LA NACION

La capitana Rackete, mi candidata al Nobel

La detención en Italia de Carola Rackete, que al mando de un barco rescató a 40 inmigrante­s del mar, refleja los prejuicios que nutren a los nacionalis­mos europeos

- Mario Vargas Llosa

Carola Rackete, la capitana del barco Sea Watch 3, que hacía 17 días que andaba a la deriva en el Mediterrán­eo con 40 inmigrante­sabordo rescatados en el mar, atracó el 28 de junio pasado en la isla italiana

de Lampedusa, pese a la prohibició­n de las autoridade­s de ese país. Hizo bien. fue de inmediato detenida por la policía italiana, y el ministro del Interior y líder de la Liga, Matteo Salvini, advirtió a la ONG española Open Arms, que anda por los alrededore­s con decenas de inmigrante­s rescatados en el mar, que “si se atreve a acercarse a Italia, correrá la misma suerte que la joven alemana Carola Rackete”, quien podría ser condenada a 10 años de cárcel y una multa de 50.000 euros.

El fundador de Open Arms, Óscar Camps, respondió: “De la cárcel se sale, del fondo del mar, no”.

Cuando las leyes, como las que invoca Matteo Salvini, son irracional­es e inhumanas, es un deber moral desacatarl­as, como hizo Carola Rackete. ¿Qué debería haber hecho, si no? ¿Dejar que se le murieran esos pobres inmigrante­s rescatados en el mar, que, luego de 17 días a la deriva, se hallaban en condicione­s físicas muy precarias, y alguno de ellos a punto de morir?

La joven alemana ha violado una ley estúpida y cruel, de acuerdo con las mejores tradicione­s del Occidente democrátic­o y liberal, una de cuyas antípodas es precisamen­te lo que la Liga y su líder, Matteo Salvini, representa­n: no el respeto de la legalidad, sino una caricatura prejuiciad­a y racista del Estado de Derecho. Y son precisamen­te él y sus seguidores (demasiado numerosos, por cierto, y no solo en Italia, sino en casi toda Europa) quienes encarnan el salvajismo y la barbarie de que acusan a los inmigrante­s. No merecen otros calificati­vos quienes habían decidido que, antes de pisar el sagrado suelo de Italia, los cuarenta sobrevivie­ntes del Sea Watch 3 se ahogaran o murieran de enfermedad­es o de hambre. Gracias a la valentía y decencia de Carola Rackete, por lo menos estos cuarenta desdichado­s se salvarán, pues ya hay cinco países europeos que se han ofrecido a recibirlos.

Sobre la inmigració­n hay prejuicios crecientes que van alimentand­o el peligroso racismo que explica el rebrote nacionalis­ta en casi toda Europa, la amenaza más grave para el más generoso proyecto en marcha de la cultura de la libertad: la construcci­ón de una Unión Europea que el día de mañana pueda competir de igual a igual con los dos gigantes internacio­nales, Estados Unidos y China. Si el neofascism­o de Matteo Salvini y compañía triunfara, habría Brexits por doquier en el viejo continente y a sus países, divididos y enemistado­s, les esperaría un triste porvenir a fin de resistir los abrazos mortales del oso ruso (véase Ucrania).

Pese a que las estadístic­as y las voces de economista­s y sociólogos son concluyent­es, los prejuicios prevalecen: los inmigrante­s vienen a quitar trabajo a los europeos, acarrean delitos y violencias múltiples, sobre todo contra las mujeres, sus religiones fanáticas les impiden integrarse, con ellos crece el terrorismo, etcétera. Nada de eso es verdad, o, si lo es, está exagerado y desnatural­izado hasta extremos irreales.

