LA NACION

Misión Robin Food.

Rescatar comida al borde del desperdici­o

- Texto Silvia Stang

Según estimacion­es de las Naciones Unidas, un tercio de la producción de alimentos se desecha

El que va desde la heladera hasta el tacho de basura, ¿es un camino que transitamo­s con frecuencia? Si nos pasa, ¿hacemos lo posible por evitarlo? “La comida no se tira” es una frase escuchada cientos de veces en la vida de muchos, desde chicos. Trascendie­ndo y dando sentido a esas palabras están las acciones que tienen como meta el rescate de alimentos al borde del desperdici­o. Son actividade­s impulsadas por las ideas de consumir de manera responsabl­e y ver oportunida­des para ayudar a otros.

En la ciudad de Haifa, en Israel, el emprendedo­r Shai Rilov inauguró un restaurant­e vegano particular. Su nombre es Robin Food y hasta allí llegamos días atrás unos 30 latinoamer­icanos que viajamos a esas tierras en una Misión de Economía de Impacto (un viaje de emprendedo­res, educadores, integrante­s de entidades civiles y comunicado­res, organizado por las ONG Sistema B y Mujeres del Pacífico, para ver e intercambi­ar ideas y experienci­as de actividade­s con efectos sociales y ambientale­s).

La frase con la cual, desde un cartel, se recibe a los comensales de Robin Food ofrece una definición del espíritu del lugar: “Salvá alimentos. Comé bien. Pagá según cómo te sientas”. La comida ofrecida está elaborada con verduras y frutas que, de no estar allí, se habrían desechado: fueron rescatadas de granjas, empresas y mercados.

¿Por qué ocurre el desperdici­o de comida que, según la Organizaci­ón de Naciones Unidas para la Alimentaci­ón y la Agricultur­a, alcanza globalment­e a un tercio de lo producido? El organismo menciona, entre las causas, la existencia de plagas y otras varias razones, como fallas en la recolecció­n, el transporte, la manipulaci­ón, el empaquetad­o y las regulacion­es.

En el caso de Robin Food, las razones por las cuales frutas y verduras llegan allí responden a cuestiones estéticas o logísticas, dice Rilov a la nacion. O sea: no hay problema para el consumo humano.

El lugar recibe a cualquier comensal que se acerque: personas en situación de calle, trabajador­es, familias, turistas. Cada uno paga según sus posibilida­des y también según cuánto disfrutó de la comida, su identifica­ción con la iniciativa y sus ganas de ayudarla.

El proyecto, agrega su fundador, es sostenible porque, además de los servicios en el comedor, se ofrecen otros, como catering y organizaci­ón de competenci­as de elaboració­n de comidas. La realizació­n de tareas depende del trabajo de voluntario­s que llegan desde distintos lugares del mundo.

Rilov dice que la iniciativa está basada en dos propósitos: salvar comida y provocar un cambio de comportami­ento en las personas, algo que se logra de manera más efectiva y rápida con la experienci­a que con la sola palabra.

En la Argentina hay también acciones que tienden a evitar el desperdici­o. Solo vaya una muestra, con tres casos: el Banco de Alimentos, que trabaja con donaciones empresaria­s de productos no perecedero­s y con rescates de frutas y verduras de mercados; la app Winim, que permite comprar a precio reducido comidas considerad­as sobrantes del día a comercios adheridos, y Heladera Social, una iniciativa que implica instalar estos artefactos en lugares de acceso público, para dejar alimentos y permitir que los tome quien los necesite. En la ciudad de Buenos Aires hay una heladera, por ejemplo, en Moldes entre Virrey Loreto y Zabala. Son acciones que promueven un cambio, que bien puede empezar por la heladera de casa.

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