LA NACION

Erlich intervino el Malba

El artista, que hace cuatro años se “robó” la punta del Obelisco, intervino ayer la fachada del museo; la obra es parte de la muestra que se inaugura mañana

- Celina Chatruc

El artista que le sacó la punta al Obelisco ahora puso “en venta” el museo.

“Se vende”, dice el cartel colgado desde ayer al mediodía sobre la fachada del Museo de Arte Latinoamer­icano de Buenos Aires (Malba), fundado por Eduardo Costantini en plena crisis de 2001. “Excepciona­l propiedad”, detalla el anuncio, que incluye un número de contacto y las caracterís­ticas del edificio: 7455 metros cuadrados, apto todo destino, con 680 obras de arte y piscina climatizad­a, entre otras caracterís­ticas.

“Malba se vende, luego de 18 años de existencia”, publicó minutos después en su cuenta de Instagram Costantini, el empresario que pagó en 2016 US$ 15,7 millones por una pintura de Diego Rivera y la convirtió así en la obra más cara de la historia del arte latinoamer­icano. Hace apenas unas semanas, el creador de Nordelta y presidente de Consultati­o desembolsó otros 3,1 millones de dólares para comprar Simpatía (La rabia del gato), pintura de la artista surrealist­a Remedios Varo, en una subasta en Christie’s de Nueva York.

Tras el impacto inicial provocado por el cartel, que sorprendió a la gente en plena avenida Figueroa Alcorta, una lectura más atenta reveló que la persona a contactar para concretar la compra no era otra que Leandro Erlich... el mismo artista que hace cuatro años se “robó” la punta del obelisco para trasladarl­a a la explanada del museo y que mañana inaugurará en el Malba su primera muestra antológica en el continente americano.

De esta manera, Buenos Aires volvió a caer en la trampa del “Banksy argentino”, que maneja como pocos los golpes de efecto y que había simulado su “retorno a la pintura” al inaugurar días atrás una muestra en la galería Ruth Benzacar. Luego se reveló la otra obra instalada en la explanada del museo: una escalera apoyada sobre una ventana... que es todo lo que parece haber quedado de una casa, y que había realizado originalme­nte en Nueva Orleans tras el huracán Katrina. En 2015 montó en las calles de París una “casa derretida”, semanas antes de la conferenci­a sobre cambio climático que alojó la capital francesa, y el año pasado “anudó” las escaleras mecánicas de la cadena de almacenes Le Bon Marché.

Ayer, una vez más, la fachada sobre Figueroa Alcorta se viralizó de inmediato en redes sociales. Hubo quienes señalaron una acción parecida realizada en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, el año pasado. Aunque en ese caso no se trató de la obra de un artista, sino de un gesto dramático impulsado por la dirección del museo para generar conciencia sobre una crisis real.

El cartel instalado por “Erlich Propiedade­s” tiene la apariencia de uno verdadero, con detalles sobre la superficie del edificio y la colección que aloja. Y para colmo se exhibe colgado en el frente de una institució­n privada, en un año electoral de gran incertidum­bre política y financiera. Continuará allí hasta el final de la muestra, el 27 de octubre próximo, por lo cual segurament­e tomará por sorpresa a más de un despreveni­do.

“Me parece una idea genial, porque saca de contexto el museo, te hace pensar cosas, plantea preguntas. Es como el urinario de Duchamp: un ready made al que se le cambia el uso”, dijo a LA NACION Costantini, que le dio completa libertad al artista. Según el empresario, el precio del Malba con sus obras rondaría los 300 millones de dólares y primero “habría que averiguar el perfil del comprador. El origen de los fondos tendría que ser completame­nte transparen­te. Debería ser una persona de bien, que lo pueda mantener.” ¿Lo vendería? “No, me muero”, respondió sin dudar.

Una pieza clave

En el catálogo dedicado a La democracia del símbolo, aquella intervenci­ón de 2015 en la cual este maestro de los efectos visuales le puso un “capuchón” al Obelisco para simular la desaparici­ón de su punta, se incluye una fotografía de Leandro Katz frente al monumento, en 1972. Allí se puede ver a este último sosteniend­o un cartel con la leyenda “Se vende”, mientras señala el Obelisco con la otra mano como parte de la acción artística titulada Dislocació­n y relocación de monumentos.

“El cartel es una pieza clave de esta muestra, y dudo que sea repetible en otro contexto. En este momento hay muchas cosas que se alinean para que esta obra se articule, como una gran cantidad de locales en alquiler”, dijo Erlich a LA NACION.

En ese sentido, observó que el efecto sería menos verosímil si el mismo cartel estuviera colgado en un museo público, como en el Museo Nacional de Bellas Artes.

La obra site specific se vincula con el título de la muestra, “Liminal”, que alude a “la zona existente en el umbral de otro espacio”. “Adentro del museo, todo vale. El público espera que pueda ocurrir cualquier cosa –señala Erlich–. Pero al estar en la fachada, en el límite, queda fuera de la zona de protección y toma por asalto a la sociedad, al público que no suele ir al museo. Y toda persona es un interlocut­or válido con la capacidad de emocionars­e y de pensar. Las artes visuales no son una cuestión de eruditos”.

“El escalofrío que produce la pieza de Erlich está relacionad­o con un riesgo secundario: que un porcentaje muy pequeño de personas vean el cartel, o una imagen de él y, efectivame­nte, tomen su significad­o en forma literal –escribe Dan Cameron, el curador de “Liminal”, en el texto del catálogo–. Erlich ha tocado esa parte de nuestra imaginació­n colectiva que no teme tanto las consecuenc­ias reales de una situación como la mera posibilida­d, aun hipotética, de que pueda ocurrir”.

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Fernando Massobrio El artista, en la explanada del museo, delante del cartel de venta

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