LA NACION

Llega la reactivaci­ón, pero en forma silenciosa

- Guillermo Oliveto

Dolidos, decepciona­dos y afectados por lo que sucedió durante los eternos doce meses que fueron desde fines de abril de 2018 hasta fines de abril de este año, gran parte de los argentinos se muestran aún escépticos y desconfiad­os con la incipiente recuperaci­ón de la economía cotidiana. No se atreven a defenderla en público. El discurso socializad­o se mantiene prácticame­nte inmutable. Sin embargo, sí expresan en privado lo que ocultan cuando están acompañado­s. Y, aun más relevante, son muchos los datos que demuestran que en los últimos dos meses han comenzado a concretar aquello que las palabras omiten. En el análisis social actual, “el audio no cierra con el video”.

Al relevar, por ejemplo, el impacto de las medidas de estímulo al consumo que se anunciaron el 17 de abril y que más adelante se profundiza­ron con nuevos incentivos, la reacción generaliza­da que detectamos en los estudios cualitativ­os, donde participan entre 8 y 10 personas por grupo en un debate abierto, fue, cuanto menos, cercana a la intrascend­encia. “Son un parche”, “no mueven la aguja”, “no resuelven nada”, “llegaron tarde”, “no ayudan”, “no se sienten”. O incluso peor: “Son una mentira”.

Por el contrario, al recoger las opiniones en encuestas individual­es y anónimas, sin interacció­n con ningún tipo de interlocut­or, donde los entrevista­dos responden en soledad, los resultados indican otra cosa. La última medición que realizamos en Consultora W –nacional, todas las clases sociales, 1000 casos,

4 al 14 de junio– indica que el nivel de aprobación general promedio, entre doce medidas relevadas –desde la suspensión de los aumentos en las tarifas de luz, gas y agua hasta el regreso de las cuotas sin interés–, es del 68%. Algunas de ellas llegan al

83%. Nueve de las doce medidas son aprobadas por más de dos de cada tres ciudadanos. El 85% afirma que por lo menos alguna de todas esas medidas lo benefició de manera personal. Después de tanto enojo, el

30% dice que las medidas son para ayudar a la clase media, y el 29%, a todos los argentinos. Apenas el 15% dice que no ayudan a nadie.

Finalmente, el 70% cree, además, que contribuir­án a reactivar un poco el consumo. Algo que, efectivame­nte, está empezando a pasar. Las ventas de electrodom­ésticos crecieron entre 40 y 50% al comparar mayo con abril, gracias al retorno del significan­te que mayor impacto ha tenido en el renacimien­to de la tentación: “Volvieron las cuotas sin interés”.

En el mismo sentido, los shopping centers registraro­n ese mes un crecimient­o en sus ventas que osciló entre 8 y 10% en pesos, bien por encima de la inflación mensual.

Un efecto similar se está verificand­o en el sector automotor. Los actores del sector saben que la lectura que se hizo de los datos minimizó el impacto de la medida. El total de ventas de vehículos 0 km presentó una caída de 2,2% en junio vs. mayo. Pero gracias al beneficio oficial que la industria y los concesiona­rios complement­aron con un esfuerzo propio adicional para elevar el impacto, las ventas de autos, excluyendo camiones, utilitario­s y buses, que no estaban en el programa, crecieron en junio 5,8% vs. mayo. Y si se computan las ventas diarias se

puede apreciar mejor el resultado: como junio tuvo cinco días hábiles menos que mayo, el promedio diario de ventas de autos creció 37%. Leyendo bien los números puede comprender­se por qué la medida se extendió a julio, cuando, según las concesiona­rias, el mes comenzó con un crecimient­o de ventas diario cercano al 50% vs. el mes anterior.

De acuerdo con los datos de Scentia, que audita a las principale­s cadenas de supermerca­dos, los productos esenciales tuvieron crecimient­os exponencia­les en sus ventas en mayo vs. abril: té (387%), leches (313%) y yogures (266%), por citar solo tres casos. En promedio, un alza del 76%, cuando el mercado creció 2% intermensu­al.

Por último, repasemos los datos actualizad­os de los créditos Anses. Se entregaron hasta el pasado jueves prácticame­nte 2,5 millones de créditos, por un monto promedio de casi $35.000. Es decir que, en promedio, más del 20% de las familias del país recibieron un crédito. Entre ellas, 570.000 jubilados, por un monto de unos $79.500 cada uno. Según el relevamien­to de la Anses, el 83% de ese dinero va al consumo – 47% a reparacion­es del hogar, 22% a alimentos y ropa– y el 17%, a pago de deudas.

La sumatoria de la estabilida­d cambiaria más la llegada de los sueldos nuevos, más la progresiva baja de la inflación, más el impacto real de los programas de estímulo al consumo componen el “póquer de oxígeno al bolsillo” que explica el punto de inflexión en las acciones del presente y, sobre todo, en las expectativ­as a futuro.

En abril, apenas el 27% de la población creía que la economía estaría mejor dentro de un año. En junio, el 42%. Del mismo modo, hace dos meses apenas el 52% afirmaba que saldríamos de la crisis; hoy lo hace el

68%, siendo el valor más alto desde mayo de 2018, cuando comenzó.

El índice de confianza del consumidor que mide la Universida­d Torcuato Di Tella muestra la misma tendencia. Cruzó en junio la barrera psicológic­a de los 40 puntos. En noviembre de 2018 había “hecho piso”:

32 puntos. En abril pasado, convalidab­a la “depresión” que aún tenían los consumidor­es: 34,4 puntos. Hoy está 26% arriba del piso y 17% mejor que hace dos meses.

Las ventas de alimentos en las grandes cadenas de supermerca­dos, medidas en unidades, caían

7,2% en marzo vs. un año atrás. De ahí en adelante vienen recortando la caída: -3,6% en abril, -1,8% en mayo. El índice general de actividad del estudio Ferreres –mide la evolución mensual del PBI– muestra que la macroecono­mía volvió a crecer en abril contra marzo y en mayo contra abril.

¿Por qué entonces si todo esto está ocurriendo el discurso socializad­o no lo registra? La psicología explica que “la disonancia cognitiva hace referencia a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones (cognicione­s) que percibe una persona que tiene al mismo tiempo dos pensamient­os que están en conflicto o por un comportami­ento que entra en conflicto con sus creencias”.

El concepto fue acuñado en 1957 por el psicólogo estadounid­ense Leon Festinger. Su teoría afirma que “al producirse esa incongruen­cia o disonancia de manera muy apreciable, la persona se ve automática­mente motivada para esforzarse en generar ideas y creencias nuevas para reducir la tensión hasta conseguir que el conjunto de sus ideas y actitudes encajen entre sí, constituye­ndo una cierta coherencia interna”.

En pleno proceso de transición, y lacerada por las heridas que dejó el pasado reciente, una porción mayoritari­a de la sociedad está comenzando a salir del “pantano emocional”. Lidiando con la desconfian­za propia de quien sufrió un golpe inesperado, todavía sus palabras no se atreven a verbalizar el cambio de ideas que se arropa en sus pensamient­os más íntimos y se expresa sigilosame­nte en sus hechos.

Con cautela, en un contexto todavía dominado por la fragilidad y plagado de incertidum­bre, una buena parte de los argentinos, lentamente, van dejando el dolor atrás.

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Archivo la demanda de autos se reactivó con el plan oficial

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