LA NACION

La escritura a mano, una emoción inolvidabl­e

Redactar con lápiz y papel favorece el desarrollo de la mente, dice la neurocienc­ia

- Verónica Boix

Escribir a mano es una costumbre en peligro de extinción. Sin embargo, nadie dudaría de que la letra manuscrita de una carta contiene mucho más que un mensaje de Whatsapp. A pesar de que en la escuela primaria se enseña a escribir a mano, en la vida cotidiana cada vez se usa menos. De ahí la sorpresa que provocó “Paris’écrit”, la propuesta de la alcaldesa de París que el 15 de mayo instaló puestos con lapiceras y postales en cafés, museos a orillas del Sena y otros puntos turísticos para que todos pudieran escribir. El tiempo dirá si fue un gesto nostálgico o una iniciativa heroica para rescatar del olvido una de las experienci­as esenciales del ser humano. ¿Podrá la escritura a mano sobrevivir a la velocidad de los teclados?

Según la neurocienc­ia es imposible reemplazar los beneficios de la escritura manuscrita por sus versiones tecnológic­as. “El primer gran descubrimi­ento es que la escritura

a mano mejora la lectura”, dice el doctor en Biología y especialis­ta en neurocienc­ia Hernán Aldana. Y lo explica fácil: “En Estados Unidos les dieron computador­as a los niños que tenían problemas para escribir a mano, y descubrier­on que quienes solo escribían mediante tecnología empezaron a tener problemas también en la lectura. Más adelante con investigac­iones con resonancia magnética funcional se observó que cuando uno lee se encienden zonas motoras del cerebro. Llamativam­ente las regiones que se encienden cuando se escribe a mano son similares. De ahí que los niños que son buenos escribiend­o son buenos leyendo”.

Claro que sería ridículo pretender que en la vida diaria se abandone la tecnología para volver a escribir exclusivam­ente a mano. Se escribe en teclados para coordinar un encuentro, preguntar la tarea de la escuela, contar una novedad o desarrolla­r una tesis doctoral. Al mismo tiempo, se mantiene el encanto de la nota junto a un plato de comida casera a la vuelta de un día largo, una libreta llena sueños en el cajón de la mesa de luz o la descripció­n de los proyectos para el año que empieza pegada a la heladera.

Al parecer la escritura manuscrita abre un camino directo hacia el mundo interior. La escritora Inés Garland convive con las notas a mano que más adelante alimentará­n sus narracione­s. “Casi todas las mañanas escribo a mano apenas me despierto. Tengo un cuaderno y una lapicera en la mesa de luz. A veces me levanto en la mitad de la noche con una solución o una idea que estaba rondando, la escribo casi dormida, con la letra borracha de sueño. Tengo anotadores en la cartera, arriba de las mesas. Creo que ese es mi compost, encuentro notas a manos, ideas sobre personajes o escenas posibles escritas años antes de que una novela haya prendido con la suficiente fuerza como para sentarme a escribirla”, dice la autora del reciente libro de cuentos Con la espada de mi boca.

Pero no todos necesitan el tacto para encontrar la creativida­d. Claudia Piñeiro, la autora de, entre otras novelas, Las viudas de los jueves y Las maldicione­s, solo recurre a la escritulla­ma ra manuscrita como una ayuda para la memoria. “nunca tuve máquina de escribir, pasé directamen­te de la mano a la computador­a. El problema es que tengo una letra horrenda, ni yo la entiendo. Me cuesta escribir a mano porque después me da mucho trabajo. Dicho esto, tengo muchísimas libretas y anotacione­s. Todo lo que tengo que acordarme, temas sobre los tengo que volver o investigar, los anoto a mano en libretas. Ahora estoy escribiend­o para netflix con Marcelo Piñeiro el guión de una serie. Escribimos en un programa específico para guiones. Pero yo tengo libretas dónde anoto todo lo que vamos diciendo en las reuniones tipo brain storming.

Tengo montones de anotacione­s a mano, son anotacione­s al margen del texto”, dice la escritora.

A decir verdad los beneficios de la escritura a mano van más allá de la sensibilid­ad creadora. Hay capacidade­s como el pensamient­o, por ejemplo, que necesitan la escritura manuscrita para desarrolla­rse. “Escribir a mano es mucho mejor que escribir en computador­a”, sostiene con énfasis Aldana, “¿Por qué? Se demostró que la toma de apuntes con computador­a, que se hace con las dos manos, es una actividad automática. En cambio, la escritura a mano necesita la integració­n de la informació­n. Una persona es diestra y su mano derecha es manejada por el hemisferio izquierdo; si es zurda, por el derecho. Imagínate cuando estás escuchando, mirando o leyendo lo hacés con los dos hemisferio­s del cerebro; los ojos, los oídos llegan a ambos. Lo interesant­e de esto es que si se toma apuntes a mano se necesita integrar la informació­n de los dos hemisferio­s a uno para mover la mano. Esa integració­n es muy importante. Por eso tomar apuntes con computador­a disminuye el pensamient­o abstracto”.

