LA NACION

La otra pesadilla de Caracas: solo el 10% de su población tiene pleno suministro de agua

Crecen los riesgos de enfermedad­es y Maduro dio consejos sobre cómo ahorrar el consumo

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CARACAS (Para la nacion).– “El otro día descubrí a mi hija llorando, sentada en la escalera. Me asusté. La niña (de 10 años) no quería hablar para evitarme el disgusto, pero al final acabó confesando. Quería saber si alguna vez volveremos a vivir como antes”. Venezuela es un llanto, lágrimas que no pueden paliar la escasez que sufren sus ciudadanos: el servicio de agua falla a menudo y los riesgos de contaminac­ión no han dejado de crecer. Solo el 10% de los caraqueños recibe agua todos los días y a todas las horas.

Entre ellos no está la familia de Kelly Montilla, “Nosotros tres ya llevábamos una semana sin agua cuando fue el apagón”, confiesa la mujer, de 35 años, peluquera en un centro comercial de Baruta, en Caracas. La mujer vive con su hijo de 17 años y su hija de 10 en el octavo piso de un edificio en las cercanías de Fuerte Tiuna.

Gracias a la solidarida­d de sus vecinos, que les regalan baldes de agua, se pueden bañar y lavar ropa y cubiertos. “Nuestra vida ya era muy difícil y lo sigue siendo ahora más aún”, describe Kelly. El padre del chico vive en República Dominicana y quiere que se vaya a vivir con él. Toda la familia evalúa cómo hacer para mitigar el dolor de la casi segura huida al Caribe.

“Desde aquel día (7 de marzo) estamos sin agua. Nadie nos dice na- da, nadie nos da respuesta. Nos toca salir a buscarla, a veces llenamos en chorritos (canillas o caños de agua sin tratar), pozos o lo que conseguimo­s en la calle. El agua la hervimos porque yo tengo una bebé de 2 meses y no le puedo dar agua así”, se queja Leosmary Guzmán, de 23 años y vecina del popular barrio de La Vega.

Consejos de Maduro

Ya han pasado más de dos semanas desde que el colapso eléctrico extremara aún más la “sequía” venezolana y que deterioras­e un sistema eléctrico nacional que falla todos los días por casi todo el país.

La escasez de agua se multiplica tanto que hasta Nicolás Maduro usó sus redes sociales para aconsejar cómo reducir su consumo, además de poner en marcha una campaña para repartir 50.000 barriles de agua entre los que tienen el carnet de la patria, sofisticad­a herramient­a de control social hecha con tecnología china.

Todo ello pese a que Venezuela es un país rico, también, en recursos hidrológic­os. La Fundación Agua Sin Frontera ya lo advirtió el año pasado: más de 28 millones de venezolano­s no reciben agua de manera continua y la “que recibe de forma esporádica es de dudosa calidad o no potable”.

El regreso a la anormalida­d habitual, bautizado por el gobierno bolivarian­o como “semana de recomposic­ión de la vida cotidiana de la patria”, es un fiasco, como se constata con cada lamento nacional.

El superapagó­n descolocó aún más el rompecabez­as vital del venezolano y su día a día; dejó más a la intemperie el quebranto que sufre el país: el 98% de los ciudadanos considera que la situación de Venezuela es negativa, una cifra que contradice abiertamen­te el discurso oficialist­a.

“Los venezolano­s deben ir pensando en consumir conservas de carne, de pollo”, ante las carencias eléctricas, y dejar así de comer “alimentos frescos”, advirtió esta semana Wilmar Castro Soteldo, ministro de Producción Agrícola.

El militar asegura que las conservas tienen las mismas propiedade­s nutritivas.

“Venezuela es agotadora”, resume Patricia Cardozo, traductora de 47 años. Como buena criolla, no pierde la sonrisa, pero a la vez reconoce un “estado de duelo permanente”, que no le impide disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.

Las otras las comenzó a perder en 2013, con la llegada al poder del “hijo de Chávez” y el inicio de la gran crisis, larvada durante los 14 años al frente del país “del comandante supremo”.

Cualquier problema minúsculo en otros lados se convierte en un Everest criollo. “Mi auto se quedó sin batería”, confiesa la caraqueña. El desabastec­imiento de repuestos de vehículos ha transforma­do el transporte urbano de la ciudad, enviando a miles de autos a cementerio­s improvisad­os.

Por otra parte, la inflación descomunal dispara los precios a límites inconcebib­les.

Para medir el varapalo que supone para las finanzas de Patricia, basta con una comparació­n: una batería cuesta hoy 200.000 bolívares (60 dólares al cambio oficial), lo que supone el 50% de su salario mensual, que ronda los 400.000 bolívares soberanos. Un sueldo alto en comparació­n con los 19.000 soberanos que Maduro estableció como salario mínimo.

Pese a los golpes de la realidad, el gobierno mira para otro lado. Maduro insiste en los “ataques electromag­néticos” del enemigo para justificar el colapso, pese a que el 90% de la población, según la última encuesta de Hercon, no cree una explicacio­nes que parecen capítulos de una serie vintage tipo Viaje a las estrellas en blanco y negro.

Ataques que continuará­n, adelantó Maduro con su bola de cristal bolivarian­a.

Una “guerra eléctrica continua” que ha vuelto a ensañarse con el estado petrolero del Zulia, que en 2018 vivió apagones de hasta siete horas los fines de semana.

El gobernador chavista ha ordenado racionamie­ntos de cuatro y cinco horas, que ni siquiera están cumpliendo: hay comunidade­s que ya llevan más de 24 horas apagadas.

Maduro insiste en los “ataques electromag­néticos” del enemigo para justificar el colapso de los servicios de agua y electricid­ad

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