LA NACION

¿Es la economía o es la política?

- Texto Sergio Suppo

Hay motivos para llegar y razones para irse del gobierno. Una mezcla intensa de estallidos económicos y hartazgos políticos alimenta los signos de los recambios desde que la Argentina logró normalizar con el voto sus transicion­es de poder. Está escrito en una historia que choca con el presente.

El deseo de un cambio de rumbo político puso a Raúl Alfonsín en la presidenci­a. Su sueño de tercer movimiento histórico y de conseguir otro mandato para su partido fue roto por una crisis económica.

El carisma de Carlos Menem encajó con la voluntad de los argentinos de resolver con un “salariazo” la hiperinfla­ción por la que Alfonsín se fue cinco meses antes del poder. A Fernando de la Rúa lo puso en la Casa Rosada una mayoría de argentinos que querían mantener la convertibi­lidad, pero que ya se habían hartado de la corrupción y los escándalos del menemismo. La bomba instalada por Domingo Camarido vallo le explotó al propio Cavallo y arrasó el gobierno de la Alianza hasta desatar una crisis institucio­nal que no dejó vestigios del sistema político bipartidar­io que se mantenía desde el siglo pasado.

Luego del interinato de Eduardo Duhalde e impulsado por este, Néstor Kirchner fue presidente por el deseo anticipado en los sondeos de opinión de impedir el regreso de Carlos Menem y de encontrar una salida heterodoxa a los repetidos estallidos económicos.

Cristina heredó los resultados del rebote de la economía mientras hacía creer a parte del electorado que llegaba para mejorar la calidad institucio­nal que su no se había ocupado de mejorar.

Mauricio Macri ganó con la promesa de sacar al kirchneris­mo del poder, cuyas formas autoritari­as habían hartado a por lo menos la mitad de los argentinos. Y, también, con la expectativ­a de recuperar la economía y achicar la brecha social sin seguir escondiend­o los datos reales de la crisis. El Presidente busca ahora su reelección con los mismos postulados: ser una barrera al populismo y resolver la crisis económica. Pero durante los tres años y medio de su primer mandato no consiguió lo primero y agravó lo segundo.

Ahora que despunta la nueva campaña electoral (para la política argentina, la vida son esos lapsos insignific­antes que ocurren entre una elección y otra), Macri vuelve con el mismo plan. Para ganar necesita derrotar a Cristina, y le resulta casi imprescind­ible que ella misma sea candidata. Y, a la vez, se siente obligado a utilizar un tono entre emotivo y exasperado para sembrar una expectativ­a de mejoría económica justo ahora que la recesión y la inflación aflojan la confianza de muchos de sus (¿ex?) votantes.

En el medio, el peronismo alternativ­o integra a Roberto Lavagna como un nuevo atractivo y ataca a dos puntas: a Macri por la economía y a Cristina más por la intoleranc­ia que por la corrupción. Su capacidad de crecer está por verse. Como en todas las elecciones desde 1983, el enigma a resolver vuelve a concentrar­se en la preeminenc­ia de un voto contra la crisis económica o una decisión que privilegie valores políticos. Hay antecedent­es para todos los gustos.

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