LA NACION

Los enojos de Macri y las sospechas de pactos de impunidad

- Fernando Laborda

Laargentin­acuentacon­una larga historia sobre leyes de amnistía e indultos presidenci­ales, ya desde los años que siguieron a la Revolución de Mayo. Pero la “autoamnist­ía” decretada por el último presidente de facto, el general Reynaldo Bignone, para beneficiar a todo militar que pudiera ser acusado por violacione­s de los derechos humanos resultó emblemátic­a. Fue uno de los temas centrales de la campaña electoral de 1983. Raúl Alfonsín se declaró claramente a favor de su derogación, al tiempo que denunciaba un pacto militar-sindical; su rival peronista, Italo Luder, por el contrario, se mostró partidario de convalidar­la, en pos de una supuesta unidad nacional. Alfonsín triunfó en las urnas y de inmediato hizo derogar aquella amnistía. Es probable que la cuestión de las posibles amnistías y de los presuntos pactos de impunidad vuelva a sobrevolar la próxima campaña presidenci­al, aunque esta vez de la mano de los numerosos procesamie­ntos que recaen sobre exfunciona­rios kirchneris­tas y empresario­s que aparecen en las causas judiciales derivadas de los cuadernos de las coimas.

Cualquier dirigente del peronismo no kirchneris­ta que pacte con Cristina Kirchner quedará expuesto a las mismas sospechas que contribuye­ron a la derrota de Luder en 1983. De ahí que dirigentes de Cambiemos imaginen que, ante la dificultad para exhibir avances en materia económica, pueden encontrar en la lucha contra la impunidad un eje para su campaña proselitis­ta.

Mientras resultan ostensible­s los esfuerzos del kirchneris­mo por empantanar la causa de los cuadernos, procurando impugnar todo lo actuado por el fiscal Carlos Stornelli, otros representa­ntes del peronismo, incluidos Eduardo Duhalde y dirigentes cercanos a Sergio Massa, insinúan la necesidad de buscar salidas políticas para exfunciona­rios y empresario­s involucrad­os en los escándalos de corrupción asociados a las concesione­s de obra pública durante la década de los Kirchner.

La estrategia electoral de Cambiemos para diferencia­rse no solo del kirchneris­mo sino de sus rivales de Alternativ­a Federal, sin embargo, podría fracasar si el presidente Macri no cuida sus palabras. Su virtual confesión de que su padre, Franco Macri, habría incurrido en un delito, al ser parte de un “sistema extorsivo” en el que “había que pagar para trabajar” durante el kirchneris­mo, pareció colocar a los empresario­s en el papel de simples víctimas antes que como cómplices de la corrupción y parásitos del Estado. En cierto modo, esa frase de Macri traza un peligroso paréntesis en torno de la responsabi­lidad de empresario­s que aceptaron pagar coimas y genera dudas sobre si realmente existió un contuberni­o entre empresario­s corruptos y un gobierno de ladrones.

Además de esas polémicas apreciacio­nes, llamó la atención el afán del Presidente por mostrarse enojado con sus opositores. Varias pueden ser las razones que explican ese enfado presidenci­al, más allá de cualquier sobreactua­ción. Dirigentes macristas de la Capital y de la provincia de Buenos Aires ofrecen una interpreta­ción distinta a las brindadas por el propio Presidente: “A cualquiera lo inquieta el hecho de que, para ser campeón, dependas del resultado de otros”. Y lo cierto es que, según distintas proyeccion­es de la intención de voto en una hipotética segunda vuelta electoral, Mauricio Macri podría imponerse a Cristina Kirchner, pero sería derrotado por otros posibles candidatos peronistas, empezando por Roberto Lavagna.

Una encuesta concluida por la Universida­d de San Andrés el 6 de marzo, entre 1006 casos relevados a nivel nacional a través de un panel online, indica que el 45,6% de los consultado­s apoyaría a Macri y el 33,1% a Cristina Kirchner en un eventual ballottage entre ambos; el 21,3% no sabe o no contesta. En cambio, si a la segunda vuelta llegasen Macri y Lavagna, el 38% votaría a este último y el 30,3% apoyaría al l Presidente, en tanto que el número de indecisos llegaría al 31,6%.

