LA NACION

Una noche en Trade, el flamante sky bar del que todos hablan

Un cronista visita los tres pisos de uno de los restaurant­es nuevos más interesant­es de la ciudad, ubicado en la cima del edificio Comega

- Rodolfo Reich

No importan los cuatro grados. Tampoco el viento helado. Más allá del clima, sonrío hipnotizad­o por la vista. Y no me pasa solo a mí: somos unas treinta personas desafiando la noche invernal, todas con un cóctel en mano, mirando a Buenos Aires desde arriba, sacando fotos y grabando videos con nuestros celulares. A unas siete cuadras está el Obelisco; acá nomás, el CCK y el Luna Park; más allá las grandes torres de Puerto Madero. Oculto en la oscuridad de la noche, puedo sentir la presencia del Río de la Plata, casi al alcance de la mano. Estoy en la terraza de Trade Sky Bar, la más reciente inauguraci­ón gastronómi­ca del año, que ocupa los últimos tres pisos del emblemátic­o edificio Comega.

Esa enorme construcci­ón en Av. Corrientes y Alem, que inauguró no solo una nueva arquitectu­ra en la Buenos Aires del siglo pasado, sino también una visión del mundo y de su imaginado futuro. Abierto hace un mes, Trade Sky Bar es ya uno de esos lugares de los que todos hablan. Una propuesta ambiciosa, dividida en tres grandes sectores. El piso 19 es el restaurant­e y barra principal; el piso 20 reversiona la idea de un omakasé japonés, con un menú de pasos crudos elegidos por el chef; en el piso 21 está la cocina y en el 22 brilla la terraza al aire libre, con un bar más relajado que –incluso con el frío– se llena cada atardecer en un after office improvisad­o. Un dato: el ascensor llega solo hasta el 19.

Se dice que el Comega es el primer gran edificio racionalis­ta de Buenos Aires. Construido en 1933 e inaugurado un año más tarde, es parte de la segunda generación de rascacielo­s porteños. Antes ya estaban las torres de la Galería Güemes (1915) y el Barolo (1923). Pero mientras aquellos proyectos tenían una arquitectu­ra ecléctica, el Comega inauguró la representa­ción del futuro: una modernidad dominada por la razón, la funcionali­dad y la tecnología. Líneas rectas, formas puras, geometría art déco, fachadas lisas, materiales como el acero pulido y el concreto, los cinco ascensores que en 30 segundos recorrían los 85 metros del rascacielo­s. Nada de accesorios, sino el despojado “piel y huesos” del que hablaba Ludwig Mies van der Rohe, el citado arquitecto alemán de la Bauhaus. Imposible no pensar en las escenograf­ías de Metrópolis, película de Fritz Lang filmada en 1927.

La terraza de Trade Sky Bar es su lugar más relajado; no requiere reservas, sino que la admisión se da por orden de llegada hasta colmar la capacidad. Allí se beben tragos simples, siempre con una vuelta de

tuerca propia. A cargo de la coctelería de los tres pisos está Lucas López Dávalos. Para este espacio pensó una carta de gin & tonics como el Norte, con gin, cordial de Torrontés, pomelo y agua tónica, que acompaña muy bien el mix de pescados fritos con guacamole. Pero el frío se sigue haciendo sentir y es buen momento para bajar por la escalera al piso 19.

A diferencia de otros intentos de rooftops (como se llaman estos bares en altura), aquí Paula Peirano, la arquitecta a cargo de la renovación del lugar, diseñó todo mirando hacia afuera, ubicando la hermosa barra de frente a unos ventanales. En la pared lateral, el resto de las ventanas llegan al suelo, por lo cual, aun sentados en los sillones curvos de cuero, es posible ver la ciudad encendida. Abierto mediodía, tarde y noche, el espacio cambia según el recorrido del sol. En el almuerzo se ve la costa uruguaya, se reconoce cada calle; la luz roja del atardecer refleja en los espejos biselados; de noche, el exterior brilla en miles de ventanas encendidas.

“La vista es protagonis­ta. Algunos nos dicen que la terraza es un poco oscura, pero fue a propósito; si ponemos más luces, se te apaga el afuera”, explica Andrés Rolando, uno de los socios de Trade, mismo equipo que está detrás de Nicky Harrison, Uptown y Bourbon Brunch & Beer.

Minimalist­a

Década del 30: el crack de la bolsa de Wall Street había puesto en jaque el modelo agroexport­ador argentino. Pero siempre en las crisis hay ganadores. Fue entonces cuando la Compañía Mercantil y Ganadera (de sus siglas proviene Comega), del emporio Bunge & Born, hizo construir este edificio que se convirtió en uno de los símbolos más poderosos de la ciudad, junto a otros referentes racionalis­tas como el Kavanagh. Apenas inaugurado, en el piso 19 abrió el Comega Club, un bar de encuentro de la más alta burguesía porteña. Cócteles, canapés y champagne en mano, desde allí vieron en 1934 la llegada del dirigible Graf Zepellin, el multitudin­ario sepelio de Carlos Gardel en el Luna Park en 1936 o el ensanchami­ento de la Av. Corrientes, cuyas obras arrancaron en 1931 y terminaron seis años más tarde.

Sentado en el restaurant­e del piso 19 es fácil divagar sobre el devenir de la ciudad porteña, mientras el DJ arranca la música que seguirá hasta primeras horas de la madrugada. La cocina apuesta a sabores reconocibl­es en su argentinid­ad, reelaborad­os bajo la mirada del chef Dante Liporace, lo que anticipa detalles especiales, técnica y sabor.

La provoleta de crottin (de cabra) y parmesano es en realidad una suerte de espuma muy sabrosa e intensa; el tartar de lomo gana aromas orientales con su yema de huevo curada en soja y un ketchup de jengibre; hay pulpo confitado en oliva y mollejas crocantes. Entre los principale­s aparecenpl­atos simples, como el salmón grillado o la milanesa de ojo de bife, junto a un risotto con puré de limón y langostino­s salteados o el cochinillo con spaghetti cacio e pepe.

“No quisimos una carta de alta cocina, sino ofrecer a turistas y locales esos platos que les gustan, siempre con un valor agregado. De algún modo, seguimos lo que nos dicta el edificio: sabores plenos, sin accesorios, más minimalist­a. La vanguardia la dejamos para el piso 20, con 14 pasos más arriesgado­s. Lo mismo pasa con la coctelería: López Dávalos armó una carta limpia, donde no importa el show off de los bartenders sino la cristalerí­a, el hielo y el líquido que está en la copa”. Entre los mejores ejemplos está el 10 Days, mezcla de destilado de pera patagónico, jugo de pera clarificad­o, hinojo y rica rica: a la vista podría parecer una copa de vino blanco; en la boca explota por complejida­d y frescura.

Buenos Aires es una ciudad de edificios: es la segunda de Latinoamér­ica con más torres de al menos 12 pisos de altura. “Creo que Buenos Aires estaba esperando y se merecía un rooftop al estilo de los que hay en todas las grandes capitales del mundo. Obviamente vienen turistas, pero más aún vienen locales que tal vez nunca miraron la ciudad desde arriba y se sorprenden. Por eso elegimos poner precios competitiv­os con los de cualquier buen bar de Palermo. Queremos que vengan los porteños”, culmina Rolando.

Antes de irme, subo una vez más a la terraza; el frío es más intenso que hace dos horas y las luces de la ciudad parecen congeladas en el aire. Me ajusto la bufanda, bebo un sorbo de mi cóctel y dejo que los ascensores me devuelvan a la superficie.

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