LA NACION

EL CAMBIO DE LOS TIPITOS

De mi flor es el flamante álbum de la banda, que reunió un repertorio de siete canciones nuevas y cuatro clásicos del género

- Gabriel Plaza

Con 25 años de trayectori­a, la banda de rock edita De mi flor, su primer álbum íntegramen­te folclórico

En 1999, Los Tipitos ya habían grabado un disco apadrinado­s por León Gieco y estaban buscando su propio público directamen­te en las calles, como lo habían hecho desde sus orígenes. Villa Gesell se convirtió en una experienci­a que marcó el camino del cuarteto marplatens­e. “Había gente de todo tipo. De niños a gente mayor. Hacíamos un espectácul­o muy variado”, rememora Willy Piancioli, tecladista, compositor y vocalista de la banda. “Incluíamos canciones folclórica­s y hacíamos hasta un tema de Green Day en versión chacarera. Desde esa época venimos con el folclore, pero nunca supimos si éramos capaces de hacer un disco entero”, confiesa uno de los integrante­s fundamenta­les del grupo junto a Raúl Ruffino (voz, guitarra) y Federico Bugallo (bajo).

De mi flor se llama el nuevo álbum de Los Tipitos. Un disco ciento por ciento folclórico con siete canciones nuevas del grupo y cuatro clásicos del género: “Los hermanos”; “Canción para Doña Guillermin­a” (ambas de Atahualpa Yupanqui); la zamba “Mujer niña y amiga”, de Robustiano Figueroa Reyes, y la cueca “El encuentro”, de Alberto Rodríguez y Rodolfo Álvarez. El grupo se rodeó de invitados como el Chaqueño Palavecino, Peteco Carabajal, Lito Vitale y el dúo Orozco-barrientos, además del bonus track de “Campanas de la noche”, uno de sus grandes hits, versionado en ritmo de saya junto a Juan Carlos Vasconcell­os, del grupo Los Huayra.

La producción artística corrió por cuenta del experiment­ado Lucho González, guitarrist­a de la legendaria Chabuca Granda y del explosivo trío Vitale-barajgonzá­lez, que derivó en un fenómeno instrument­al de la MPA en los años ochenta. Bajo su guía, la banda encontró este soundtrack telúrico que apela a la memoria emotiva del grupo y que estará presentand­o el 9 de julio en Magdalena, provincia de Buenos Aires; el 12 en el Festival Solidario Trichaco, y el sábado 3 de agosto en el Centro Cultural San Isidro.

“No teníamos el conocimien­to profundo para grabar un disco de folclore. Con Lucho aprendimos cosas nuevas, ritmos nuevos, aunque venimos escuchando el género desde chicos. Incluso me llegué a comprar un bombo legüero, pero Lucho decidió mandarme a tocar el piano para que todo sonara más acústico. Tocar con alguien que viene del palo como Lucho es otra cosa. Redondeó el disco y hasta hablamos de hacer un segundo disco sobre el género”.

El grupo tiene historia con el folclore. No es la primera vez que se acercan al género. Raúl Ruffino, el otro cantante y compositor de la banda, ya había aportado al grupo “Chacarera de los naranjos”, en el disco ¿Quién va a pagar todo esto? (1998), y “Corazón de litoral”, en Vintage (2001). “Recuerdo cuando a los 18 íbamos a laburar a comedores infantiles y hacíamos obras para chicos con música basada en los cuentos de Horacio Quiroga que tenían ritmos folclórico­s. Siempre estuvimos vinculados al folclore. Raúl viene de esa escuela”, cuenta Willy.

Hace seis años la banda tenía la idea de armar el proyecto. Primero con clásicos; después, apareció el impulso compositiv­o a partir de la lectura de un libro de Atahualpa Yupanqui. “Nos juntamos en la sala y salió una primera chacarera inspirados en la letra ‘Las cruces’, de Atahualpa, de un libro que heredé de mi vieja. Agarramos viola y bombo y nos pusimos a tocar. A partir de ahí se armó todo el repertorio. Hubo mucho intercambi­o por wasap, mandándono­s melodías o sumando partes a las ideas del otro. Fue bien comunitari­o el trabajo. Después de que teníamos una veintena de temas propios fuimos ensayando de a dos canciones y las fuimos grabando. Sin darnos cuenta, en tres meses teníamos doce canciones”.

–¿Pensaron que este disco lo pueden tocar en Cosquín?

–Esto fue una manera de reinventar­nos. Cumplimos 25 años de grupo y teníamos ganas de tocar otras cosas. Un disco como Armando Camaleón nos hizo ver la luz en todo el país. Canciones como “Brujería” y “Mil intentos” nos hicieron una banda popular. Pero con De mi flor podemos tocar tanto en el Cosquín folclórico como en el Cosquín Rock, porque sonamos tan rockeros como folclórico­s.

–¿Cómo empezó a ser recibido el disco en el ámbito más folclórico?

–Creo que se rompieron ciertos prejuicios en el panorama de la música en general. El ámbito folclórico es otro planeta para nosotros y otro circuito de radios y de programas de televisión, y está buenísimo llegar a esos lugares a los que antes no llegábamos con nuestra música. El otro día estábamos en Argentinís­ima rodeados de ballets tradiciona­les y músicos del género y nos recibieron con mucha alegría. Tuvimos una bienvenida muy cálida con este disco y se siente bien ese reconocimi­ento en la música popular. Quiere decir que hicimos las cosas bien y que hicimos nuestro aporte al género con estas canciones nuevas. No es poca cosa.

“Al principio hacíamos un tema de Green Day en versión chacarera”

“Ahora podemos tocar en el Cosquín folclórico y en el rockero”

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Raúl Ruffino, Willy Piancioli y Federico Bugallo, ante el desafío del cambio

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