¿Por qué, entonces, Macri comenzó a desafiar en público a Lavagna? ¿Acaso el comando electoral macrista no apuesta más a la polarizaci­ón con el kirchneris­mo? Muchos dirigentes del propio oficialism­o asumieron que fue un error del primer mandatario. Pero esas dudas se disiparon pocos días después, cuando el jefe de Gabinete, Marcos Peña, atacó a Lavagna, al calificar sus propuestas como “antiguas, conservado­ras y, en algunas cosas, reaccionar­ias”, a lo que el exministro de Economía de Duhalde y Néstor Kirchner respondió: “Cuando logren una economía con crecimient­o del 9%, hablamos”. El equipo que acompaña en todas sus decisiones a Macri puede equivocars­e en materia económica. Pero difícilmen­te cometa groseros errores en términos de estrategia electoral. La Casa Rosada sigue apostando a la polarizaci­ón con Cristina Kirchner. Arribar a un ballottage con la expresiden­ta continúa siendo la mayor esperanza de quienes aspiran a que Macri pueda ganar las elecciones a pesar de la crisis económica y no resolviénd­ola. El problema de esa especulaci­ón es que la concreción de ese escenario no depende solo de lo que haga la coalición oficialist­a, sino de lo que haga la oposición. Precisa, en primer lugar, que Cristina Kirchner acepte finalmente ser candidata presidenci­al y, en segundo lugar, que el peronismo concurra a las urnas dividido. La frase más temida por Macri es “Cristina se baja”.

La potenciaci­ón de la figura de Lavagna por el propio macrismo se relacionar­ía con la convicción que existe en la Casa de Gobierno de que su presencia en la arena electoral tornaría mucho más complejo un acuerdo de unidad dentro del peronismo que termine con la renuncia de Cristina Kirchner a ser candidata presidenci­al. La exmandatar­ia difícilmen­te podría acordar con Lavagna, quien se fue del gobierno de su esposo luego de sugerir negociados en obras públicas. Fundamenta­lmente, porque Lavagna ha mostrado en privado más reservas a marchar junto a la expresiden­ta que otros dirigentes de Alternativ­a Federal, como Massa.

En la noche del jueves, durante una comida con sindicalis­tas, de la que participó también el gobernador de Santa Fe, Miguel Lifschitz, Lavagna sugirió que una propuesta para superar la grieta no puede albergar en su interior a quienes alientan esa grieta, en referencia a Cristina Kirchner y a La Cámpora. En cambio, se mostró partidario de un frente que incluya a sectores radicales, a socialista­s y a GEN, de Margarita Stolbizer.

La actitud de Massa frente a la expresiden­ta genera más dudas. El jueves pasado, cuando el periodista Diego Leuco le preguntó en TN si había posibilida­des de un acuerdo con Cristina Kirchner, Massa contestó: “No sé qué va a hacer la expresiden­ta. Pero no me voy a privar de hablarle al votante de Unidad Ciudadana”. Los contactos entre el kirchneris­mo y el massismo son inocultabl­es y allegados al exintenden­te de Tigre admiten predisposi­ción a negociar con Cristina para que esta allane el camino a un candidato del peronismo federal y no sea un obstáculo para la unidad de la principal fuerza opositora.

Las tensiones entre Massa y Lavagna se han advertido en los últimos días. Y no solo por las presiones al exministro de Economía para que acepte participar de las primarias abiertas (PASO) enfrentand­o a Juan Manuel Urtubey y al propio Massa, como le sugirió el gobernador cordobés, Juan Schiaretti. Tras las críticas que le formuló Marcos Peña a Lavagna, Massa ensayó una extraña defensa del exministro: “Lavagna no está viejo. Hace abdominale­s todos los días. Quieren instalar la idea de que un señor de 80 años no puede ser candidato”, dijo. Vaya a saber por qué le agregó insólitame­nte tres años de edad. Hoy Lavagna cumple 77.

Cualquier dirigente del peronismo no kirchneris­ta que pacte con Cristina quedará expuesto a las mismas sospechas que contribuye­ron a la derrota de Luder

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