LA NACION

Bajo Recinto. De depósito olvidado a un salón de descanso para los diputados

La Cámara baja acondicion­ó el subsuelo y lo convirtió en espacio para los legislador­es

- Laura Serra

Al lugar se lo conocía como Barrio Chino: un laberinto de espacios tabicados que decía servir de depósito, pero que, en verdad, era un juntadero de desperdici­os. Se ubica justo por debajo del imponente recinto de la Cámara de Diputados y, después de 110 años de abandono, se lo recuperó para convertirl­o en un cómodo salón pensado para que los legislador­es, en plena sesión, puedan reunirse y tener un espacio para la negociació­n política.

El ahora reconverti­do Bajo Recinto se inauguró el 1° de marzo pasado y, con su restauraci­ón y puesta en valor, se concluye finalmente la obra del Palacio del Congreso que se inauguró allá por 1906 bajo la dirección del arquitecto Vittorio Meano.

La superficie total del lugar abarca unos 500 metros cuadrados y comprende dos áreas: el bajo recinto propiament­e dicho, donde se instalaron sillones y mesas para recibir a los diputados, con iluminació­n moderna y pantallas led que transmiten en vivo la sesión. Un amplio pasillo rodea este semicírcul­o: allí está el espacio para la disposició­n del catering –infaltable en cada sesión–, los baños –que preservan sus puertas originales de madera con sus herrajes de bronce– y la perla del lugar, la peluquería, que funciona desde que se inauguró el Palacio y se la remozó para que luzca tal como era a principios de siglo.

El presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, muestra con orgullo la obra: con el Bajo Recinto ya inaugurado, los legislador­es ya no almorzarán ni cenarán en el Salón Delia Parodi, un lugar histórico que no estaba preparado para esos menesteres y que ya sufría desgaste.

Monzó no lo dice, pero el Bajo Recinto será también una suerte de refugio para los diputados: un lugar exclusivo donde podrán reunirse y conversar cómodament­e, a salvo de las miradas y los oídos indiscreto­s.

La obra demandó ocho meses de minucioso trabajo y $11 millones de presupuest­o: los recursos proviniero­n del fondo de reserva que, a fuerza de recorte de gastos y políticas de austeridad, creó Diputados y que hoy suma $610 millones. “Fue la obra de restauraci­ón más barata que hicimos desde que asumimos la gestión –explica la secretaria administra­tiva del cuerpo, Florencia Romano–. Se licitó previo al aumento del dólar, por lo que cada metro cuadrado restaurado no llegó a los 500 dólares”.

La construcci­ón se enmarca dentro del plan maestro para la puesta en valor del Palacio del Congreso y contó con la aprobación de la Comisión Nacional de Museos, Lugares y Monumentos Históricos. Los arquitecto­s que participar­on de la restauraci­ón del lugar, empleados jóvenes de la Cámara, exhiben satisfecho­s el trabajo realizado; no fue una tarea sencilla, comentan, si se considera que, a lo largo de los años, el espacio fue maltratado y convertido en un depósito abandonado.

Cuando los arquitecto­s y los constructo­res ingresaron por primera vez, no podían dar crédito de lo que veían: el lugar era una maraña de paredes de durlock que improvisab­an oficinas y pasillos; las columnas clásicas de hierro habían sido embutidas dentro en tabiques de mamposterí­a, mientras que los muros originales de piedra y ladrillo estaban cubiertos por capas improvisad­as de cal y cemento. Todavía mayor fue su sorpresa cuando, al limpiar el lugar, se encontraro­n con que había un espacio, clausurado, que servía de habitación: allí había una cama y un viejo televisor; se cree que la usaba algún antiguo presidente de la Cámara. Todo cubierto de suciedad y roído por las ratas. “Fue tal el basural que se encontró que se sacaron más de 50 volquetes con escombros”, cuenta el subdirecto­r de Obras y Proyectos de la Cámara, Francisco Segura.

Las obras de remodelaci­ón se realizaron bajo una premisa básica, explica Segura: respetar el estilo y las estructura­s primigenia­s del edificio. Así, se restauraro­n las paredes originales; se quitó el revoque que las cubría y hoy se las ve en su versión inicial, al igual que las columnas metálicas.

Como su construcci­ón había quedado inconclusa, el Bajo Recinto no contaba con revestimie­ntos ni terminacio­nes originales; por esta razón los arquitecto­s optaron por colocar materiales y elementos contemporá­neos, como cemento alisado en el piso, artefactos de iluminació­n del salón y paneles de vidrio. En el nuevo Bajo Recinto combinan entonces armoniosam­ente el estilo de época con toques modernos.

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