Pese al final del califato, ei deja latente su amenaza
Sufrió un fuerte revés con la pérdida de su último bastión en Siria, pero la red extremista del grupo todavía funciona
Las crónicas e imágenes que llegan de Baguz, el último reducto en Siria del otrora extenso y desafiante califato proclamado por el grupo Estado Islámico (EI), transmiten una inequívoca imagen de derrota: cientos de milicianos capturados, sus familias famélicas huyendo de los últimos combates con la mirada perdida, las tiendas de campaña convertidas en precario refugio y cuartel general, tras el triunfo de las fuerzas kurdoárabes apoyadas por Estados Unidos.
Sin embargo, para un proyecto político que es eminentemente religioso es más fácil darle la vuelta a un descalabro de tal calibre. El hundimiento del califato se convertirá en una nueva prueba divina para distinguir a los verdaderos fieles, aquellos que atesoran una fe inquebrantable, los escogidos para entrar en el Reino de Dios el día de la victoria final. El califato de EI se esfumó, pero el grupo y su bárbara utopía no han muerto.
Según los expertos, el futuro de EI pasa por ser menos “Estado” y más un grupo terrorista global. De hecho, es un futuro que ya empezó a fraguarse hace tiempo. Apenas un año y medio pasó entre la proclamación del califato, en junio de 2014, y el brutal atentado en varios lugares de París. El grupo extendió sus tentáculos y, desde 2017, al menos unos 30 países sufrieron por lo menos un ataque planeado o inspirado por el grupo jihadista. Sus víctimas se cuentan por miles.
A diferencia de la red Al-qaeda de Osama ben Laden, EI dispone de una estructura más descentralizada y es más difícil de neutralizar. Por ello, la desaparición del califato puede tener un exiguo impacto en los atentados más allá de las fronteras iraquí y siria. Buena parte de los terroristas que han provocado recientemente el horror en Occidente ni siquiera habían pasado por un campo de entrenamiento jihadista. De hecho, algunos los realizaron jóvenes autorradicalizados, los también llamados lobos solitarios, sin ningún tipo de contacto directo con milicianos de EI, como el tirador de Orlando (Florida), Omar Mateen, que provocó una masacre con 50 muertos en una discoteca.
No obstante, su amenaza no se limita a atentados a miles de kilómetros de Medio Oriente. Tanto Siria como Irak, los escenarios donde nació, podrían presenciar un resurgimiento del grupo. “Si persisten los motivos que lo crearon, no hay duda de que, con un disfraz u otro, el califato pervivirá”, advirtió en un artículo la catedrática española Luz Gómez. Ello es válido para Occidente, donde miles de hijos de inmigrantes musulmanes sufren la discriminación y encuentran en el jihadismo una respuesta a su crisis de identidad. Pero aún lo es más para Siria o Irak, donde la población sunita se siente marginada por un Estado que le impone un tratamiento de minoría sometida.
Especialmente incierto es el futuro de las áreas conquistadas a EI en Siria. Algunas de ellas están ya bajo el control del gobierno central, otras todavía de las milicias kurdas asistidas por Estados Unidos. Los kurdos han hecho una llamada desesperada a la comunidad internacional para que se haga cargo de los miles de milicianos capturados y de sus familias, ya que su precario pseudo-estado no cuenta con la infraestructura jurídica y logística para hacerlo.
Además, este territorio podría ser pronto presa de una invasión turca, ya que le presidente Recep Tayyip Erdogan no quiere permitir la existencia de un ente autónomo kurdo al otro lado de su confín. De ser así, en mitad del caos bélico, no es difícil imaginar una evasión de los militantes jihadistas, y su posterior reagrupación en algún lugar remoto.
La situación en el resto del país no es más esperanzadora. Con sus sanguinarios métodos para sofocar una revuelta pacífica, el régimen del presidente sirio, Bashar al-assad, se convirtió en el mejor aliado del incipiente califato, al estimular la radicalización de la frustrada juventud siria. A punto de consumar su victoria en la guerra civil, el tiránico gobierno sirio no está mostrando una actitud generosa con los vencidos, ni tan siquiera con los refugiados que retornan a su tierra. De acuerdo con algunas informaciones, el régimen impone a las poblaciones disidentes unas condiciones draconianas, y no son raros los casos de arrestos y desapariciones. Sin justicia y un mínimo de libertad, el terreno estará abonado para el renacimiento de EI.
El futuro del grupo liderado por Abu Bakr al-baghdadi dependerá también del desenlace de su pugna con Al-qaeda por la hegemonía dentro del jihadismo. Es en este ámbito donde la caída del califato puede representar un golpe para EI, que hizo de este proyecto de un Estado islámico su más potente herramienta propagandística. Su rival y antigua matriz extrajo unas conclusiones diferentes de la última década de lucha, y ahora podría efectuar su revancha. Al-qaeda parece haber moderado su estrategia, al abandonar el uso habitual atentados suicidas en Occidente.
Mientras EI quiso basar su reinado en el terror, consiguiendo la sumisión de las masas a través del miedo, la nueva Al-qaeda pretende conquistar los corazones y las mentes de los musulmanes limitando el uso de la violencia. No hay que olvidar que, por más espectaculares que hayan sido algunos de sus atentados en Occidente, la gran mayoría –hasta el 95%– de las víctimas de EI son de religión musulmana. Y ello explica, en parte, el fracaso de su experimento, que se sostuvo sobre todo gracias a la llegada de 50.000 voluntarios extranjeros.
En un balance final, se debe admitir el excepcional desafío presentado por el califato jihadista. Hace cinco años, nadie podía imaginar que centenares de combatientes desperdigados en el desierto de Irak serían capaces de borrar la frontera entre ese país y Siria, administrar de forma eficiente un territorio del tamaño de Gran Bretaña, y resistir más de cuatro años el acoso de una formidable coalición militar integrada por todos los Estados de la región, Rusia y Estados Unidos.
Desde el asesinato inhumano de varios cautivos occidentales en 2014, filmado como si se tratara de una producción de Hollywood, su caída era cuestión de tiempo. Que haya tardado tanto en llegar es testimonio de la dimensión de su amenaza, pasada, presente y futura.