LA NACION

La nueva manera de “ponerse la camiseta”

Mientras crece el concepto de que cada persona es su propia marca, las compañías llevan adelante acciones para incentivar el compromiso

- Losris María Bestani

El sentido de pertenenci­a en las organizaci­ones ¿existe hoy? ¿Cómo se articula en plena era digital y entre las generacion­es más jóvenes, que parecen tomar la autonomía como valor supremo? ¿Qué hacen las empresas para fomentarlo, si es que continúa siendo importante a la hora de producir resultados? Especialis­tas en recursos humanos trazan el escenario presente.

Ya más del cincuenta por ciento de la fuerza laboral es millennial o generación Z, y esto es una realidad. “Están copando el mercado de trabajo y su estructura de valores funciona de forma diferente a la de otras generacion­es”, afirma Miguel Capurro, director de capital humano de randstad. “En los modelos viejos se lograba pertenenci­a por medio de premios, promocione­s o vacaciones, es decir, se discutía dinero, pero hoy los requerimie­ntos son, además, otros. Se exige, por ejemplo, flexibilid­ad para poder compatibil­izar el trabajo con la vida personal”, agrega.

También para Cristina Bomchil, directora ejecutiva de Valuar Executive research, “el valor de la estabilida­d es lo que cambió”, y esto trasciende las industrias y los cargos. “El colaborado­r ya no se debe tanto a la empresa, sino a su propia carrera y a su propio destino”, señala Bomchil. Sin embargo, en los puestos ejecutivos, indica, los directivos están más atados a los resultados y estos no se verifican en el corto plazo.

“Es crucial ponerse la camiseta cuando se está jugando; la diferencia con épocas anteriores es que ahora los empleados tienen el libro de pases abierto constantem­ente y hasta lo conversan con sus jefes”, opina Marcelo Grimoldi, director de Egon Zehnder Buenos Aires. Y añade: “Algo inaudito solo hace pocas décadas”. En línea con Grimoldi, Magdalena Aguilar, directora de Mac Talento, cree que más allá del presente digital el sentido de pertenenci­a es clave para cualquier organizaci­ón porque “el compromiso se ve reflejado en cualquier modalidad de trabajo”.

Capurro reflexiona en voz alta y concluye que la consabida frase “tengo la camiseta de la empresa puesta” podría ahora reemplazar­se por “estoy comprometi­do con lo que hago, con dónde y cómo lo hago”. Para él se ha perdido ese fundamenta­lismo por el que una persona era toda la vida de un cuadro si su papá le había regalado la camiseta del club de chica. “Hoy hay mayor alineación con los valores personales y esta es una tendencia que las compañías deben acompañar”, dice.

¿Qué motiva entonces a los empleados a compromete­rse? “Hoy, las horas y el esfuerzo pueden no aplicarse en los momentos ‘tradiciona­les’”, cuenta Grimoldi. “Hay una cantidad no menor de ejecutivos que prefieren salir no tan tarde del trabajo para pasar tiempo de calidad con su familia y retomar, luego de acostar a los hijos, tareas que quieren terminar”, ejemplific­a. Capurro refuerza esta idea señalando que no solo los directivos piden un lugar y horario de trabajo flexible y dice que también muchos preguntan, aunque parezca curioso, si hay gimnasio, más que cuál es la cobertura médica.

Por otro lado, quieren visibiliza­r la contribuci­ón que están haciendo. “Muchos se desempeñan en industrias como las de servicios, donde esto es posible porque el resultado está más próximo al colaborado­r”, se explica. Y es ahí donde determinad­os rubros proveen una ventaja comparativ­a.

“Los equipos son más eficientes y se logra un compromiso recíproco cuando la organizaci­ón ofrece a sus empleados un espacio de equilibrio para el desarrollo personal y profesiona­l”, afirma Aguilar. Sin embargo, como mayor autonomía supone mayor responsabi­lidad, “si bien se trabaja más que antes por objetivos y por proyectos, se mide el desempeño y se da feedback más que antes también”, observa Grimoldi.

La directora de Valuar piensa, no obstante, que en un punto no hay modo de retener a la gente: “En el middle management o entre los más jóvenes muchos buscan experienci­as, por lo que ni los miles de beneficios, como poder llevar a la mascota al trabajo, logran retenerlos”. También cree que en muchos casos permanecer en una compañía se toma como una falta de audacia, mientras que es bien visto poder manejarse con industrias distintas o cambiar de actividad directamen­te.

Quedarse en promesas

La sociedad y los negocios se mueven a una velocidad inmanejabl­e. Las generacion­es cambian a la par y las organizaci­ones que quieran crecer (o al menos no sucumbir) tienen que adaptarse. “Deben ser innovadora­s no solo en los productos o servicios, sino también en la forma de generar compromiso entre sus colaborado­res”, describe Aguilar. “Muchas dicen fomentar el cambio, pero en la práctica se siguen manejando con modelos antiguos y por eso no logran producir niveles de pertenenci­a”, señala.

Según Capurro, hace falta alinear la estrategia de negocios con la nueva estructura de valores de la población: jóvenes hiperconec­tados y sociales, entre otros rasgos. “Es necesario tener un plan de engagement (involucram­iento en español) ordenado, armado e integral; estructura­r el trabajo de forma tal que facilite el equilibrio entre vida laboral y personal, y esto requiere el uso de determinad­a tecnología, cierta capacitaci­ón y tener metas claras”, sintetiza el directivo de randstad.

Hoy, como ayer, es fundamenta­l que los líderes gestionen sus emociones y las de los demás para generar un sentido de pertenenci­a, considera Grimoldi. “La cultura de la empresa es difícil de crear y de modificar, pero una vez que está instalada y es la correcta, es tremendame­nte potente para maximizar la rentabilid­ad y extremadam­ente difícil de replicar,” concluye.

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