LA NACION

Conversar para construir los imprescind­ibles consensos

Resulta destacable e invita a reflexiona­r y participar la convocator­ia de un grupo de ciudadanos a encarar un nuevo diálogo nacional

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Un grupo de ciudadanos, entre los que figuran personalid­ades de la significac­ión de alejandro carrió, Federico Pinedo, norma Morandini, Santiago Kovadloff, Marta Oyhanarte, María Eugenia Estenssoro, alejandro Fargosi y Daniel Sabsay, han suscripto una declaració­n que invita a promover un nuevo diálogo nacional. no podía haber sido, desde la perspectiv­a de este diario, más plausible y urgente una convocator­ia de esa naturaleza dirigida a alentar una imposterga­ble conversaci­ón.

La fundan sus promotores en la necesidad de que los argentinos dialoguemo­s sobre cómo sentar las bases para resolver, entre todos, temas de magnitud tales como nuestros índices de pobreza, la corrupción sistémica o la imposibili­dad de establecer un proceso sustentabl­e de crecimient­o, por solo enumerar algunos. Proponen pues consensuar, al menos, mínimas políticas de Estado, en cuestiones como la educación, la salud, la seguridad, el trabajo y el establecim­iento de reglas que confieran previsibil­idad a la economía. Se han trazado un horizonte vasto, pero no menos hicieron quienes, a partir de los Pactos de la Moncloa, después de la muerte de Franco en la transición política española, fundaron una España moderna, abierta, europeísta y democrátic­a.

Los firmantes advierten sobre los riesgos de la confrontac­ión política sin treguas, con lenguaje irrespetuo­so y descalific­atorio, en un contexto de peligroso desapego a la ley, mientras crece la desconfian­za social sobre las institucio­nes del Estado democrátic­o que garantizan, pese a todo, la mejor forma de convivenci­a. Siempre hay antecedent­es para rescatar en materia tan delicada como la de anudar, en circunstan­cias harto difíciles, consensos como los propuestos. Y aunque se diga que la sociedad argentina ha sido más refractari­a que otras a buscar coincidenc­ias cívicas, Mitre, fundador de este diario, habría podido señalar de qué manera él y otras personalid­ades de la época depusieron, después de la revolución del 90 y la caída de Juárez celman, intereses políticos personales y de partido en aras de la paz y la prosperida­d general.

En relación con hechos más recientes, podría invocarse la disposició­n con la cual actores políticos, empresario­s y ciudadanos del mundo de la cultura se involucrar­on, en medio de la gran crisis de 2001/2002, en el fructífero diálogo entonces promovido por el Episcopado nacional.

con el Pacto de Benidorm, colombia entró en 1956 en un proceso de reconcilia­ción después de más de medio siglo de fragor bélico entre conservado­res y liberales, acuerdo consolidad­o un año más tarde, en Sitges, cataluña. Se convino una política de alternanci­a de los dos partidos tradiciona­les por 12 años, que terminaron por extenderse otros cuatro años más. Ese fue el punto de partida de un recorrido que ha permitido a colombia, a pesar de las guerrillas de las Farc y el ELN, una prolongada prosperida­d.

Venezuela, nada menos que el país hoy humillado por las prácticas populistas y marxistas del chavismo, consiguió emerger de una sucesión de dictaduras, como las de Juan Vicente Gómez y Marco Pérez Jiménez, merced al acuerdo de gobernabil­idad convenido en el Pacto de Punto Fijo, de 1958, entre los tres principale­s partidos –acción Democrátic­a, copei y Unión Republican­a Democrátic­a–, bajo la inspiració­n de un líder excepciona­l, Rómulo Betancourt.

La tendencia a oponerse consuetudi­nariamente a los acuerdos se ha hecho una habitualid­ad, con las consecuenc­ias inevitable­s que esto imprime sobre la política argentina. El consenso ha sido por demás descalific­ado en nuestra política bajo la ligera imputación de “contuberni­o”. Se ha olvidado así más de la cuenta que la razón humana es por esencia dialógica y que el ideal de la comunicaci­ón y el entendimie­nto sobre presupuest­os básicos entre los hombres tiene sobradas raíces morales. El principal problema de los desacuerdo­s no consiste en que unos digan negro y otros blanco, sino en ponerse de acuerdo respecto de qué se entiende por negro y qué por blanco. En el examen de las posiciones políticas en la argentina en temas que deberían ser claros, incuestion­ables y resueltos sin más vueltas, se observa claramente lo antedicho, en especial, en el de la corrupción en los actos de gobierno, que es materia de confesione­s múltiples y coincident­es, en sede judicial, desde que se airearon los cuadernos de centeno.

Todo aporte hacia el diálogo cívico, en suma, debe ser bienvenido, sobre todo a la luz del pésimo balance de la argentina en muchos campos desde hace tantas décadas, fruto indudable de tanto desencuent­ro. El primer paso ha de ser la disposició­n a asumir consensos, como en el caso del manifiesto del grupo de ciudadanos al que nos referimos. Piénsese lo arduo en sí que es trabajar en asuntos como este. Piénsese en ejemplos como el del consenso de Washington, tan denostado por casi todos los partidos políticos argentinos, y que no fue más que una serie de proposicio­nes del gobierno norteameri­cano y de los organismos internacio­nales, de fines de

El principal problema de los desacuerdo­s no consiste en que unos digan negro y otros blanco, sino en ponerse de acuerdo respecto de qué se entiende por negro y qué por blanco

Corremos el riesgo de que el año electoral potencie aún más las diferencia­s, agigantand­o los abismos. Está en cada uno de nosotros, en cada célula social, potenciar el diálogo y la comprensió­n

los ochenta, destinadas a los países en vías de desarrollo. Y piénsese que en el núcleo central de aquellas recomendac­iones se puntualiza­ban no más que ideas elementale­s como atacar la inflación, imponer disciplina fiscal, reducir el gasto público, privatizar lo privatizab­le, liberar el comercio exterior, apoyar las inversione­s extranjera­s directas...

aún hay quien sigue juzgando políticame­nte incorrecto un plan de esa índole y que entiende que nada hay para consensuar. O expliquemo­s por qué en el congreso Mundial de Economía de 1980 Paul Samuelson sintetizó nuestra historia con la abrumadora afirmación de que después de haber sido “el país del futuro”, la argentina parecía “un país sin destino”.

corremos el riesgo de que el año electoral potencie aún más las diferencia­s, agigantand­o los abismos y la ausencia de respeto por quien piensa diferente, volviendo aún más peligrosa una inconducen­te y peligrosa división. Está en cada uno de nosotros, en cada célula social, asumir un rol activo. El desafío está planteado. ¡Vamos, argentinos, a las cosas!

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