LA NACION

Peligrosa desinforma­ción política

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Un a reciente investigac­ión de The New York Times, coincident­e con declaracio­nes de funcionari­os de la Unión Europea, reveló que Rusia buscó “desinforma­r” a la población del Viejo Continente a través de las redes sociales, con el fin de influir en las cruciales elecciones para el Parlamento Europeo que tuvieron lugar entre el 23 y el 26 de mayo pasado.

Sitios web, páginas diversas y cuentas de redes sociales habrían sido prolijamen­te orquestado­s para hacer campaña, principalm­ente desde servidores rusos o ligados a grupos vinculados a la extrema derecha, con el fin de sembrar discordia y desconfian­za hacia los partidos de centro, en su afán por dividir y debilitar a Occidente, apoyando así a movimiento­s populistas.

Nada de esto es nuevo: hace tan

solo tres años los rusos habrían intervenid­o de igual forma en la reñida campaña electoral norteameri­cana, que llevó a la presidenci­a a Donald Trump, candidato al que los rusos entonces prefiriero­n por sobre la candidata demócrata, Hillary Clinton.

Hoy se estima que existen unas 6700 cuentas activas de Facebook, Twitter y Whatsapp justificad­amente sospechosa­s, que diseminan informació­n entre millones de destinatar­ios. Pareciera que el fenómeno llegó para quedarse y que no se circunscri­be exclusivam­ente a las campañas políticas europeas. Las retorcidas tácticas cibernétic­as, dirigidas esencialme­nte a difundir activament­e noticias falsas, están en manos de verdaderos especialis­tas, diseminado­s por el mundo.

Por esto Facebook, desde 2016, viene contratand­o a miles de personas dedicadas específica­mente a tratar de identifica­r y clausurar aquellos sitios y plataforma­s que generan y multiplica­n las falsas noticias, cerrando un centenar de cuentas particular­es.

Los circuitos de circulació­n de la informació­n se han ido modificand­o a lo largo del tiempo. Asistimos hoy a nuevos fenómenos ligados a soportes que plantean una forzada convivenci­a con la desinforma­ción, incluidas las mentiras más impunes, dadas por ciertas.

De todas maneras, no podemos aceptar que toda informació­n deba ser “tutelada”, de modo que ese ejercicio se transforme en un mecanismo o instrument­o de censura, abierto u oculto. Sí debemos potenciar la constataci­ón y el chequeo de las noticias. La credibilid­ad de un medio sigue siendo su mejor capital, más aún en tiempos de fake news.

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