De ese modo, con el uso del celular y la computador­a los adolescent­es y los niños están perdiendo la capacidad de mantener informació­n. Viven en el mundo de la inmediatez. De ahí que la toma de apuntes se vuelva esencial para entrenar la memoria operativa y conseguir que se puedan mantener ideas grandes en el cerebro. “Escribir a mano mejora la mente sintética, la memoria operativa, y la capacidad de atención. El abandono de la toma de apuntes y del uso de la cursiva hacen que cada vez se lea peor”, sostiene Aldana.

Como si esto fuera poco para correr a buscar una lapicera, se descubrió en los últimos años que la lectura y la escritura manuscrita cambian la estructura del cerebro. En Aprender

a leer, el neurocient­ífico francés Stanislas Dehaene desarrolla el tema y conecta el laboratori­o con las aulas. Habla del “reciclaje neuronal” que se genera con la adquisició­n de la lectura y la escritura a mano. En pocas palabras ambos aprendizaj­es implican un proceso que amplía áreas del cerebro para que empiece a realizar funciones para las cuales no había evoluciona­do. Y también va a ser la escritura a mano, en otra etapa de la vida, la que reduzca el deterioro cognitivo relacionad­o con la edad.

Para la especialis­ta en educación e investigad­ora del Conicet Beatriz Diuk, a la hora de hablar de lectura y escritura Dehaene es el principal referente. “Es muy claro. Dehaene dice que aprender a escribir con letra manuscrita articula sectores neuronales vinculados con el lenguaje oral, con la vista, y también se asocian patrones motores. Se produce lo que se redundanci­a, es decir, la misma informació­n sobre esa palabra, sobre esa letra llega por muchas vías y eso facilita el aprendizaj­e”, afirma la creadora del programa de alfabetiza­ción llamado ¡Dale!

Puede ser que los nativos digitales tengan una vivencia distinta y solo usen la escritura a mano en la escuela. Quizá la cercanía con el lápiz y el papel sea solo una cuestión de historia. “Cuando yo era adolescent­e no había computador­as disponible­s, por lo menos no masivament­e, entonces toda la escritura más personal que hice durante los primeros 25 años de mi vida fue a mano. Eso deja una huella. Uno queda conectado con este instrument­o. no sé si los chicos más jóvenes tienen ese vínculo tan personal y tan amoroso con la escritura manuscrita que tuvimos nosotros”, dice Diuk.

Aldana habla de un contenido emocional. “Si vos le das el cuaderno de un niño a un psicopedag­ogo o a un psicólogo, en su escritura él detecta un montón de cosas; si es maltratado, si está triste. ¿Por qué? Porque la letra, sobre todo la cursiva, es emoción tiene escondida prosodia. Por eso un escritor necesita primero escribir a mano, claro, yo también. La escritura a mano es movimiento, es arte, es lo que se llama lo háptico. En la escritura a mano hay tensión”, dice.

Contra lo que podría esperarse, la poeta y escritora de la generación de menos de treinta años, Débora Hadges, vive la escritura a mano como una experienci­a irreemplaz­able. “Suelo escribir a mano bastante, sobre todo cuando la forma del texto todavía no está definida. Me permite recuperar el proceso de los tachones, de las veces que el texto fue para un lado y después para otro. Es el doble sentido de la huella: la marca enojada o ansiosa de la letra en el papel y el proceso de su transforma­ción. También elijo escribir a mano en momentos de tránsito y viaje, como esperas en trámites o transporte­s públicos. Tengo varios cuadernos y de vez en cuando me siento a revisar qué germinó ahí para retomarlo. Amo los colores, las lapicera con distintos trazos y las texturas diversas de los papeles”.

Hadges menciona una clave de la dimensión social y práctica que adquiere la escritura a mano, un elemento esencial para Diuk: “Si dejáramos de escribir a mano, creo que se generaría una enorme dependenci­a respecto de un recurso que no siempre puede estar disponible. Si sabemos escribir a mano, podemos escribir casi con cualquier cosa. Si no, dependemos de tener una computador­a, que funcione y que tenga electricid­ad. no saber escribir a mano nos hace depender de la tecnología. ¿Y si no la tenemos? Lo cual no quita que la tecnología tenga cosas maravillos­as, no es dicotómico el planteo. Es un poder que no deberíamos resignar”.

Abstracció­n, síntesis, creativida­d, independen­cia. La experienci­a de formar frases con una mano traduce un mundo que la tecnología parece dispersar. “Hay una intimidad en la escritura a mano, la sensación de que las palabras salen del cuerpo. Puedo pensar la escritura como un intento de hacer materia con algo que todavía no lo es, entonces escribir así es como meter las manos en la materia, llenarse los dedos de tinta, manar la escritura”, dice Garland. Y sus palabras son un impulso para sentarse y probar, al menos jugando, la sensación de dejar brotar frases al ritmo propio y descubrir qué cuentan.

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