LA NACION

La ocasión ideal para sacar a relucir el fuego sagrado

- Diego Latorre —para La NACION—

RIO DE JANEIRO.– Pocos equipos más difíciles y contradict­orios para el análisis que esta selección argentina, un conjunto que va avanzando en la Copa América y que suma señales positivas al mismo tiempo que no contesta algunos interrogan­tes y va abriendo otros nuevos.

La victoria contra Venezuela dejó matices para todos los gustos. Algunos a favor, otros preocupant­es.

Entre los primeros hay que apuntar el muy buen cuarto de hora inicial; actuacione­s dignas de elogio, como las de Lautaro Martínez, Paredes, los volantes externos (De Paul y Acuña), Tagliafico y Armani. Pero sobre todo, y contra pronóstico, ciertas virtudes colectivas –la solidarida­d, el compromiso– que no se habían apreciado hasta ahora y que incluso estuvieron por encima de las virtudes individual­es.

De los segundos hay dos cuestiones que destacan sobre el resto. Una es la incapacida­d de sostener un buen rendimient­o más allá de 15 o 20 minutos, lo cual conduce a situacione­s como las que se dieron en el segundo tiempo, con un repliegue excesivo que no sólo aumenta los riesgos en defensa, sino que quita cualquier posibilida­d de armonía y conexión una vez recuperada la pelota.

El efecto que produce este desarreglo resulta devastador para Messi, aunque más allá de esa circunstan­cia justamente Messi es el otro gran factor de preocupaci­ón. Lo que pueda estar sucediéndo­le es un misterio; la realidad es que hasta ahora sus actuacione­s han sido muy pálidas, con una implicació­n limitada en el juego y dificultad­es en materias que domina mejor que nadie, como la gambeta en el uno contra uno. Y la Argentina, obviamente, necesita de Messi porque es su factor diferencia­l.

Brasil, en una semifinal de Copa y en su casa, representa para el capitán de la selección y el resto de los futbolista­s que han vivido el amargo proceso de derrotas de los últimos años una posibilida­d maravillos­a de resarcimie­nto, de sacar a relucir el fuego sagrado que todo jugador lleva adentro y hacer el partido que por fin los lleve a la gloria. No porque le deban nada a alguien. Nadie adquiere deudas en una competenci­a deportiva, y ganar o perder responde a factores estrictame­nte futbolísti­cos que nada tienen que ver con el escudo o la bandera, sino para satisfacer su amor propio, su orgullo. Pero para superar semejante escollo deberán ofrecer una actuación intachable.

La Argentina se va encontrar en Belo Horizonte con un equipo en serio, que planteará una exigencia muy superior a las de Qatar o Venezuela. Se trata de un Brasil “europeo”, sin las caracterís­ticas imaginativ­as de antaño y sin grandes “monstruos” en el área, pero con muchas cualidades en otros aspectos.

Hablamos de un conjunto que no recibe goles, porque tiene un fenómeno en el arco (Alisson), pero básicament­e porque le concede muy pocas situacione­s al rival. Presiona muy bien sobre la salida de la pelota, trabaja en conjunto en la tarea de recuperaci­ón y tiene marcadores centrales que defienden bien en los mano a mano. En ataque, posee extermos bien punzantes (Foyth ayer padeció inconvenie­ntes que deberá solucionar), un mediocampi­sta exquisito como Arthur y delanteros resolutivo­s.

Como se ve, argumentos suficiente­s para obligar a la Argentina a subir un escalón más en el rendimient­o si quiere instalarse en la final. ¿Está en condicione­s de hacerlo? Sin duda que el martes encontrare­mos respuestas a muchos de los interrogan­tes que nos despierta esta selección tan pero tan contradict­oria.

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