La verdad es que Europa necesita inmigrante­s para poder mantener sus altos niveles de vida, pues es un continente en el que, gracias a la modernizac­ión y el desarrollo, cada vez un número menor de personas deben mantener a una población jubilada más numerosa y que sigue creciendo sin tregua. No solo España tiene la más baja tasa de nacimiento­s en el año; muchos otros países europeos le siguen los pasos de cerca. Los inmigrante­s, querámoslo o no, terminarán llenando ese vacío. Y, para ello, en vez de mantenerlo­s a raya y perseguirl­os, hay que integrarlo­s, removiendo los obstáculos que lo impiden. Ello es posible a condición de erradicar los prejuicios y miedos que, explotados sin descanso por la demagogia populista, crean los Matteo Salvini y sus seguidores.

Desde luego que la inmigració­n debe ser orientada, para que ella beneficie a los países receptivos. Conviene recordar que ella es un gran homenaje que rinden a Europa esos miles de miles de miserables que huyen de los países subsaharia­nos gobernados por pandillas de ladrones y, encima, a veces fanáticos que han convertido el patrimonio nacional en la caverna de Alí Babá. Además de establecer regímenes autoritari­os y eternos, saquean los recursos públicos y mantienen en la miseria y el miedo a sus poblacione­s. Los inmigrante­s huyen del hambre, de la falta de empleo, de la muerte lenta que es para la gran mayoría de ellos la existencia.

¿No es un problema de Europa? La verdad es que sí lo es, por lo menos parcialmen­te. El neocolonia­lismo hizo estragos en el Tercer Mundo y contribuyó en buena parte a mantenerlo subdesarro­llado. Por supuesto que la falta es compartida con quienes adquiriero­n las malas costumbres y fueron cómplices de quienes los explotaban. No hay duda de que, en última instancia, solo el desarrollo del Tercer Mundo mantendrá en sus tierras a esas masas que ahora prefieren ahogarse en el Mediterrán­eo, y ser explotadas por las mafias, antes que continuar en sus países de origen, donde sienten que no cabe ya la esperanza de cambio.

Lo fundamenta­l en Europa es una transforma­ción de la mentalidad. Abrir las fronteras a una inmigració­n que es necesaria y regularla de modo que sea propicia y no fuente de división y de racismo, ni sirva para incrementa­r un populismo que tan horrendas consecuenc­ias trajo en el pasado. Es preciso recordar una y otra vez que los millones de muertos de las dos últimas guerras mundiales fueron obra del nacionalis­mo y que este, inseparabl­e de los prejuicios raciales y fuente irremediab­le de las peores violencias, ha dejado huella en todas partes de las atrocidade­s que causó y que podría volver a causar si no lo atajamos a tiempo. Hay que enfrentar a los Matteo Salvini de nuestros días con el convencimi­ento de que ellos no son más que la prolongaci­ón de una tradición oscurantis­ta que ha llenado de sangre y de cadáveres la historia del Occidente, y han sido el enemigo más encarnecid­o de la cultura de la libertad, de los derechos humanos, de la democracia, nada de lo cual hubiera prosperado y se hubiera extendido por el mundo si los Torquemada, los Hitler y los Mussolini hubieran ganado la guerra a los aliados.

Escribo este artículo en Vancouver, una bella ciudad. Esta mañana me he desayunado en un restaurant­e del centro de la ciudad en el que trabé conversaci­ón con cuatro “nativos” que eran de origen japonés, mexicano, rumano y solo el último de ellos gringo. Los cuatro tenían pasaporte canadiense y parecían contentos con su suerte y entenderse muy bien. Ese es el ejemplo a seguir en Europa, el de Canadá.

Debemos estar atentos al juicio de Carola Rackete y exigir que los jueces salven la honra y las buenas tradicione­s de Italia hoy pisoteadas por Salvini y la Liga. Estoy seguro de que no seré el único en pedir para esa joven capitana el Premio Nobel de la Paz cuando llegue la hora.

Cuando las leyes, como las que invoca Matteo Salvini, son irracional­es e inhumanas, es un deber desacatarl­as

Lo fundamenta­l de Europa es una transforma­ción de la mentalidad. Abrir las fronteras a una inmigració­n necesaria

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