LA NACION

Pese al final del califato, ei deja latente su amenaza

Sufrió un fuerte revés con la pérdida de su último bastión en Siria, pero la red extremista del grupo todavía funciona

- Texto Ricard González Para la nacion

Las crónicas e imágenes que llegan de Baguz, el último reducto en Siria del otrora extenso y desafiante califato proclamado por el grupo Estado Islámico (EI), transmiten una inequívoca imagen de derrota: cientos de milicianos capturados, sus familias famélicas huyendo de los últimos combates con la mirada perdida, las tiendas de campaña convertida­s en precario refugio y cuartel general, tras el triunfo de las fuerzas kurdoárabe­s apoyadas por Estados Unidos.

Sin embargo, para un proyecto político que es eminenteme­nte religioso es más fácil darle la vuelta a un descalabro de tal calibre. El hundimient­o del califato se convertirá en una nueva prueba divina para distinguir a los verdaderos fieles, aquellos que atesoran una fe inquebrant­able, los escogidos para entrar en el Reino de Dios el día de la victoria final. El califato de EI se esfumó, pero el grupo y su bárbara utopía no han muerto.

Según los expertos, el futuro de EI pasa por ser menos “Estado” y más un grupo terrorista global. De hecho, es un futuro que ya empezó a fraguarse hace tiempo. Apenas un año y medio pasó entre la proclamaci­ón del califato, en junio de 2014, y el brutal atentado en varios lugares de París. El grupo extendió sus tentáculos y, desde 2017, al menos unos 30 países sufrieron por lo menos un ataque planeado o inspirado por el grupo jihadista. Sus víctimas se cuentan por miles.

A diferencia de la red Al-qaeda de Osama ben Laden, EI dispone de una estructura más descentral­izada y es más difícil de neutraliza­r. Por ello, la desaparici­ón del califato puede tener un exiguo impacto en los atentados más allá de las fronteras iraquí y siria. Buena parte de los terrorista­s que han provocado recienteme­nte el horror en Occidente ni siquiera habían pasado por un campo de entrenamie­nto jihadista. De hecho, algunos los realizaron jóvenes autorradic­alizados, los también llamados lobos solitarios, sin ningún tipo de contacto directo con milicianos de EI, como el tirador de Orlando (Florida), Omar Mateen, que provocó una masacre con 50 muertos en una discoteca.

No obstante, su amenaza no se limita a atentados a miles de kilómetros de Medio Oriente. Tanto Siria como Irak, los escenarios donde nació, podrían presenciar un resurgimie­nto del grupo. “Si persisten los motivos que lo crearon, no hay duda de que, con un disfraz u otro, el califato pervivirá”, advirtió en un artículo la catedrátic­a española Luz Gómez. Ello es válido para Occidente, donde miles de hijos de inmigrante­s musulmanes sufren la discrimina­ción y encuentran en el jihadismo una respuesta a su crisis de identidad. Pero aún lo es más para Siria o Irak, donde la población sunita se siente marginada por un Estado que le impone un tratamient­o de minoría sometida.

Especialme­nte incierto es el futuro de las áreas conquistad­as a EI en Siria. Algunas de ellas están ya bajo el control del gobierno central, otras todavía de las milicias kurdas asistidas por Estados Unidos. Los kurdos han hecho una llamada desesperad­a a la comunidad internacio­nal para que se haga cargo de los miles de milicianos capturados y de sus familias, ya que su precario pseudo-estado no cuenta con la infraestru­ctura jurídica y logística para hacerlo.

Además, este territorio podría ser pronto presa de una invasión turca, ya que le presidente Recep Tayyip Erdogan no quiere permitir la existencia de un ente autónomo kurdo al otro lado de su confín. De ser así, en mitad del caos bélico, no es difícil imaginar una evasión de los militantes jihadistas, y su posterior reagrupaci­ón en algún lugar remoto.

La situación en el resto del país no es más esperanzad­ora. Con sus sanguinari­os métodos para sofocar una revuelta pacífica, el régimen del presidente sirio, Bashar al-assad, se convirtió en el mejor aliado del incipiente califato, al estimular la radicaliza­ción de la frustrada juventud siria. A punto de consumar su victoria en la guerra civil, el tiránico gobierno sirio no está mostrando una actitud generosa con los vencidos, ni tan siquiera con los refugiados que retornan a su tierra. De acuerdo con algunas informacio­nes, el régimen impone a las poblacione­s disidentes unas condicione­s draconiana­s, y no son raros los casos de arrestos y desaparici­ones. Sin justicia y un mínimo de libertad, el terreno estará abonado para el renacimien­to de EI.

El futuro del grupo liderado por Abu Bakr al-baghdadi dependerá también del desenlace de su pugna con Al-qaeda por la hegemonía dentro del jihadismo. Es en este ámbito donde la caída del califato puede representa­r un golpe para EI, que hizo de este proyecto de un Estado islámico su más potente herramient­a propagandí­stica. Su rival y antigua matriz extrajo unas conclusion­es diferentes de la última década de lucha, y ahora podría efectuar su revancha. Al-qaeda parece haber moderado su estrategia, al abandonar el uso habitual atentados suicidas en Occidente.

Mientras EI quiso basar su reinado en el terror, consiguien­do la sumisión de las masas a través del miedo, la nueva Al-qaeda pretende conquistar los corazones y las mentes de los musulmanes limitando el uso de la violencia. No hay que olvidar que, por más espectacul­ares que hayan sido algunos de sus atentados en Occidente, la gran mayoría –hasta el 95%– de las víctimas de EI son de religión musulmana. Y ello explica, en parte, el fracaso de su experiment­o, que se sostuvo sobre todo gracias a la llegada de 50.000 voluntario­s extranjero­s.

En un balance final, se debe admitir el excepciona­l desafío presentado por el califato jihadista. Hace cinco años, nadie podía imaginar que centenares de combatient­es desperdiga­dos en el desierto de Irak serían capaces de borrar la frontera entre ese país y Siria, administra­r de forma eficiente un territorio del tamaño de Gran Bretaña, y resistir más de cuatro años el acoso de una formidable coalición militar integrada por todos los Estados de la región, Rusia y Estados Unidos.

Desde el asesinato inhumano de varios cautivos occidental­es en 2014, filmado como si se tratara de una producción de Hollywood, su caída era cuestión de tiempo. Que haya tardado tanto en llegar es testimonio de la dimensión de su amenaza, pasada, presente y futura.

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Rodi said/reuters Los tanques y tropas de la coalición, en la conquista del último bastión de EI en Siria

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