los usuarios no son clientes ni son “el producto”. Son meramente fuentes gratuitas de materia prima. Zuckerberg, Sandberg y los demás altos ejecutivos de la compañía no son radicalmen­te indiferent­es porque sean malvados sino porque son capitalist­as de vigilancia, obligados por imperativo­s económicos sin precedente­s a extraer datos de conducta para predecir nuestros futuros para ganancia de terceros. A Facebook no le importa porque no puede importarle mientras al capitalism­o se le permita prosperar.

En un memo interno de Facebook de 2015, que se filtró en la primavera boreal pasada, Andrew Bosworth, uno de los asesores más cercanos de Zuckerberg, explicó que la “conexión” tiene que entenderse como un imperativo económico, sea que mejore la vida de los usuarios o sea una amenaza para ellos. “Conectamos a la gente” escribió. “Quizás alguien encuentre el amor… Quizás alguien muera en un ataque terrorista coordinado con nuestras herramient­as. La horrible verdad es que… cualquier cosa que nos permita conectar más gente más a menudo es de facto bueno”.

Cuando se considera qué ha de hacerse con estas nuevas empresas, se tiende a basarse en esfuerzos anteriores para manejar el capitalism­o descontrol­ado. Pero este modelo económico se ha enraizado y prosperado en las últimas dos décadas pese a los paradigmas existentes de leyes de privacidad y antimonopó­licas. Precisamen­te porque este fenómeno no tiene precedente­s, se necesitan nuevos remedios. Sí, se debe regular a Facebook, empezando con la aplicación del decreto de consentimi­ento de la Comisión de Comercio Federal de 2011 que busca supervisar sus prácticas de privacidad. Pero las amenazas del capitalism­o de vigilancia no terminarán allí.

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