El paso de fábrica global a gran potencia en innovación “S
China avanza en inteligencia artificial y sus empresas aventajan a las occidentales en sistemas 5G, que suponen el próximo salto tecnológico
e nota que es muy rápido”, musitó Deng Xiaoping tras bajarse del icónico Shinkansen o tren bala japonés en
1978. Cuatro décadas después de aquella visita oficial del arquitecto de las reformas, China concentra más del 60% de los kilómetros de alta velocidad del mundo y vende sus trenes a occidente. Hoy China vira su rol de fábrica global al de potencia en innovación y no existe mayor reconocimiento de esto que la guerra tecnológica declarada por Estados Unidos. La detención de Meng Wanzhou, alta ejecutiva de la multinacional Huawei, ha sido descrita desde Pekín como una toma de prisioneros.
No es la primera vez que Estados Unidos ve amenazada su supremacía tecnológica y económica. Un joven empresario de peinado lisérgico denunciaba en los años 80 que Japón estaba “chupando la sangre” del país y destruyendo sus puestos de trabajo.mucho ha cambiado desde entonces. Una crisis elefantiásica engripó durante décadas la economía japonesa, Estados Unidos profundizó en la revolución digital que cimentó su hegemonía global y aquel joven del peinado raro ocupa hoy la Casa Blanca. Solo permanece su mensaje.
Estados Unidos ha impedido el acceso chino a las misiones internacionales espaciales para no compartir la tecnología. Una década atrás ya había prohibido que los ordenadores IBM se instalaran en estamentos oficiales tras ser comprados por la compañía china Lenovo. Eran salvas de fogueo en comparación con los cañonazos actuales. El fragor se entiende por el plan Made in China 2025 que Pekín anunció tres años atrás. Pretende el liderazgo global en aquel año en robótica, coches eléctricos, inteligencia artificial, biomedicina o equipamiento aeroespacial y oceánico. No es casual que los últimos aranceles del 25% aprobados por Trump a las importaciones chinas se concentren en esa decena de sectores.
En la guerra tecnológica se dirime la cumbre que ocupa Estados Unidos. Su huella abruma. Amazon, Apple, Microsoft, Facebook o Google conforman la vida diaria de la población mundial. Pero compañías chinas como Alibaba, Huawei o Xiaomi ya compiten desacomplejadas en mercados exigentes. China avanza rápidamente en inteligencia artificial, cuenta con el telescopio y la computadora más potentes y el único satélite cuántico. También lidera el comercio electrónico y está a punto de jubilar el dinero en metálico. Basta el celular para pagar el alquiler, comer en un puesto callejero o en un restaurante elitista, alquilar una bicicleta o dejarle una limosna al mendigo. Los pagos con teléfono en China multiplican por
50 los estadounidenses y a su éxito no es ajeno el gobierno. Su fácil uso estimula el consumo interno, nuevo mantra cuando el viejo patrón exportador flaquea, y permite el control exhaustivo, ya que el registro de los pagos indica dónde se encuentra cada uno en todo momento. Los cientos de millones de cámaras de video desplegadas y los avances en reconocimiento facial empujan hacia la distopía orwelliana sin que la sociedad se plantee ese debate, tan occidental, de la frontera entre la seguridad y el derecho a la intimidad.
Ninguna compañía refleja el gran salto adelante tecnológico como Huawei. La compañía de Shenzhen saca varias cabezas a sus competidores occidentales en el diseño e implantación de las redes de 5G, que ha sido comparada con la invención de la electricidad o la imprenta y apenas podemos hoy intuir sus implicaciones en la economía y la vida cotidiana futura. Huawei emplea a muchos de los mejores científicos nacionales e internacionales, destina un 10% de sus beneficios anuales (unos
13.000 millones de dólares) a la innovación y suministra tecnología a
211 de las 500 mayores compañías del mundo. Es el tipo de datos que se olvidan cuando se explica su éxito desde el espionaje.
La deriva empuja a otra guerra fría que forzará al mundo a alinearse con un bando u otro. Estados Unidos ha conseguido que sus cuatro socios en la Alianza de los Cinco ojos (Canadá, Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda) detengan la implantación del 5G de Huawei, mientras esta avanza en el resto del mundo. No saldrá nada bueno de esa polarización. Alemania ya ha advertido de que el planeado desarrollo del 5G en Europa para 2020 se podría retrasar dos años.
Los aspectos comerciales y militares sugieren que la tecnología relevará al comercio como el principal campo de batalla, opina Jonathan Sullivan, director del programa de China de la Universidad de Notthingham. Muchos gobiernos, añade, han tardado en darse cuenta de que confiar a empresas chinas sus infraestructuras más sensibles supone riesgos. “El hecho de que muchos acuerdos ya se hayan visto afectados dificulta y perturba la corrección e introduce un elemento de conflicto con China. La situación sólo empeorará, ya que las compañías chinas cada vez son más globales. La situación debe ser tratada con cuidado”, advierte.
La situación divide a analistas. ¿Responde la embestida de Washington a razonables desvelos por su seguridad o son el deleznable intento de frenar el legítimo progreso chino? ¿Conseguirán esas acusaciones que denuncia Pekín arruinar la expansión global de la compañía dominante en la tecnología del futuro?
La reciente demanda de Huawei contra Washington tras prohibir sus productos en departamentos oficiales y compañías contratistas sugiere que ha concluido la fase de tanteo en ese combate donde se dirime su honra y su negocio. La empresa denuncia que el gobierno estadounidense se ha erigido en juez y parte para sancionar sin pruebas y recuerda que, en sentido contrario, sí las hay. Los documentos filtrados a la prensa por Edward Snowden, exagente de la Agencia de Seguridad Nacional, no solo desvelaban la febril recolección de datos de particulares y empresas que había desmentido la Casa Blanca. También, para el caso que nos ocupa, acreditó sus ataques a los servidores de Huawei. Y ponía el dedo en la llaga: ¿está moralmente legitimado Washington para castigar a alguien por espionaje?
Estados Unidos es la mayor potencia tecnológica del mundo, asume Pekín. “Esperamos que pueda ver el desarrollo científico y tecnológico de otros países con una actitud abierta. Debe permitir que otros progresen mientras desarrolla su tecnología propia”, señalaba recientemente el Ministerio de Relaciones Exteriores chino.