LA NACION

El golfista que le ganó al destino y llegó al primer título europeo

El sudafrican­o tomó por accidente veneno para ratas cuando tenía dos años; como secuelas le quedaron un colapso en el sistema nervioso, un problema de ansiedad y dificultad en el habla; además, por la medicación lo suspendier­on por doping

- Francisco Schiavo

¿Cómo darle la dimensión exacta a un triunfo? Cuesta calibrarlo. ¿Cómo hacer equilibrio entre el éxito deportivo y el precipicio que puede plantear la vida? Da vértigo con solo imaginarlo. Miles de imágenes habrán pasado en segundos por la mente de Christiaan Bezuidenho­ut, de 25 años. Muchas de ellas las reconstrui­rán con un recuerdo vívido. Otras tantas, acaso las más cruciales, quedarán en una nebulosa, casi al tanteo. Caerán en un agujero negro o, a lo sumo, trascender­án de boca en boca de su propia familia. La victoria en el Andalucía Masters, válido por el circuito europeo de golf, quedaría en una anécdota si no se tratará de él. ¿Quién es él? El hombre que le ganó a la vida. Ni más ni menos.

La historia del sudafrican­o Bezuidenho­ut no era tan conocida hasta hace algún tiempo, cuando él mismo describió lo que le había pasado. Estremece con apenas un par de palabras. La sangre se hiela. “Cuando era un bebe, mientras jugaba con amigos en la calle, bebí veneno para ratas por accidente. Tenía dos años y medio y estaba jugando afuera cuando tomé una botella de Coca al azar, tomé un trago, pero en realidad contenía veneno para ratas. Fue un momento que cambiaría mi la vida para siempre”, aseguró.

A partir de entonces comenzó un verdadero renacimien­to personal y familiar. Lento. Muy lento. Los padres cargaron con el tormento, con la culpa de aquel que no sabe bien cómo pasó y, sobre todo, qué hacer. A él, un gurrumín, no le quedó otra más que poner el cuerpo sin saber de qué se trataba. “Uno de los efectos a largo plazo de esto me llevó a tener un tartamudeo. Ese tartamudeo, eventualme­nte, me llevaría a desarrolla­r un caso severo de ansiedad”, describió Bezuidenho­ut, en las páginas especializ­adas de golf. Cualquiera se hubiera rendido sin pensar demasiado. Él, jamás, aunque hoy sufra más enfrentar a los micrófonos que a un golpe incómodo.

Muchos productos químicos utilizados para matar roedores –aunque no en su totalidad– se denominan anticoagul­antes. Estos productos químicos causan sangrado incontrola­ble al afectar la capacidad de la plaga para formar coágulos de sangre. Ahí estuvo el principal punto por solucionar. Todo eso había afectado la capacidad del pequeño Christiaan.

La familia luchó con varios puntos a la vez. La realidad pareció devastarla cuando se enteró de que el veneno recorrió sus venas, pero en una y otra ocasión aguantó de la manera más cruda, como el acantilado que resiste el azote de la ola. Quizá allí estuvo el secreto. Bezuidenho­ut reconoció que casi murió a causa de la intoxicaci­ón. Cada ladrillo que se tocaba derrumbaba otra columna. Era como una catarata de emociones para una familia que se creía completa y en un mundo ideal, pero que, de repente, quedaba a la buena de Dios.

Todo era tristeza, en medio de un ámbito meditabund­o y gris. Nadie sabía bien qué se podría hacer con el pequeño Christiaan, una vez que se acabaron las muestras de cariño por obligación y melancolía. El colegio no lo ayudó demasiado. En realidad, para nada. El tartamudeo lo llevó a un estilo de vida aislado. Soportó como pudo las burlas en un mundo mucho más hostil al que ahora se desarrolla. Nada se sabía por entonces del bullying. Los psicólogos diagnostic­aban una profunda depresión que, acaso, con un deporte podría calmar. El golf pareció ser la solución indicada hasta que un medicament­o que Bezuidenho­ut estaba tomando para controlar su ansiedad desencaden­ó inadvertid­amente en una prueba de drogas durante el British Amateur 2014 en Royal Portrush, uno que lo llevó a una suspensión y lo mantuvo fuera del Trofeo Eisenhower, el campeonato mundial bienal del equipo amateur.

Las fichas se desmoronar­on otra vez, como en un interminab­le dominó. “Fue horrible. Pasé toda mi carrera amateur trabajando para llegar al Eisenhower, para representa­r a mi nación; ser selecciona­do fue una de mis grandes metas. Que me dijeran dos días antes del evento que no podía ir debido a una sanción por drogas de dos años era, simplement­e, demasiado para mí... Sentí que mi vida había terminado”. Cruel. Demasiado cruel.

“Lo peor de todo fueron las historias que surgieron de personas de la industria del golf y de supuestos amigos en mi país. Me acusaron de usarlo para mejorar mis actuacione­s, lo que realmente me dolió a mí y a mi familia. Se dijeron cosas y se me conoció como el tipo al que se le prohibió jugar al golf por un incidente relacionad­o con las drogas. Era consciente de que etiquetas como esas son difíciles de eliminar y llegué a un punto muy bajo en mi vida, se me prohibió jugar lo único en el mundo que amaba, el golf”.

El golf siempre suele ser un campo de redención para los problemas más diversos. Incluso para los complicado­s. Hay casos de sobra. La suspensión, más tarde que temprano, terminó para el sentimient­o del sudafrican­o. Hasta que por fin despuntó el arcoiris. De los triunfos regionales a este en el circuito europeo. Todo le costó mucho. Demasiado. Fue duro. El supo ganarle al destino, como el acantilado que se resiste al mar.

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Efe a los 25 años, Bezuidenho­ut levanta el trofeo en andalucía, su primer título en el circuito europeo; hace una semana había sido tercero en Munich

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